I.
La música coral acompañó el desarrollo de Occidente desde Grecia. Inicialmente eran coros monódicos. Los del antiguo teatro griego, por ejemplo, se acogieron a este procedimiento. Por su parte, el inmenso patrimonio del canto gregoriano se canta asimismo a una voz. Pero en el siglo IX se produjeron diversos procesos de enriquecimiento del canto sacro, como –con valor decisivo– la irrupción escrita de la polifonía primitiva. Desde esta a la Escuela de Notre Dame, luego al Ars Antiqua del siglo XIII y no digamos al Ars Nova del siglo XIV, se produce una evolución del tejido polifónico que es constante y asombrosa.
Hay un fenómeno que no se manifestó con rotundidad en la polifonía medieval y que, sin embargo, resultaría concluyente desde el Renacimiento en adelante. Me refiero a la estratificación de las voces. En efecto, la polifonía clásica del Renacimiento consolidó un sistema básico de cuatro voces estratificadas y, al mismo tiempo, solapadas. La idea de plenitud y compleción que infunde esta disposición se explica por la conquista equilibrada del espacio sonoro que obtienen las cuatro voces esenciales: soprano, alto, tenor y bajo. Por eso Zarlino –en sus Instituciones armónicas– las llamó “elementales” y las asoció (en conocida e inolvidable comparación) a los cuatro elementos de Empédocles. No es casual que, aún hoy, los cantores de los coros se sigan agrupando en torno a estas cuatro cuerdas o secciones clásicas. Y, por eso mismo, se escribe aún mucha música para el cuarteto vocal que venimos comentando. Lo que no obsta para que se deje espacio a las voces intermedias de mezzosoprano y barítono; o que se componga para voces iguales; o bien que haya divisi o se experimente con texturas que solicitan un alto número de voces individualizadas.
II.
No se puede olvidar que, en general, los coros no son profesionales. Pero esa condición no obliga a cantar un repertorio fatigado por el uso. Para evitar tales rutinas han de impulsarse iniciativas que propicien la creación, edición, circulación, interpretación y grabación de nuevas composiciones corales. Para el caso de Asturias, me vienen a la cabeza los concursos y posteriores ediciones de nueva música coral a cargo de la Federación Coral Asturiana. Aquellos siete cuadernos vieron la luz entre 1979 y 1985. Había páginas magníficas y nombres muy notables en el panorama musical hispánico, pero tal vez el alto nivel de exigencia de parte de esta colección pudo haber frenado su difusión.
Las líneas anteriores permiten comprender el alcance de la recién publicada Antología Coral Asturiana, obra impulsada por Guillermo Martínez y David Pérez Fernández y auspiciada por la Asociación Coral Avilesina. Ambos músicos se conocen desde los tiempos en que formaban parte de la Escolanía de Covadonga. El primero es un reconocido compositor, en tanto que el segundo es el director musical del Certamen Coral “Villa de Avilés”. Ambos poseen una sólida formación musical, una dilatada experiencia como músicos y cantores y han compartido un mismo entusiasmo a la hora de cuidar todos los detalles de la obra que aquí se comenta.
Precisamente en el contexto del certamen avilesino antes citado, coincidieron estos músicos en la necesidad de hacer algo para renovar el coralismo en el Principado. De 2022 a 2024 trabajaron con tanto mimo como intensidad y su esfuerzo se plasmó en esta cuidada Antología Coral Asturiana. La prueba de dicha pulcritud empieza en la propia edición musical, labor realizada por Guillermo Martínez; y sigue con ciertos detalles extramusicales de la publicación, como la reproducción en la cubierta del óleo “Homeland”, de Covadonga Valdés-Sobrecueva, o los dibujos interiores de Nazaret Busto.
III.
La Antología va precedida de una serie de textos de presentación. El de la musicóloga María Sanhuesa recoge inicialmente algunas de las virtudes de la voz humana y de la música coral tanto en el plano emocional como en el social. Luego expone de manera clara y concisa los contenidos de la edición, anotando las fuentes de las que proceden las distintas composiciones; unas siguen, actualizan, refunden o mezclan las melodías publicadas por Torner hace más de cien años en su Cancionero; otras parten de textos nuevos especialmente creados para esta publicación, con la excepción de “Para nada”, de Ángel González, cuya viuda –Susana Rivera– autorizó la inclusión de este poema, que es una honda, desilusionada y melancólica expresión de la duda sobre la propia obra. Esteban Sanz Vélez fue el encargado de ponerle música.
Aquí deseo destacar el papel de Esther García, no solo como poeta, sino también como coordinadora del conjunto de poetas que han aportado sus palabras a la colección coral. Se trata de los poetas asturianos: Ánxel Álvarez Llano, Roberto Álvarez–Sirgo Díaz, María José Fraga, Inaciu Galán y González, María Esther García López, Roberto González-Quevedo y Esther Prieto. Como concluye la doctora Sanhuesa: “Una pluralidad de voces literarias que se suma a las voces sonoras de los coros, porque música y poesía no pueden, no deben ser más que una misma cosa...”.
