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martes, 15 de mayo de 2018

Carmen Julia Gutiérrez, musicóloga medievalista

Carmen Julia Gutérrez (Avilés, 1964) aún no había acabado el bachillerato cuando se digió a la Facultad de Filosofía y Letras de Oviedo, a instancias de una profesora suya de Música, para hablar con alguien del Departamento de Musicología. Aquella profesora le había dicho que preguntase por las antiguas escrituras musicales, pues, al parecer, se había interesado por ellas mientras estudiaba en la Escuela de Música de Avilés. La atendió el profesor Emilio Casares, el cual le indicó que hablase con quien esto escribe. No recuerdo la fecha, pero seguramente tuvo lugar hacia 1982, pues nuestra invitada de hoy formó parte de la primera promoción de la Especialidad de Musicología en la Universidad de Oviedo, que abrió sus puertas en el curso 1985-86, con carácter realmente pionero en España. 
Admitida, pues, la precocidad de Carmen Julia Gutiérrez en cuanto a su vocación por asuntos medievales, conviene añadir otra circunstancia decisiva y confluyente en esta misma línea. Me refiero a los cursos de Canto Gregoriano que empezaron a celebrarse por esos mismos años en el Monasterio benedictino de San Pelayo de Oviedo. Los impartía Francisco Javier Lara, todavía por entonces vinculado a la Abadía de Silos, y Sor Ángeles Álvarez Prendes, directora del Coro de Monjas de San Pelayo y excelente música y persona. Aprendíamos, ensayábamos y cantábamos la misa del domingo, con la guinda, en ocasiones, de un pequeño recital después de la misma, todo ello en canto gregoriano. Para algunos (entre ellos Carmen Julia, no me cabe duda) resultó una experiencia única, humana, espiritual, musical e irrepetible.
A mediados de diciembre de 1985, con apenas un trimestre de la nueva Especialidad en nuestra experiencia, el profesor Emilio Casares propuso preparar algunas piezas relacionadas con la Navidad. Además de villancicos y obras muy populares de la tradición inglesa, se puso sobre la mesa el introito “Puer natus est nobis”. El profesor Casares estaba habituado a cantar y acompañar gregoriano por su ya relatada formación con los PP. Paúles, pero la partitura que dispusimos para la ocasión no procedía del venerable Liber usualis sino del más reciente Graduale Triplex. Y aquí surgió una mini-querella de los antiguos y los modernos, pues mientras que unos seguían el estilo solesmense, otros, encabezados por Carmen Julia, tratábamos de sacar el partido que ofrecen las ediciones “triplex”, con sus antiguas notaciones no interválicas, pero ciertamente llenas de sugerencias en cuanto a la articulación rítmica. Emilio Casares no se arredró ante las protestas del sector crítico, quejoso de que se obviasen episemas, letras significativas, cortes neumáticos y demás sutilezas de la interpretación semiológica siguiendo los preceptos de Cardine. Carmen Julia echaba chispas, pero la potente voz del maestro Casares marcaba el perfil de aquella, por otra parte, modesta interpretación.
Prosiguió perfectamente sus estudios y cuando tuvo la oportunidad de realizar una estancia en el extranjero (durante los cursos de doctorado), lo hizo –y a nadie le extrañará – con un perfil de Paleografía Musical en la Scuola di Filologia e Paleografia Musicale de la Universidad de Pavia, con una beca ministerial de un año para estudios superiores.
Por todo lo antes señalado, Carmen Julia sabía perfectamente a qué quería dedicarse al concluir la carrera, o sea, a meterse entre viejos pergaminos y arrojar luz sobre determinados aspectos del canto litúrgico. Su tesis sobre la himnodia en España mereció el "cumple laude" y los máximos elogios del tribunal, y se tradujo en publicaciones que revelaron un gran número de fuentes desconocidas, nuevos himnos y piezas que procedían de la liturgia hispánica. Los trabajos sobre los himnos habían ocupado a un selecto grupo de musicólogos desde varias décadas atrás y Carmen Julia supo unir su nombre al de estos eminentes autores. Defendió la citada tesis en la Universidad de Oviedo, en 1995, pero ese mismo año se licenció en Filología Románica en la Universidad de Granada, donde había obtenido una beca predoctoral. Recuerdo bien que realizábamos sesiones de trabajo sobre la tesis en diversos lugares de España, sobre todo en Granada y Córdoba, ciudades en las que tuvo diversos puestos de trabajo y a las que uno acudía con frecuencia por compromisos académicos, sobre todo a Granada. 
