He escrito varias veces sobre el profesor Emilio Casares, a quien me gusta llamar “maestro y amigo”. Lo he hecho en medios periodísticos y académicos. La última vez ha sido con motivo del libro-homenaje que se le tributó en la Universidad Complutense, coordinado por María Nagore y Víctor Sánchez. Me encargaron la semblanza humana y profesional del homenajeado. Creo que los párrafos finales no desentonan con el tono de este blog y me permiten incluir a Emilio Casares en el mismo desde el primer momento, al margen de que pueda volver sobre su figura en ulteriores ocasiones. Las dichos párrafos son los que siguen: :
“En primer lugar nos consta que Casares es de los que se alegra de los éxitos de los demás, empezando por los discípulos a quienes ha dirigido sus tesis o que han publicado algún libro, que ya son muchos en ambos casos. Posee un don innato para crear sentido de pertenencia a un grupo, a un proyecto o círculo amistoso. Pudimos comprobar en persona –y es cosa muy seria– esa capacidad suya de cohesionar personas a raíz de su reiterada presencia en Hispanoamérica durante los años del Diccionario. Se produjeron acercamientos entre musicólogos de distintos países, de distintas tendencias e incluso hubo aproximación entre académicos que habían tenido que distanciarse por las heridas abiertas durante los años de oprobio y dictadura padecidos en determinados países.
El profesor Casares es un hombre de frases lapidarias, de dichos propios que ya corren de boca en boca entre alumnos y colegas de lo célebres que resultan. Se reconoce como seguidor del despotismo… ilustrado. Bromea sobre su buena salud asegurando que la última enfermedad padecida fue el sarampión infantil y que para mantenerse en forma basta con no fumar, no hacer deporte y trabajar dieciséis horas al día. Muchos pensábamos que cuando tuvo que reposar no poco tiempo por una lesión en el calcáneo le iba a dar un ataque de nervios. Habíamos olvidado que es un mago del teléfono móvil y que con uno en sus manos puede mover el mundo sin salir de casa.
(…) Así, causa asombro universal su capacidad de trabajo, del mismo modo que a los más jóvenes de sus colaboradores les aterran sus broncas monumentales, pero siempre pasajeras. Entre los hispanoamericanos sorprende sobre todo la rapidez en el lenguaje, la eficacia y las dotes de organización. Y es que Casares parece estar siempre bordeando las leyes de la física. Se mueve velozmente, como si militase en el Futurismo o habitase en un acelerador de partículas. Casares es martillo de taurinos, de nacionalistas y de cocineros de la nouvelle cuisine. Propagandista de la horticultura berciana y terror de maîtres y camareros –con los que discute de lo humano y de lo divino–, nuestro hombre hace gala de un finísimo paladar, aunque casi nunca puede acabar con su plato porque tiene la frugalidad incrustada en el ADN y porque entre comer y hablar prefiere lo segundo.
Mil historias jugosas se quedan en el tintero, mas toca ya poner el punto y final. Diría uno, a modo de síntesis, que Emilio Casares actuó siempre como una anticipatio notae. Esta figura de la retórica musical consiste en que una nota disuena en un acorde por la sencilla razón de que pertenece al siguiente. Este es el sino de los que –incluso en medio de la incomprensión de los demás– se adelantan, exploran y señalan el camino correcto”.
(Véase el texto completo en Ángel Medina: “La musicología en acción del profesor Emilio Casares”. Allegro cum laude. Estudios musicológicos en homenaje a Emilio Casares. Ed. María Nagore / Víctor Sánchez. Madrid, Instituto Complutense de Ciencias Musicales, 2014, pp. 17 – 27).
“En primer lugar nos consta que Casares es de los que se alegra de los éxitos de los demás, empezando por los discípulos a quienes ha dirigido sus tesis o que han publicado algún libro, que ya son muchos en ambos casos. Posee un don innato para crear sentido de pertenencia a un grupo, a un proyecto o círculo amistoso. Pudimos comprobar en persona –y es cosa muy seria– esa capacidad suya de cohesionar personas a raíz de su reiterada presencia en Hispanoamérica durante los años del Diccionario. Se produjeron acercamientos entre musicólogos de distintos países, de distintas tendencias e incluso hubo aproximación entre académicos que habían tenido que distanciarse por las heridas abiertas durante los años de oprobio y dictadura padecidos en determinados países.
El profesor Casares es un hombre de frases lapidarias, de dichos propios que ya corren de boca en boca entre alumnos y colegas de lo célebres que resultan. Se reconoce como seguidor del despotismo… ilustrado. Bromea sobre su buena salud asegurando que la última enfermedad padecida fue el sarampión infantil y que para mantenerse en forma basta con no fumar, no hacer deporte y trabajar dieciséis horas al día. Muchos pensábamos que cuando tuvo que reposar no poco tiempo por una lesión en el calcáneo le iba a dar un ataque de nervios. Habíamos olvidado que es un mago del teléfono móvil y que con uno en sus manos puede mover el mundo sin salir de casa.
(…) Así, causa asombro universal su capacidad de trabajo, del mismo modo que a los más jóvenes de sus colaboradores les aterran sus broncas monumentales, pero siempre pasajeras. Entre los hispanoamericanos sorprende sobre todo la rapidez en el lenguaje, la eficacia y las dotes de organización. Y es que Casares parece estar siempre bordeando las leyes de la física. Se mueve velozmente, como si militase en el Futurismo o habitase en un acelerador de partículas. Casares es martillo de taurinos, de nacionalistas y de cocineros de la nouvelle cuisine. Propagandista de la horticultura berciana y terror de maîtres y camareros –con los que discute de lo humano y de lo divino–, nuestro hombre hace gala de un finísimo paladar, aunque casi nunca puede acabar con su plato porque tiene la frugalidad incrustada en el ADN y porque entre comer y hablar prefiere lo segundo.
Mil historias jugosas se quedan en el tintero, mas toca ya poner el punto y final. Diría uno, a modo de síntesis, que Emilio Casares actuó siempre como una anticipatio notae. Esta figura de la retórica musical consiste en que una nota disuena en un acorde por la sencilla razón de que pertenece al siguiente. Este es el sino de los que –incluso en medio de la incomprensión de los demás– se adelantan, exploran y señalan el camino correcto”.
(Véase el texto completo en Ángel Medina: “La musicología en acción del profesor Emilio Casares”. Allegro cum laude. Estudios musicológicos en homenaje a Emilio Casares. Ed. María Nagore / Víctor Sánchez. Madrid, Instituto Complutense de Ciencias Musicales, 2014, pp. 17 – 27).
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