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viernes, 4 de marzo de 2016

En el adiós a Miguel Ángel Coria

Conocí a Miguel Ángel Coria (Madrid, 1937-2016) en un curso de verano, dirigido por el profesor Emilio Casares, que la Universidad de Oviedo organizaba en Gijón. Corría el año 1980. Fue en ese contexto (determinante, por lo que ahora veo) donde surgió la posibilidad de estudiar la música de Ramón Barce y donde, al año siguiente, pude captar un destello de los planteamientos estéticos y éticos de Josep Soler, a quien mucho después también dedicaría particular atención investigadora. Y fue efectivamente en ese mismo marco donde escuche por primera vez la palabra amena y mordaz de Miguel Ángel Coria. Desde entonces, este compositor pasó a ser objeto de mi interés y de mi admiración.
La mayor parte de los creadores participantes en aquellos cursos de verano de 1980 y 1981 dejaron testimonio escrito de sus opiniones artísticas en el libro 14 compositores españoles de hoy. Este libro fue realmente pionero en el entonces raro género de las publicaciones que dejaban oír su voz, con toda libertad, a los compositores más inquietos del momento.
Si las diferencias que existían entre aquellos compositores a la hora de exponer oralmente su poética eran notables, su manera de enfrentarse a un texto autoanalítico ofrecía contrastes aún más acusados y nada inocentes: unos se ocultaban y no iban al grano, otros redactaban con evidente dificultad unos párrafos más bien escolares y otros, en fin, bordaron unos textos/testimonios que constituyen una fuente inapreciable para la comprensión de ciertos aspectos de la música española.
Miguel Ángel Coria formaba parte de este último grupo, pero, además, su reflexión nos llegaba bajo una forma elegante y llena de sutilezas, lo cual cautivó de inmediato al autor de estas líneas. Las oportunidades de seguir tratándole se incrementaron en los primeros años de la década de los ochenta. Pasaba temporadas en Madrid, asistía a los conciertos de la Asociación de Compositores Sinfónicos Españoles —con cuyos directivos, entre ellos Coria, Barce, Paco Cano, Carlos Cruz de Castro, Agustín González Acilu y Miguel Alonso, compartí alguna cena en el Fabas y no pocas conversaciones— y fui recibido en la casa del compositor a quien ahora dedico estas líneas.


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El nombramiento de Miguel Ángel Coria como asesor artístico de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, en 1991, propició nuevos encuentros, ahora en Oviedo. Por fin, hace unos años, sentí la necesidad de comenzar a escribir un libro que responde en primera instancia al gusto que siempre me suscitó la obra de este gran compositor madrileño.
Lamentablemente no ha sido posible ofrecérselo en vida, como merecido homenaje a su sugerente trayectoria compositiva. Pude, eso sí, dedicarle atención en diversas publicaciones recientes, algunas de merecido prestigio musicológico, pero le queda a uno la espina de no haber culminado la obra a tiempo. Máxime después de haber accedido gracias a su generosidad a los materiales necesarios para indagar en su primera etapa como creador, prácticamente desconocida. No es que Coria reniegue de ella, desde luego. De hecho, solía decir que sin esas obras de los 60 no hubiese llegado a la etapa abierta a principios de los 70, deslumbrante en juegos intertextuales, ironía y recursos posmodernos de extrema sutileza.
Ahora sé que esa etapa arrinconada reviste un extraordinario interés, que nos muestra las dudas y las búsquedas de los jóvenes compositores en los años 60 y sus relaciones con la Escuela de Viena, la música electrónica y electroacústica, la aleatoriedad, entre otras tendencias. Ahora sé, insisto, que sus obras más conocidas y tantas veces interpretadas por distinguidos intérpretes y prquestas de muchos países no se explican sin aquellas que le fueron curtiendo como compositor.
Y no se me escapa tampoco que, además de por la música que compuso, Coria ha de ser valorado por su labor como escritor musical de afilada pluma y pensamiento abiertamente progresista, muchas veces con tintes libertarios; y no menos por sus años de gestor al frente de diversas entidades musicales (como la Orquesta de RTVE) o de asesor y hombre clave en el Concurso de Composición Reina Sofía, entre otros.


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M. A. Coria levaba años alejado de la actividad pública. No era un compositor que viviese obsesionado con su obra, ni mucho menos. Uno puede echar una mano a sus creaciones, pero que se mantengan en el repertorio (incluso en el muy limitado de la música española contemporánea) es una carga que no se puede llevar si las propias obras no encuentran su lugar y se hacen un hueco por su peso, calidad, oportunidad u otras razones.
Por lo mismo, tampoco sentía la necesidad casi compulsiva que otros colegas sienten por componer. Eso sí, sus creaciones no fueron escritas para dormir el sueño de los justos en un cajón. Tuvo la fortuna de recibir los suficientes encargos como para asegurar al menos el estreno de casi toda su producción.Su catálogo es breve, eso es evidente. Pero se suele olvidar un detalle y es que Coria era un perfeccionista y que casi nunca, como Falla, daba una obra por concluida. Él decía que componía poco por vagancia, pero eso no deja de ser una boutade, pues su arte no es el de la producción en serie sino el de la más esmerada orfebrería.
Muchas cosas podría contar sobre Miguel Ángel Coria, mas el objeto de estas líneas es sólo rendirle tributo en los días aciagos de su fallecimiento, ocurrido el miércoles, 24 de febrero de 2016.
¡Que descanses en paz, mi buen amigo Miguel Ángel!

Foto: Coria en la boda de Ramón Barce y Elena Martín. Foto de A. Medina.

3 comentarios:

  1. Un tributo certero y emocionado. Muchas gracias, Ángel.

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  2. Gracias a ti de nuevo por seguir tan atentamente este rincón de la web.

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  3. Muchas gracias por tus palabras. Marisa Coria Garín.

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