domingo, 21 de febrero de 2016

Lecturas musicales de los Cuatro Elementos (1)


Dentro de la filosofía presocrática destaca el caso de Empédocles por varias razones. La primera, por explicar el mundo no a partir de un solo principio (como el agua o el aire) sino por la interacción de varios, llamados raíces (rizomata) y, posteriormente, elementos. En los fragmentos conservados de su obra Sobre la naturaleza dice:
“Pues escucha, primero, las raíces de todas las cosas: Zeus, el resplandeciente y Hera, dadora de vida, así como Aidoneo y Nestis, que con sus lágrimas hace fluir el agua de las fuentes de la tierra”.
Incluso bajo nombres míticos reconocemos la tierra (Hera), el agua (Nestis), el aire (Aidoneo) y el fuego (Zeus).
Dice el filósofo que nada nace y nada muere, que no hay sino cambio y mezcla constantes. Y de esa mezcla y de sus distintas proporciones sale toda la realidad. En continuo movimiento circular se produce una especie de lucha entre las cuatro raíces que tiene momentos de tensión y momentos de concordia:
tan pronto se unen, en amor, formando un orden bien ensamblado, como se separan de nuevo el uno del otro por el odio de la discordia hasta que, amalgamados, se unen otra vez en el Todo-Uno”.
Amor y odio, equilibrio y movimiento, he ahí los extremos de esta continua revolución circular.
El poder clasificatorio de los cuatro elementos resultó tan poderoso que acabó recorriendo los siglos. Desde el siglo V a. J. C., época de Empédocles, hasta el siglo XVII su operatividad en muy diversos frentes (medicina, música…) es sorprendente y se considera absolutamente científica. Y sigue actuando incluso hasta el día de hoy a ciertos niveles (artísticos, ecológicos, etc.).
***
Las aplicaciones o simples usos musicales de la teoría de los cuatro elementos resultan ciertamente de lo más variopinto. Un punto clave es la estratificación de los mismos en un orden vertical. En el Timeo de Platón esto ya está perfectamente formulado. Cada elemento mantiene relaciones proporcionales con el siguiente y así se ordena y se da forma al universo.
Existe un aspecto estructural de la música que tiene que ver con la verticalidad, es decir, con un eje de ascenso y de descenso. Ese camino puede organizarse mediante algún tipo de  escalas por las que subir y bajar.
En la teoría griega las sucesiones de notas más determinantes no son las simples especies de octavas, sino los sistemas (mayor, menor, inmutable) basados en diversas agrupaciones de tetracordios. Por esa razón, Arístides Quintiliano no duda en asociar los cinco tetracordios de la teoría con los cinco elementos, o sea, con los cuatro ya citados y el añadido del éter. De esta manera, en género diatónico, del grave al agudo, utilizando el nombre de nuestras notas y prescindiendo de la terminología griega (proslambanómenos, hypaton…), el paralelismo quedaría así:
—Nota añadida: La
—Tetracordio primero: Si, Do, Re, Mi (Tierra)
—Tetracordio medio, conjunto con el anterior: Mi, Fa, Sol, La (Agua).
—Tetracordio conjuntivo, último del sistema perfecto menor: La, Sib., Do, Re (Aire).
—Tetracordio disyuntivo, penúltimo del sistema perfecto mayor: Si, Do, Re, Mi (Fuego).
—Tetracordio hiperbólico, último del sistema perfecto mayor: Mi, Fa, Sol, La (Éter).
La suma de ambos sistemas perfectos (mayor y menor) constituye el sistema perfecto inmutable. Podría criticarse que la relación entre el tetracordio conjuntivo y el disyuntivo no es de clara sucesión, como en los otros casos, sino de una cierta contigüidad, pero no hay que olvidarse de que Quintiliano tiene que cuadrar los cinco tetracordios con otras clasificaciones, por ejemplo con los cinco sentidos, lo que obliga a ciertas licencias.
***
Más de mil años después de Arístides Quintiliano esa idea de estratificación y eje ascensional sigue presente en las Instituciones armónicas del gran Zarlino (s. XVI), donde asocia a los cuatro elementos con las cuatro voces de la polifonía de la época, es decir: Tierra/bajo, Agua/tenor, Aire/alto y Fuego/soprano. Escribe Zarlino:
. "Los músicos suelen poner, las más de las veces, cuatro partes en sus cantinelas, en cuyas cuatro partes dicen que está contenida toda la perfección de la armonía. ¿Y por qué, siendo principales, las llaman, no obstante, Elementales, a la manera de los cuatro elementos? Pues porque así como todo cuerpo mixto se compone de éstos, lo mismo ocurre en toda perfecta cantilena”.
Zarlino repara en que las voces del canto no son compartimentos estancos, sino que la zona grave de una es como la aguda de la anterior. Además, a medida que se asciende todo se hace más liviano y aéreo, pero siempre con zonas de contacto entre voces sucesivas:
“así el Bajo ocupa el lugar más grave del canto. Procediendo hacia arriba, hacia el agudo, se acomodará otra parte, que llamamos Tenor y que asimilamos al Agua, y así como sucede inmediatamente a la Tierra en el orden de los elementos y está fundida con ésta, así el Tenor sigue al Bajo en el orden de estas dichas partes sin nada intermedio, sin que sus cuerdas graves difieran en nada de las agudas del Bajo”.
Basten, pues por hoy, estas dos muestras del poder evocador y organizativo de los cuatro elementos en relación con la música. 

Ilustración: Canón enigmático de los cuatro elementos. Cerone: El melopeo y maestro.

0 comentarios:

Publicar un comentario