Ramón Barce hubiese cumplido 90 años
este 2018, pero quiso el destino que nos dejase con diez menos. Muchos
guardamos su recuerdo como un tesoro y, para quienes no lo llegaron a conocer,
queda el legado inmenso de una labor musical e intelectual poco común en la
creación musical española del siglo XX. Pues es innegable que la obra
poliédrica del compositor, académico, traductor, ensayista y hombre clave de la
vanguardia musical española de los años sesenta, sigue fascinando a quienes se
acercan a ella.
Son muchas las composiciones que
expresan muy bien su concepción de la música, muy personal a partir de que, a
mediados de los sesenta, comenzara a usar el sistema “de niveles” de su propia
invención. Podríamos admirarnos con la limpieza de líneas con la que dibuja sus
creaciones, con el tratamiento de los efectivos orquestales a modo de un
inmenso abanico de posibilidades camerísticas sutilmente diversas y, en fin,
con muchas otras circunstancias de las que ya hemos hablado en medios
académicos y en este mismo blog.
Pero hay una pieza que ha acercado el
nombre del compositor a públicos muy amplios y a oyentes poco familiarizados
con la música contemporánea. Me refiero al Coral
hablado, de 1966. Esa aproximación no sólo ha sido pasiva, sino que, para
muchos, ha sido también plenamente participativa.
La idea de construir una polifonía
hablada no constituye en sí misma una novedad en la época del Coral hablado. Ahí está el caso del
austriaco Ernst Toch con su concepción del coralismo hablado, del que circula
abundantemente la famosa Fuga geográfica,
que tantas veces hemos escuchado al Coro Universitario de Oviedo. Pero, aunque
hablada, esta fuga distingue los papeles de las cuatro voces ordinarias de los
coros y sigue el formalismo de la fuga, además de mandar un mensaje textual unívoco,
pues el nombre de las ciudades que se van enumerando se entiende perfectamente.
El Coral
hablado data de 1966, justo cuando Ramón Barce estaba en su última etapa
como miembro activo del grupo Zaj, que él había contribuido a fundar, junto con
Juan Hidalgo y Walter Marchetti, en 1964. La clave de esta obra consiste en
poner de relieve los valores fónicos de la palabra. Su interpretación reviste
el formato de una conferencia. De hecho, una interpretación clásica consiste en
que los tres intérpretes o hablantes leen precisamente un texto ensayístico de
Barce dedicado al Coral. Pero puede
ser otro. Es como si la crítica y el ensayismo sobre la obra surgiera no a posteriori, como es lo habitual, sino
al mismo tiempo que se desarrolla la obra.
Para destacar los valores fónicos y
anular otras funciones del lenguaje (que Barce conocía muy bien en su condición
de filólogo) los hablantes no leen el texto al mismo tiempo, sino con una
pequeña descompensación temporal entre cada uno de ellos, como en una suerte de
heterofonía muy particular.
Cuando los oyentes no se han repuesto de
la sorpresa que les produce este ajetreo oral, Barce introduce un nuevo
elemento sonoro y visual con las preguntas que otros tres intérpretes, que
estaban mezclados entre el público, hacen a los hablantes del estrado,
igualmente de forma escalonada y normalmente levantándose de sus sillas para
hacerlas. Aunque ésta no es una obra Zaj, es innegable que algo de su formalística
se percibe en este tipo de movimientos y acciones. Nada impide que, ahora ya de
forma espontánea, otros oyentes deseen hacer alguna pregunta, pero en todo caso
el compositor ya puso todos los elementos en juego y lo que procede es
disfrutar de esa polifonía oral, de la parte fónica del habla, de las
descompensaciones temporales que determinan una singular textura y de una obra
que tiene la virtud de funcionar y con cuya interpretación siempre se logra el
aplauso, el reconocimiento de una inteligencia escénica enorme por parte del
compositor, a partir del cuidado guión de las sucesivas intervenciones y
movimientos así como una complicidad feliz y distendida de los asistentes.
La obra la han interpretado músicos
profesionales y simples aficionados, niños y muchachos en actividades
didácticas, colegas, familiares (como tantas veces su propia esposa, Elena) y
amigos del compositor, pues tiene también un sesgo de Gebrauchsmusik y de arte desescolarizado, al alcance de todos,
capaz de romper barreras entre el compositor, los intérpretes y el público
asistente. El Coral hablado se ha
hecho en escuelas, institutos, centros superiores, auditorios de muchas partes
del mundo y, sin ir más lejos, no faltó el pasado enero en el homenaje que se
tributó a Ramón Barce en la Escuela Superior de Canto de Madrid; también ha
circulado en otros idiomas y en mezclas de varios, como en aquellos motetes
polilingües del siglo XIII.
En otras palabras, el Coral hablado se ha convertido en un
clásico que no muestra ni mucho menos el valor de la aportación artística del
compositor madrileño, pero sí el destello único de su talento jovial e inolvidable.
Ilustración
Secuencia de imágenes
de una interpretación del Coral hablado
a cargo de Esther Ferrer, Ramón Barce y Juan Hidalgo. De nuestro libro: Angel
Medina, Ramón Barce en la vanguardia
musical española. Oviedo, Publicaciones de la Universidad, Ehos-Música, 10,
1983.