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Un momento particularmente significativo tuvo lugar con motivo de su estancia en Erlangen (Alemania), donde entre 1997 y 2002 fue investigadora postdoctoral, becada por la Fundación Alexander von Humboldt, con dos proyectos consecutivos. Fue importante, decimos, no sólo por el trabajo allí realizado, el aprendizaje de una lengua valiosa para la Musicología o por la propia experiencia adquirida, sino también porque abrió toda una serie de estancias y visitas internacionales que es muy llamativa. De hecho, a Carmen Julia Gutiérrez no tienen que convencerla los vicerrectores de Internacionalización de que hay que moverse académicamente más allá de nuestras fronteras, pues lo lleva haciendo desde hace muchos años. De hecho, lo hizo en Basel (Suiza) en 1991, 1998 y 2001; Trondheim (Noruega) en 2000; Würzburg (Alemania) becada por la Fundación Caja Madrid en 2012 y Columbia (USA) 2014. Sumando los meses pasados en el exterior, salen más de tres años, dato poco frecuente en nuestro gremio.
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Carmen Julia Gutiérrez es también una buena gestora. Imposible resumir sus actividades en este terreno, pues son muchas en campos como la evaluación de becas y proyectos, la redacción y seguimiento de planes de estudios, los comités de expertos europeos (Horizonte 2020) y, por supuesto, la dirección del Departamento de Musicología de la Complutense entre 2006 y 2012. No la animaban demasiado a que se presentase a este cargo, por no decir que la desanimaban directamente, pero nuestra colega es mujer correosa y no es persona que se arredre ante la dificultad, así que obtuvo ese puesto y las crónicas sostienen que lo hizo bien y que sabe entender los entresijos del BOE con la misma facilidad con que se mueve entre neumas, siendo lo primero cosa aún más admirable y prodigiosa que lo segundo en nuestra modesta opinión. Ese rigor le ha servido, dicho sea de paso, en asuntos propiamente musicológicos, por ejemplo, como cuidadosa editora de la revista Roseta o, formando parte de un equipo, del libro homenaje al profesor Iberni.
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Pero no nos engañemos. La avilesina es ante todo una minuciosa investigadora, habilitada como catedrática desde hace años y a la espera de la correspondiente dotación en su universidad. Sus proyectos sobre el canto llano en tiempos de la polifonía han dado notables resultados. En contacto con la Universidad de Oxford, algunos miembros de su equipo (David Cataluña muy particularmente) han implementado novedosas técnicas de análisis digital para la detección y lectura de manuscritos con la tinta casi perdida o incluso para sacar a la luz palimpsestos, es decir, escrituras que habían sido borradas en el pergamino para copiar nuevos contenidos. 
Lleva años abordando diversas posibilidades de estudio de la liturgia hispánica. El curso pasado impartió una conferencia en la Universidad de Oviedo relacionada con sus últimos proyectos e investigaciones. Se tituló “El canto hispánico: la música callada”. Causó una honda impresión en los jóvenes que la escucharon. La importancia de este enorme repertorio choca con la dura realidad de que estas fuentes permanecen esencialmente mudas ante nosotros Las preguntas que la Dra. Carmen Julia Gutiérrez lanzó a los asistentes fueron éstas: ¿Se pueden obtener datos concluyentes del estudio de un repertorio tan parcial? o ¿qué interés y qué resultados puede ofrecer el estudio de una música que no suena? El análisis de dos folios del Antifonario de León, estudiando fórmulas y recurrencias de la notación, demostró que es posible responder afirmativamente a las preguntas.
De vez en cuando se permite alguna incursión en temáticas muy posteriores a su querida Edad Media, asuntos por ejemplo del siglo XIX que le gusta tocar porque encuentra como una especie de confort, de espacio amable, en las fuentes utilizadas, o sea, la comodidad de la letra impresa, de la hemeroteca, aunque elaborar un buen discurso musicológico sea tan difícil para un medievalista como para un contemporaneísta. Pero los viejos prosarios, himnarios y antifonarios, los universos paralelos de los neumas, siempre la están esperando.
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No puedo concluir sin mencionar que entre los rasgos que distinguen la personalidad de Carmen Julia destaca su fino sentido del humor; también, el de ser una persona sociable, con un don especial como anfitriona, despistada como la mujer sabia que es, luchadora y obstinada cuando es necesario, y benéfica con sus discípulos a los que apoya sin fisuras en sus tesis y becas. 
Uno se siente orgulloso de haber guiado sus primeros pasos y de que ahora sea ella quien guíe los nuestros cuando nos acercamos puntualmente a temas medievales. Y, sobre todo, de que desde 1985 nunca hemos perdido la amistad ni dejado de estar en contacto.


