Los billares
Cerca de casa había
una sala de juegos regentada por Mariano y su mujer, Loli. Allí jugábamos al
futbolín, al ping-pong (yo tenía mi propia raqueta guardada en la oficina de
Mariano) y al billar, que era lo que más me gustaba. Las máquinas tragaperras
suponían una gran atracción para la chavalería, incluso por el simple hecho de
ver jugar a quienes disponían de más dinero. Recuerdo haber conseguido que
Mariano apagase la máquina del reloj (una pieza de museo y de culto hoy en día)
cuando me veía entrar, pues con una miserable peseta era capaz de estar jugando
muchísimo tiempo gracias a las partidas que sacaba y, encima, gastaba las gomas
de los flippers
con determinadas técnicas que había llegado a dominar.
Mariano vendía pastas
Reglero y también tenía una máquina de discos. Los domingos, con la modesta
paga que nos daban en casa, los chicos de mi barrio solíamos permitirnos el
lujo de comprar una pasta y poner una canción mientras la comíamos (me refiero
a la pasta; la música, la devorábamos).
Era muy entretenido ver
cómo, tras meter la moneda, elegir la pieza y pulsar la tecla correspondiente,
una serie de mecanismos extraían el pequeño vinilo del volumen cilíndrico del
conjunto y lo ponían en una posición determinada para que la aguja pudiese
seguir su surco, a veces con el característico bucle repetitivo que producían
los discos rayados.
Aquella sala tenía la
mejor música popular: Simon y Garfunkel, Jackson Five, Moddy Blues, Beatles,
Led Zeppelin, Cream, Rolling Stones y algunos grupos españoles, como
Los Canarios, Los Brincos o Los Bravos, entre otros. Lógico, porque al dueño de la sala le asesoraba
César Cárcaba, un joven algo mayor que yo, que llegó a tener un programa en
Radio Asturias llamado La Hora de la Calidad, que, ciertamente, hacía honor a
su nombre. Fue él quien me animó a hacerme socio del club El Melotrón, que
existía en esa misma emisora y cuyo carnet me hizo mucha ilusión.
Así que ahora tengo
dos magdalenas de Proust donde elegir: las pastas Reglero y ciertas canciones
que escuché viendo cómo giraba el single tras el cristal de la máquina de discos.
Éstas me llevan a aquéllas y viceversa. Y ambas a una época que no añoro en
absoluto, pero que tampoco olvido.
Un conato
premusicológico o, simplemente, meras ganas de llamar la atención, era mi gusto
por las caras B de los discos, sencillos de vinilo de 45 revoluciones, con una
canción por cara. Sostenía que muchas veces la cara B era mejor —quizá
simplemente menos comercial— que la cara A. Y no me faltaba razón en muchos
casos, aunque acaso exageraba un poco.
Nunca olvidaré el
primer single
de mi propiedad, que fue un regalo: la maravillosa canción Eloise, de Barry Ryan (compuesta por su
hermano Paul), que escuché cientos de veces sin cansarme.
Los coches de
choque
Otra sala de
audiciones la tenía en las pistas de los coches de choque. Además de
conducirlos en las raras ocasiones en que tenía dinero, constituían una
atracción especial porque solían llevar los equipos sonoros más potentes de la
fiesta y porque ponían canciones de notable calidad.
Era frecuente que los
coches de choque permaneciesen en su sitio unos días más, incluso semanas, tras
la conclusión de las fiestas locales. Algunas tardes pasaba un par de horas
oyendo música, apoyando el trasero en una especie de misericordias monacales de
hierro que rodeaban la pista.
Me entretenía
observando tranquilamente a los asiduos a esta diversión evolucionando
maravillosamente sobre el suelo salpicado de polvos de talco (para que los
coches corriesen más), conduciendo a veces marcha atrás, con una mano en el
volante y la cabeza girada en esa dirección, y viendo a los chicos que
aparcaban junto a un grupillo de chicas e invitaban a alguna a subirse.
Debo a Diego García Peinazo el conocimiento de una canción de los
Desgraciaus (“Los coches de choque”, muy celebrada en YouTube) que recoge
algunos detalles de aquellos rituales en la célebre atracción. Por ejemplo, la
subida por una pequeña rampa para acceder a la ventanilla donde se venden las
fichas; o bien, las miradas de reconocimiento de la pista, la búsqueda de un
coche, elegido por su color o porque uno sabía que rodaba mejor que otros, etc.
“Y allí estabas tú”,
dice el estribillo, refiriéndose a una rubia platino de bote, con su melena al
viento, que atrae de inmediato la atención del narrador y protagonista. El cual,
como era previsible, (si bien debatiéndose entre el deseo y la timidez) la
invita a subir; y ya con ella a bordo, choca a propósito para que la muchacha
se agarre a su brazo y, bueno…, de alguna manera hay que empezar a establecer
los primeros contactos.
“Y allí estaba yo”,
añado por mi parte, citando de nuevo el estribillo (pero no con
“botines de punta”, eso seguro), sin que se me escapase un buen punteo de la
canción de turno, unos coros, un toque sutil de teclado o cualquier otra cosa
en esta línea.
Radio Luxembourg
Era una emisora de
Luxemburgo, ciertamente, pero que emitía en inglés porque estaba orientada al
mercado británico. Se fundó en los años 30 y cerró en 1992. Sólo conseguíamos
sintonizarla al anochecer. La escuchábamos en grupo, con suma atención, sentados
por los prados o descampados de la zona. Bajábamos de casa un receptor portátil
y comentábamos las canciones que iban apareciendo como novedades.
Un día (en 1970) nos
sorprendió una pieza donde sonaba el arpa de boca, no había batería y era muy
pegadiza. Al poco era un éxito también en España. Se trataba de “In the
Summertime”, de Mungo Jerry.
Hay que decir que en
esos años los jóvenes estudiábamos francés mayoritariamente y que no
entendíamos las letras de las canciones. Había algo de esnobismo en aquella
situación. Pero lo cierto es que las músicas populares (tipo pop y rock) no nos
sonaban tan auténticas cuando estaban en castellano. Años después cambiaría esa
percepción, pero eso ya es otra historia.
Nota bene: lo de "Puntos de escucha" del título me sonaba familiar y cercano, sin que pudiese precisar la razón. Tiempo después de haber subido esta entrada reparo en que forma parte del título de las actas de un congreso de la Asociación de Música Electroacústica de España celebrado en Valencia en 2012: XIX Punto de encuentro y puntos de escucha de la música electroacústica en España. Actas, por cierto, donde hay algunos temas que tocaré en este sitio, como las máquinas tan bien estudiadas por Miguel Molina-Alcorcón.
Nota bene: lo de "Puntos de escucha" del título me sonaba familiar y cercano, sin que pudiese precisar la razón. Tiempo después de haber subido esta entrada reparo en que forma parte del título de las actas de un congreso de la Asociación de Música Electroacústica de España celebrado en Valencia en 2012: XIX Punto de encuentro y puntos de escucha de la música electroacústica en España. Actas, por cierto, donde hay algunos temas que tocaré en este sitio, como las máquinas tan bien estudiadas por Miguel Molina-Alcorcón.
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