En el universo de la tratadística musical resulta muy habitual que se introduzcan una serie de apartados sobre cuestiones aparentemente colaterales. Algunas de esas secciones pueden estar dedicadas, por ejemplo, a los “fundadores” legendarios o reales de la Música (Orfeo, Tubal, Anfión, etc.), a los “prodigios” de esta disciplina (las historias con final feliz gracias a la música, de Saúl, Alejandro Magno, entre otras) o a la propia etimología de la palabra ‘música’. Este tema, en principio, no parece tan anecdótico como los otros, pero la forma de tratarlo por parte de los teóricos musicales es más imaginativa que filológica. Y este hecho no deja de tener su encanto. En primer lugar, diremos algo sobre la etimología de la voz ‘música’ desde la perspectiva académica de nuestro tiempo. El Diccionario Crítico Etimológico de Corominas nos informa claramente de que los términos ‘música’ y ‘músico’ derivan de ‘musa’, del latín y este a su vez del griego. En el mundo clásico la música era lo relativo a las musas y, por tanto, equivalía al conjunto de los saberes; o sea, a la educación. Pero este sentido amplio convive con el más estricto de lo que ordinariamente entendemos por música; y unas veces se presenta ese estudio (como hace Arístides Quintiliano) muy centrado en la métrica poética, con sus estructuras rítmicas a base de pies, versos y demás; y otras, en el número y en las proporciones aritméticas que organizan la distribución de los intervalos, como ocurre en Boecio.
En la Edad Media, y aun en los siglos modernos, la etimología no era una disciplina tan rigurosa como lo es actualmente. Por eso, grandes sabios e ilustres tratadistas proponen orígenes curiosos, ingenuos y casi siempre equivocados para la propia palabra ‘música’, Veamos algunos, limitándonos a unos pocos autores medievales.
Casiodoro (s. VI) y San Isidoro (s. VII) son dos de los pocos estudiosos que en esta época de plomo consiguieron recuperar, como quien encuentra algunos restos valiosos entre las ruinas de un terremoto, toda una serie de conocimientos de la más variada índole. El primero de ellos nos dice en sus Institutiones que, ciertamente, la música viene de las musas y que estas lo hacen de 'musai', que es 'buscar', por haber sido las primeras en captar el poder del canto. San Isidoro sigue literalmente a Casiodoro y repite esta idea (sin citar procedencia) en sus Etimología, aunque alude a “masai” (y no musai) con el mismo significado. Los tratadistas posteriores citan mucho más a Isidoro que a Casiodoro en cuanto al origen de ‘música’ en ‘musas’. Y las ideas de buscar, inquirir, adquirir conocimientos y otras semejantes se deslizan en numerosos textos medievales sobre la música y las musas.
Sin duda la aportación de John Cotton (Iohannes Affligemensis, ss. XI-XII) resulta digna de mención. En su Música, asocia el término con ‘musa’, pero no en el sentido de las musas (lo que también hace en el mismo pasaje) sino en alusión a un instrumento así llamado y que no es otro que la cornamusa o gaita de fuelle. Del cual dice que es superior a todos los demás porque reúne el soplo humano (como en la tibia), el uso de la mano (que asocia forzadamente con la phiala, una especie de fídula) y con el empleo de fuelle, como en el órgano. Pero este autor no se detiene aquí y conjetura que la palabra ‘musa’, en la acepción de instrumento que él le da, está relacionada con el término griego ‘mesa’, (media), seguramente en alusión a la “mese” o nota central o del medio de los sistemas escalísticos griegos. La razón, argumenta, es que, al igual que los diversos intervalos se encuentran en algún medio (sicut in aliquo medio diversa coeunt spatia), así varios instrumentos convergen en este que identificamos como cornamusa.
Acto seguido, en plena vena de etimología intuitiva, asegura que el origen está en ‘modusica’, relacionable con la idea de modulación; o en ‘moysica’, que tiene que ver con el agua –lo que Jerónimo de Moravia (s. XIII) relacionaría con el órgano hidráulico– y aun con ‘mundica’, que guardaría parentesco con ‘mundo’, o sea con lo que Cotton denomina “el canto del cielo”, que conocemos normalmente como música mundana o de las esferas.
Dicho sea de paso, Corominas alude a una confusión entre ‘museico’ (relativo a las musas) y ‘mosaico’ (relativo a Moisés, a la ley mosaica), por lo que diversos tratadistas medievales citan al patriarca, bien en este apartado de las etimologías o bien en el de los fundadores de la música. Todo ello sin demasiado fundamento, aunque es verdad que la cercanía fonética en griego de ‘Moisés’ y ‘musas’ explica este juego de las falsas etimologías.
La síntesis es que, además de una etimología válida (referida al arte de las musas) aparecen otras poco acertadas; las cuales, sin embargo, pretenden también encontrar orígenes elevados a esta disciplina en conceptos como la música de las esferas o en instrumentos bien valorados, como el órgano hidráulico y, sorprendentemente, la cornamusa. Ya sabemos que en ciertas épocas este aerófono arrostró un estigma dionisíaco del que hemos hablado en este blog, pero también es un instrumento asociado a los pastores que adoran al Niño Jesús, de modo que su ambivalencia es un hecho. En otras palabras, algunos teóricos musicales se veían obligados a empezar por el principio en sus explicaciones; o sea, por el significado de la propia palabra ‘música’ y en concordancia con lo que iban a señalar en las páginas siguientes, trataban de darle un sesgo noble a una disciplina sin la que, como diría San Isidoro, nada puede existir.
Ilustración: [Apolo y las Musas]. Greuter (ss. XVI-XVII). Estampa, buril; 285 x 425 mm. Biblioteca Nacional de España. Disponible en la Biblioteca Digital Hispánica.