martes, 1 de mayo de 2018

Campanas, lenguas de hierro


Las campanas forman parte de la memoria sonora de muchas culturas. En un contexto de tradiciones católicas, como es el caso de España, las campanas tienen una acusada presencia. Sin embargo, no siempre gozaron de la misma consideración por parte de las comunidades que escuchaban sus sones. 
En los últimos años hemos visto en los medios informativos algunas polémicas bastante sonadas (nunca mejor dicho) sobre las presuntas molestias que los toques de campanas producían en el vecindario. Esto se debatía especialmente cuando los toques comenzaban a primera horas de la mañan, domingos y festivos incluidos; o sea, cuando algunos desean prolongar un poco las horas de descanso después de una semana de trabajo o, todo es posible, después de una noche de farra, circunstancia esta última muy arriesgada si se tiene cerca un campanario madrugador. 
La polémica es antigua y puede presentar argumentos más filosóficos. A principios del siglo XVII, el P. Suárez, en su célebre Defensa de la fe, ataca la práctica anglicana de cuestionar el uso de las campanas en el culto. Más tarde, algunos ilustrados (también en España) no podían soportar la misma altura de los campanarios, irguiéndose poderosos sobre el común de los mortales, simbolizando así el poder eclesiástico y lanzando desde lo alto de esas torres un mensaje que de ningún modo podía dejar de ser escuchado en varios kilómetros a la redonda.
Y con todo, la inmensa mayoría de la gente no puede sustraerse al encanto antiguo de estos marcadores temporales, de estos informantes sonoros que nos avisan de que está a punto de comenzar la misa o de que ha habido algún fallecimiento en la parroquia, entre otras cosas. 
La Iglesia ha dado diversos usos a las campanas. El predicador Bartolomé Cases, citando a Lorichio, menciona los siguientes cinco: primero, “llamar al pueblo”; segundo, “para significar, y distinguir los días festivos”, lo que se consigue mediante el uso de campanas mayores o menores, o bien empleando pocas o muchas, en señal de la correspondiente jerarquía de las categorías festivas; el tercero, para “glorificar a Dios”, en prueba de agradecimiento por los bienes que nos concede; el cuarto, para “implorar en las necesidades los divinos auxilios”; y, en quinto lugar, para cuestiones relacionadas con las inclemencias del tiempo, o sea, “para desterrar las aéreas tempestades, y los infernales enemigos, que con ellas felicitan nuestra ruina”. En efecto, existía la creencia de que los tañidos de las campanas disipaban las nubes tormentosas, venciendo a los demonios que las provocan, pues “azoran sus vozes a las tartáreas huestes, como clamor de Trompetas de el Rey de las luzes”. 
La Iglesia contaba con un amplio historial de leyendas y tradiciones en favor de estos “plectros o lenguas de hierro”, como las llamaba el P. Cases. Así, las campanas que no suenan hasta que el que las toca no obtiene el perdón de sus pecados; campanas que obran prodigios en tiempo de guerra; campanas misteriosas, en fin, cuyo sonido nadie sabe de dónde procede, etc.
Las campanas podían considerarse también en clave simbólica. La metáfora viene servida, pues es bastante lógico asociarlas con la voz de la predicación, empezando por la de los apóstoles. En efecto, encastilladas en lo alto, parecen volar camino del cielo y nos conducen con su sola posición al imaginario aéreo y ascensional, tan frecuente en la música. Llaman, convocan, recuerdan, predican.
Las campanas se funden a veces con añadidos de oro y plata proporcionados por las alhajas de los fieles, se bautizan y nombran, se consagran, repican con luminoso tañido, pero también se pueden quebrar por las constantes vibraciones de su materia. La campana rajada es más frecuente de lo que cualquiera podría pensar. Su sonido ya no es tan bueno y, naturalmente, puede llegar a romper del todo. Una campana que revienta antes de convertirse en la voz de la predicación, ¿con quien se ha de asociar? Pues con Judas, que siempre acaba pagando los platos rotos. 
Callan las campanas en ciertos días la Pasión. Pero numerosos autores (y también el sermón del P. Cases que nos está guiando) saben buscar en la imagen de Cristo en la Cruz un simbolismo musical muy repetido desde antiguo. Pues, al fin y al cabo, la carne tensa de Jesús clavado sobre el madero de la cruz, se equipara con las cuerdas de tripa sujetadas al mástil de un instrumento mediante las correspondientes clavijas. Callan las campanas porque se está interpretando entonces, con voces de sufrimiento, la redención del género humano. Pero volverán a sonar y o anunciarán universalmente la buena nueva el Domingo de Resurrección.

Referencia:
Bartolomé Cases; Campanas sin vida, campanas con alma…, Valencia,, 1730.

Fotografía: Campanas del Santuario de Nuestra Señora del Rocío, Almonte (Huelva), foto del autor /2016).