Es de sobra sabido que los dioses Apolo y Dionisos representaban simbolismos muy distintos, cuando no antitéticos. Apolo es solar, diurno, racional. Dionisos es nocturno, subterráneo, instintivo. En lo musical, Apolo ha sido asociado abrumadoramente a la lira o a otros cordófonos, en tanto que a Dionisos casi siempre lo vemos vinculado al aulós. Dicho sea de paso, el aulós no es una “flauta doble”, sino un “oboe doble”, de sonido chillón y potente; sonido que, presente en celebraciones dedicadas a divinidades telúricas, concitó las iras de las primeras jerarquías cristianas.
Pues bien, la tradición de la Iglesia antigua contra el aulós tiene una especie de continuación en los rechazos referidos a la gaita de fuelle. Decimos “de fuelle” para que no se confunda con otros instrumentos llamados “gaita” en distintas partes de España, como la gaita navarra, por ejemplo. La razón de dicha continuidad simbólica es que el aulós y la gaita de fuelle (o cornamusa) son instrumentos más cercanos de lo que se podría imaginar, pues ambos pertenecen al mismo ámbito de los oboes, en el caso de la cornamusa con depósito para la provisión de aire, Los dos cuentan habitualmente con sistema de doble lengüeta capaz de provocar ese característico sonido que todos conocemos. Tanto es así, que algunos humanistas, como Lucas Gracián, no dudan en traducir la leyenda del aulós referida a Minerva/Atenea, diciendo que el instrumento que tanto horror le causó a la diosa, por lo fea que se puso al tocarlo soplando a dos carrillos, era una “cornamusa o corneta”, aunque la verdad es que no son términos sinónimos y sólo nos quedamos con el primero. Sobre el hecho de que Atenea la lance lejos de sí, dice este autor: “Y en la verdad hizo bien, por no ser instrumento de damas, antes es también desconveniente a los varones, si no es a los que lo tienen por oficio”.
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Esto de excluir a los del oficio nos lleva a pensar en los gaiteros; y lo cierto es que otra razón para estigmatizar a la gaita radica en la mala fama que arrostraban sus intérpretes.
El Arcipreste de Talavera (siglo XV) lo dejó muy claro en una curiosa teoría. Asegura que los hombres feos no han de dejar que entren en su casa varones apuestos. Sostiene que aquellos hombres llenos de tachas suelen, sin embargo, estar casados con esposas muy bellas, a las que se les van los ojos tras esos galanes que su marido ha traído a casa. Y describiendo a aquellos maridos, monstruos de fealdad, dice que son “torpes, suzios e creminosos” y, para rematar la faena, añade son “dignos por sus fechos de tañer la cornamusa”.
La figura del Fou, del loco o bufón medieval, capaz de decir las verdades más duras sin que se le tengan en cuenta como impertinencias, también puede tomar forma de gaitero. En el célebre libro La nave de los necios, de Sebastian Brant, ilustrado con xilografías de varios autores, Durero entre ellos, hay diversas alusiones a la gaita y a los gaiteros. Este libro, de fines del siglo XV, es una joya de los incunables alemanes, tanto en esa lengua como en su versión latina. Existe una traducción castellana que citamos al final, en cuya introducción Antonio Nogales Serna explica detenidamente en que consiste la necedad de sus protagonistas, distinta a la locura o a la bufonería convencionales, entre otros numerosos aspectos del máximo interés.
Hoy nos detendremos simplemente en el capítulo titulado “Del no soportar la reprensión”. Además del título, el texto explicativo y una sentencia que lo resume, se inserta el correspondiente grabado, en la línea de lo que pronto se extendería bajo la etiqueta de literatura emblemática. En el ejemplo seleccionado se ve a un gaitero que tiene a sus pies un laúd y un arpa. La enseñanza de fondo es que aquél que desprecia esos instrumentos y se complace en la gaita es como el que escucha a los insensatos y no hace caso de los consejos prudentes, y por tanto ha de subirse a la nave de los locos, que en este caso es “el trineo de los necios” (pues se encuentran por doquier), según leemos en la citada edición castellana. Se insiste mucho en el aspecto moral del asunto, en la baja condición del ser humano y en que es preferible “que te reprenda un sabio a que te sonría una oveja necia”.
El caso es que ahí está ese gaitero con orejas de asno, entreteniéndose con su juguete, al mismo tiempo que, a sus pies, llenos de desprecio, yacen dos cordófonos, el arpa y el laúd. De modo que, si un instrumento como el laúd actualiza en el siglo XV el mensaje apolíneo, pues no deja de ser un cordófono, la gaita de fuelle hace lo propio, como heredera de todos los estigmas dionisiacos del aulós. Reviven las oposiciones entre los dos mitos, con lenguaje e imágenes adaptadas a la mentalidad cristiana y a un moralismo sobre los instrumentos musicales que había nacido de la mano de los Padres de la Iglesia.
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Pero no nos equivoquemos, como hacen algunos al sostener que la gaita y los gaiteros son propios de los estamentos más bajos de la sociedad y, por tanto, humildes y despreciables. En verdad, la cornamusa es ante todo un instrumento ambivalente. La gaita de fuelle no sólo está en manos de gaiteros demonizados, sino que puede sonar insuflado por el aliento de los pastorcillos que van a Belén o representarse en códices de contenido aristocrático o regio, e incluso acompañar los cantos latinos de la misa, como aún se ve en las misas populares conservadas desde siglos atrás en determinadas partes de Asturias, auténticas reliquias de la religiosidad popular donde perviven formas del canto llano descartadas por la Iglesia desde las reformas solesmenses, como la práctica del canto llano mixto o medido. Misas, por cierto, que, a su vez, sufrieron mil vicisitudes y críticas, pero que desde hace años han recuperado el respeto de la Iglesia y han alcanzado la condición de Bien de Interés Cultural. Pero ésa es otra historia.
Referencias:
Brant, Sebastian: La nave de los necios Ed. de Antonio Nogales Serna. Madrid, Ed, Akal, 1998.
Gracián Dantisco, Lucas: Galateo español1593, Margherite Morreale, Madrid, CSIC, 1968
Martínez de Toledo, Alfonso, Arcipreste de Talavera: El Corbacho, Marcella Ciceri, Madrid, Espasa-Calpe, 1990.
Ilustración:Xilografía de Das Narrenschiff, de Sebastian Brant, disponible en la Biblioteca Digital Hispánica de la Biblioteca Nacional de España.