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jueves, 16 de febrero de 2017

Segunda integral de la música matérica de Carlos Galán

Como un regalo de Reyes (un poco fuera de fecha, pero no por ello menos grato) recibí semanas atrás la Segunda integral de la Música Matérica de Carlos Galán (Several Records, 2016). Se trata de un álbum con tres cedés que recogen las músicas matéricas del compositor numeradas de la XXII a la L, así en números romanos. Supone, por tanto, la continuación de su triple cedé del 2000 titulado Integral de la Música Matérica I-XXI. Incluye un folleto de unas 100 páginas (no están numeradas) con una impresionante cantidad de información muy valiosa sobre la estética y la ética que subyacen en la concepción creadora del Carlos Galán, así como sobre las obras y su propio concepto de “música matérica” con el que viene trabajando sistemáticamente desde los años 90. La primera obra de esta orientación data de 1994, pero los procesos mentales, las observaciones y ciertos detalles de la propia práctica compositiva ya apuntaban hacia lo matérico desde tiempos anteriores. El maestro Carlos Galán también tiene producción extra-matérica y, usando su propia expresión, composiciones “en el dintel de lo matérico”.
Son numerosos los estímulos que nos ofrecen las obras de esta segunda integral. Tantos que sólo aludiré aquí a unos pocos detalles, en la idea de que habrá que volver sobre el tema más adelante.
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Carlos Galán —pianista, director, fundador del grupo Cosmos 21 y muchas cosas más—  es también, y quizá por encima de todo, un creador fecundo y sumamente singular en el contexto de la música española de las últimas décadas. Ha sabido reflexionar sobre su propio quehacer, de modo que nos proporciona bastantes pistas en cuanto a la poiesis y otros aspectos de sus obras.
Me llamó la atención, por ejemplo, un asunto aparentemente trivial. Me refiero a los títulos de sus obras. Demuestra con datos que son mayoritariamente neutros, pero la cosa tiene sus matices porque, al mismo tiempo, se vale del recurso de subtítulos muy expresivos en muchas de sus creaciones. A los amantes de los fenómenos de transtextualidad no se les escapará que, siguiendo la célebre clasificación de Genette en Palimpsestos, la cuestión del título no es baladí y forma parte del paratexto. O sea, que Galán oscila entre una tendencia a la denominación no referencial de sus composiciones y otra tendencia, muy fuerte, a dar pistas acerca de sus fuentes y detonantes creativos. Éstos pueden venir de la propia experiencia, de la naturaleza o de los artificios del ingenio humano.
Carlos Galán es un observador muy atento, que ha practicado la “limpieza de oídos” como aconsejaba Murray Schafer y, en general, el aguzamiento de todos los sentidos para nutrir con tan cuidadas percepciones la argamasa de con que están hechas sus obras.
Este compositor parte, por tanto, de la propia fisicidad del sonido, al que somete a una serie de análisis y transformaciones. Los místicos orientales dirían que escucha o imagina un sonido despojándose del ego, olvidando que es el murmullo del agua o un pizzicato de violín, por ejemplo, y viéndose y viéndolos como formando parte de una especie de unidad de todas las cosas.
Pero acto seguido (y no es la única pareja de opuestos que opera en su arte), aflora la vena condenadamente occidental y empieza el zoom a funcionar y a cambiar el papel y el significado de los elementos aprehendidos. La artificialidad toma el relevo a la naturalidad, por decirlo con otra oposición que figura en su Manifiesto matérico.
Digamos, pues, que saca a un primer plano aspectos que estaban velados y, al mismo tiempo, suaviza sus manifestaciones más características en una poderosa acción transformadora que denomina acusmasis. Para tal propósito se arma con una serie de conceptos muy claros sobre las cualidades del sonido. Éstas ya no son sólo las convencionales (altura, duración…) sino un total de 13, entre las que tienen cabida algunas tan determinantes como la densidad, la reiteración, el ataque o incluso su uso histórico.
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En esta segunda integral hay tantas obras de interés que es difícil elegir. pero si tuviese que inclinarme por una, lo haría por Las cuatro sonoridades inefables, cuatro piezas de 2005/2006 que el propio autor reconoce como un claro ejemplo de sus postulados estéticos. La inspiración le viene de un texto de K. K. Lhiau: Notas desde la veranda sobre el lago. Son cuatro piezas relacionadas entre sí para violín, violín y electroacústica, guitarra y electroacústica y guitarra a solo, respectivamente.
En estas obras observamos el valor del instante, desnaturalizado respecto a sus orígenes en los correspondientes instrumentos. No abundan las notas “bien temperadas”, claro. Unas veces son valores largos que, a lo mejor, pueden ser analizados en sus duraciones mediante planteamiento de proporciones fractales. Otras veces son repeticiones enfebrecidas, percutivas, motrices, que nos traen a la memoria a alguno de los maestros clásicos de la música concreta. Tan pronto el sonido vuela en el cristalino territorio de los armónicos como se arrastra, telúrico y expresionista, en inquietantes sonoridades, llenas de irregularidades que activan el factor “relieve” en el menú de las 13 características del sonido establecidas.
No hay sentido discursivo propiamente dicho sino más bien una sucesión de instantes que son como universos de plenitud, auténticos objetos sonoros. Lo cual tiene consecuencias para el oyente. Galán propone con su música un antídoto contra este mundo de lo fugaz, contra ese “pensamiento líquido” del que nos habló Bauman. Nos invita a regalarnos tiempo, espacio, meditación y, partiendo de la matericidad del sonido, a descubrir unas provincias sónicas que sólo cabe asociar, piensa uno, con un estado especial de la consciencia.
Rodeados de materialismo, precisamente la música matérica abre una ventana a lo trascendente y a lo mágico desde la propia física del sonido. La escucha de las obras de Galán nos pone ante cuestiones que están en todos nosotros y que a veces tenemos sepultadas por los ajetreos de la vida actual. He ahí su gran apuesta: una música singular y exploradora que —como se señala al comienzo del Manifiesto matérico— es la cifra de una “aproximación sensible y reivindicativa de la materia”.
Todo un programa cuyo mejor manifiesto es la propia música del compositor, transmutada en oro para el oyente por las artes de este inimitable alquimista de la materia sonora.


Fotografía de Elena Martín, cortesía de Carlos Galán.

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