IV.
Hay que celebrar que un proyecto como este haya salido adelante. Las composiciones que se publican fueron encargadas en el marco de un plan editorial sólido y profesional. Como en cualquier antología, no están todos los que son, pero sí son todos los que están. Los antólogos tomaron sus decisiones editoriales y trazaron ciertas directrices, básicamente tendentes a que el repertorio de nuevo cuño que aquí sale a la luz pueda gozar del favor de los coros y, por añadidura, del público. Para ello, ha de convencer tanto a las grandes agrupaciones corales como a las que, aun siendo más modestas, tienen ganas de mejorar y de renovar su compromiso con el cívico arte de la música coral. En este sentido, Celestino Varela (presidente de la Asociación Coral Avilesina) publica una carta sobre, entre otras cosas, el valor del coralismo como “escuela de vida” y aun como “segunda familia”.
No puedo olvidarme de otros cuatro aspectos: el pedagógico, la atención a la perspectiva de género, el pluralismo y el valor patrimonial de esta colección. Ciertamente, los coordinadores destacan en sus “Notas editoriales” la vocación pedagógica de esta compilación, sin perjuicio de sus innegables méritos estéticos. Mencionan incluso el tratado Gradus ad Parnassum, de Johann Joseph Fux. Lo único que ocurre es que cada director de coro tendrá que buscar su propia escalera, pues la disposición de las obras no es gradual o escalonada en cuanto a la dificultad, sino que se distribuye en dos apartados (para voces iguales y para voces mixtas) y ambas secciones, a su vez, van por orden alfabético de autores. Pero, bueno, lo que se da a entender es que hay para todos los gustos y que son varios los peldaños en la escala de dificultad de la Antología.
Aunque en las “Notas editoriales” de Guillermo Martínez y David Pérez no se detalla su atención hacia la perspectiva de género, lo cierto es que ha existido. Me consta por el trato que tengo con el primero de los citados. Nada más justo, sin duda, pues ya está bien de invisibilizar a las mujeres en el mundo de la creación musical, pese a lo mucho que han cambiado las cosas en las últimas décadas y al auge del asociacionismo musical de las mujeres. Se ha contado con cinco compositoras: Eva Ugalde, Ingrid Stölzel, Junkal Guerrero, Katarina Pustinek y Wilma Alba Cal. Y con doce compositores: Albert Alcaraz, David Azurza, Ernesto Paredano, el ya citado Esteban Sanz Vélez, Guillermo Martínez, Javier Busto, Jesús Gavito, Jorge Muñiz, Jose Herrero, Josu Elberdin, Raimon Romaní, y Xavier Sarasola. Algunos de estos últimos colaboran con varias obras, como es el caso de Javier Busto, toda una autoridad en el panorama de la música coral. La presencia femenina se extiende, como ya se ha visto, a las aportaciones plásticas, poéticas y musicológicas, de modo que la perspectiva de género ha estado operativa, por más que aún se pueda profundizar en ella en ulteriores proyectos.
Esta claro, por otra parte, que el ramillete de creadores y creadoras que aquí se junta transmite una idea muy marcada de pluralidad. Hay artistas de distintas naciones de Europa y de América, conviven diferentes estilos y tratamientos corales y se emplean textos tradicionales y nuevos, en castellano y en asturiano. Al mismo tiempo, late en la Antologíaun deseo innegable de construir Asturias desde la parcela que les es propia a los dos responsables de la obra. Creen los editores que estas músicas seguirán sonando mucho tiempo después de su publicación. Ya hubo estrenos y hay otros previstos. El tiempo hablará sobre la fortuna de este nuevo repertorio coral. Más no me sorprendería un futuro halagüeño, pues las manos expertas que concibieron semejante proyecto lo han pensado para los coros reales –del Principado o de cualquier otro lugar– y no para los pluscuamperfectos coros angélicos. El patrimonio inmaterial de Asturias se ha enriquecido con la publicación de la Antología. Ha dado un salto cualitativo precisamente en un ámbito tan identitario como es el de la tradición coral. Ahora son los coros quienes tienen la palabra.
Ilustración
Último ensayo de la obra Soledá por la Coral Avilesina Asociación bajo la dirección de su maestro Iván Carriedo Martín. A su lado, la autora de la pieza, la maestra Ingrid Stölzel, catedrática adjunta de Composición, (The University of Kansas, EEUU). Agosto de 2024. Foto y cortesía de Guillermo Martínez.
Referencia
Guillermo Martínez Vega y David Pérez Fernández (eds): Antología Coral Asturiana. Edita: Asociación Coral Avilesina, Avilés, 2024.
Edición digital
Está disponible una versión digital, completa y gratuita de la Antología Coral Asturiana. Se ofrece compartimentada en sus diversas aportaciones, individualizando cada obra o capítulo. Enlace: