Bromea el director de orquesta José Luis Temes sobre su (poca) altura ya desde el propio título de su último libro: Quisiera ser tan alto. Pero la cosa tiene más calado, pues sostiene el maestro Temes que ese palmo que le faltaría para, pongo por caso, ser cabo de gastadores, tampoco le hubiese sobrado en su trayectoria profesional, opinión que parece dictada más por la modestia que por la realidad de los hechos. Y es que sus 40 años de servicio a la música española —en muchos frentes: dirección, gestión, recuperación del patrimonio o divulgación— resultan impagables y hacen de Temes un músico tan alto “como la luna”, por continuar con la letra de la canción infantil citada en el título del libro.
Es fama que
la música española de la segunda mitad del siglo XX —sobre todo la más
avanzada— tuvo notables dificultades para su difusión. Hubo, no obstante,
músicos que la apoyaron con extraordinario talento. Ahí está el caso del
pianista Pedro Espinosa, de cantantes como Anna Ricci o Esperanza Abad, del
clarinetista Jesús Villa Rojo y el Grupo LIM, entre otros. Y desde la dirección
de grupos y orquestas destaca el nombre de José Luis Temes con todo
merecimiento.
No nos sorprende que el
libro que comentamos resulte de muy amena lectura, pues es algo a lo que nos
tiene acostumbrados su autor. De hecho, abundan las anécdotas que contribuyen a
ese tipo de lectura placentera y entretenida. Pero hay muchas enseñanzas en sus
páginas, sin duda de provecho para cualquiera que tenga un mínimo interés en el
devenir de la música española del siglo XX.
Tampoco nos sorprende
que Temes se muestre fiel a sus maestros y a los que él considera como
verdaderos maestros incluso habiéndolos tratado poco. La auténtica devoción
mostrada hacia el P. Sopeña podría ser un ejemplo de lo primero, en tanto que
su admiración hacia Frühbeck de Burgos ejemplificaría muy bien lo segundo.
Temes se muestra siempre
con ganas de escuchar, de aprender, como alguien que se ve pequeño al lado de
los grandes que tuvo la oportunidad de conocer y tratar. Y, claro, así se
comprende que haya adquirido un extraordinario bagaje artístico y humano a lo
largo de todos estos lustros.
Nos llama la atención la
agudeza con que el memorialista analiza ciertos aspectos poco atendidos en la
historiografía. Así, por ejemplo, el retorno de algunos músicos exiliados.
Estamos cansados de valorar la partida, pero ¿qué pasa con el regreso? Pues Temes
observó, a través de la relación con algunos de estos compositores retornados
(principalmente Rosa García Ascot y Jesús Bal y Gay), una sensación de
desarraigo, de desinterés y abandono que es casi tan sobrecogedora como lo tuvo
que haber sido el viaje de ida hacia el exilio.
Son pocas las historias
tristes que se cuentan en esta publicación y hasta en ellas sabe Temes sacar el
lado esperanzador, como ocurre con los casos de Jep Nuix, Manuel Balboa, Francisco
Guerrero o Enrique X. Macías, todos ellos compositores valiosos y tempranamente
fallecidos.
A veces descubrimos
personalidades que no imaginábamos: ahí está la vena literaria y reflexiva del
cantante popular Luis Aguilé. Dicho sea de paso, no tiene Temes demasiada buena
experiencia en las relaciones de las músicas populares y las académicas,
llegando a comparar ambos mundos con el agua y el aceite, condenados como es
sabido a no poder mezclarse.
Hay historias
conmovedoras. Quizá la más fuerte es la de Luis de los Cobos y su reencuentro
con el lugar donde su padre había sido fusilado cuando la guerra del 36,
escenario emocional de su obra El pinar perdido. Y otras que resultan un punto
desmitificadoras, como la referida a las clases de extensión universitaria de
Joaquín Rodrigo en la Universidad Autónoma de Madrid a mediados de los 70.
El telón de la reciente
historia de España está siempre sutilmente presente y si ya mencionamos la
guerra y el exilio, no se olvida Temes de realizar algunas alusiones que
recuerdan el espíritu renovador de la Transición democrática, según se plasma
en sus referencias sobre la conquista del Círculo de bellas Artes a principios
de los 80.
No faltan “sucedidos” (por
usar una expresión muy de su gusto) que tienen que ver con el arte directorial.
Considero para nota el epígrafe donde relata su método para determinar el tempo
al que había de
llevar cierta pieza de estreno a partir de una canción del grupo Mecano, no sin
que el compositor de la obra se llevase cierta sorpresa cuando le fue revelado
el secreto. Pero tampoco están nada mal los que dedica a Plácido Domingo,
Francisco Nieva, Messiaen (con su recalcitrante santurronería), Nuria
Schoenberg y otros muchos.
Echa uno de menos
ciertos nombres muy relevantes con los que Temes tuvo trato pero que, por lo
que sea, no le han dado juego para ser incluidos en un libro de estas
características y que, por lo demás, no pretende ser un catálogo de las gentes
de la música española. En suma, pequeñas grandes historias de un pequeño gran
maestro.
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