I.
Es
de sobra conocido que el Partido Comunista encabezó la lucha contra el
franquismo y que ello fue así desde que acabó la guerra hasta la muerte del
dictador. Y también se sabe que hubo numerosos casos de militantes
represaliados, encarcelados, perseguidos o ejecutados. La biografía de Eduardo
Rincón (Santander, 1924) podría ser una más en esta línea. En efecto, los años
de cárcel en Santander, Burgos u Oviedo, la doble vida que tantas veces se vio
obligado a llevar por su condición de activista incansable en la
clandestinidad, su presencia en puntos calientes del movimiento obrero —como
Bilbao o las cuencas mineras asturianas— serían ya de por sí suficientes como
para dar cuerpo a una buena novela.
Pero
hay algo en su trayectoria que llama poderosamente la atención y es su
condición de compositor, con varias decenas de obras estrenadas en diversos
lugares de Europa y con algunos discos publicados; todo lo cual no ha servido
todavía para darle un lugar acorde con su valía en la historia de la música
española de las últimas décadas, si exceptuamos la atenta mirada que le ha
prestado la musicóloga Belén Pérez Castillo.
II.
Conocí
a Eduardo Rincón de la mano de Josep Soler, en Barcelona (17/11/2011),
precisamente en el acto de entrega a este último compositor del Premio “Tomás
Luis de Victoria”. Me cupo el honor de realizar el discurso de homenaje al
premiado y presentar una nueva edición de mi libro sobre el mismo. Ya entonces
Eduardo Rincón me contó cosas muy interesantes de sus vivencias en Asturias y
también acerca de su vida actual en Cataluña. Disfruté luego con su música a
través de algunos discos y me convertí en un admirador de su figura tras la
lectura de su hermosa, sobria y estremecedora autobiografía, titulada Cuando
los pasos se alejan
y publicada en 2011.
III.
Estudiar
en la cárcel era una práctica común entre los presos políticos, algo muy
comprensible en un lugar donde, como el poeta José Hierro le dijo a Rincón, “el
tiempo no tiene sentido”. La música acompañó al compositor durante sus muchos
años de presidio, incluso en los momentos más duros. Basté decir que, habiendo
sido conducido en cierta ocasión a la celda de castigo, en Burgos (el artista
Agustín Ibarrola también andaba en parecida situación en ese penal), consiguió
camuflar un buen número de barras de bolígrafo en los entresijos de la chaqueta
para poder escribir ejercicios y bosquejos sobre el único papel que le
facilitaban: el higiénico.
En
la cárcel de Oviedo —hoy Archivo Histórico— le ocurrió una cosa menos dramática
en relación con la música y es que le requisaron sus papeles y tardaron en
devolverle los de música, tras haber sido inspeccionados por un músico militar,
el cual declaró que aquello “sonaba” y que no era un mensaje cifrado o cosa por
el estilo. Esto ocurrió en los comienzos de la década de los 60. Meses después
de esta circunstancia Rincón empezó a escribir música dodecafónica. “Me salvé
por los pelos”, ironiza el compositor cántabro, porque de ser este tipo de
música el analizado por el militar, tal vez no hubiese sido del todo entendido
el asunto y la hipótesis de que había algo en clave (no precisamente de Sol)
hubiese llevado a la retirada y pérdida definitiva de esos documentos. ¡Qué
tropa!
En
los 70, Rincón empezó a pasar, como analiza muy bien Belén Pérez Castillo, de
un compromiso con el activismo político a un compromiso con su arte, hasta el
punto, concluye esta autora, de conseguir “hacer de la música la expresión de
su forma de pensar, de ser, de vivir”.
Referencias:
- Eduardo Rincón: Cuando los pasos se alejan. Santander, Ed. La Bahía, 20111, 227 p.
- Belén Pérez Castillo: “Eduardo Rincón: la trayectoria singular de un músico en dialéctica con el Partido Comunista”. En Allegro cum laude. Estudios musicológicos en homenaje a Emilio Casares. Ed. María Nagore / Víctor Sánchez. Madrid, ICCMU, 2014, pp. 427 – 440).
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