Comienza
el mes de noviembre con la celebración de Todos los Santos, dedicado a quienes
ya están en presencia de Dios. Y continúa el día 2 con la festividad de los
Fieles Difuntos. O sea, la referida a los muertos que se hallan en una
situación aún no definitiva del mundo de ultratumba, purgando sus pecados, pero
con la posibilidad real de alcanzar el cielo. Del purgatorio se sale y por
ello, como sugieren Dante o Chateaubriand, tiene algo de esperanzador, pese al
tormento que las almas han de pasar en esa estancia atroz.
Para acortar ese tiempo de sufriente
espera, los que estamos aún vivos podemos ser de gran ayuda con nuestras
oraciones y con la petición de las mismas a quienes son ministros de Dios.
Estamos hablando del encargo de misas y responsorios, o sea, de los sufragios
por las ánimas del purgatorio. Los cuales movieron a lo largo de los siglos
ingentes cantidades de dinero en la Iglesia católica. Y son la causa principal
de esos cantos fúnebres apresurados e ininteligibles que se conocen como
‘gorigori’.
Es
probable que a muchos les suene a chino todo esto, pero lo cierto es que hasta
bien entrados los años sesenta del pasado siglo constituía un conjunto de
prácticas muy habituales, especialmente en las sociedades tradicionales de
nuestro entorno. Ahora, sin embargo, triunfa el Halloween y hasta la propia
Iglesia católica es reticente con la cuestión del purgatorio. Mas vayamos a lo
nuestro.
II.
Es de
destacar la continuidad —a lo largo de al menos los últimos cuatro siglos— de
la práctica del gorigori, de ahí la inserción del término en el lenguaje común
y su versatilidad como metáfora.
Para
ilustrar la definición del gorigori del Diccionario de Autoridades (“Canción con que los niños suelen querer
imitar y remedar el canto de los Sacristanes”) tenemos un testimonio antiguo y
valioso en una obra de teatro religioso de Fray Diego de Ocaña titulada Comedia
de Nuestra Señora de Guadalupe, de 1602. El caso es que cuando llegan el
sacristán, el cura y el pueblo a casa del muerto, el primero dice: “Gori, gori,
gori, gori”. Y luego todos (o sea, el pueblo también) repiten: “Gori, gori,
gori, gori”. De forma que el simpático autor pone en boca del sacristán una
metáfora, por la que lo figurado (gori gori) remite a lo literal ausente (el
correspondiente texto latino) y multiplica el efecto cuando todos repiten lo
dicho por el sacristán, porque ahora lo figurado envía primero, como un eco, a
una literalidad absurda que sólo pasa a ser lógica (y también ausente) en una
segunda instancia. En suma, el término gorigori como parodia onomatopéyica de
lo que realmente se tendría que decir y de lo que nadie se tendría que burlar.
Parece
un tanto extraño que un canto religioso, máxime siendo de difuntos, pueda mover
a burla y, en definitiva, a risa, pero lo cierto es que para la fecha del
testimonio antes citado ya existía una tradición teórico-moralista que consideraba
pecado el cantar mal en el templo, entre otras cosas porque ello era motivo de
hilaridad.
Decir
gorigori es siempre expresar una metáfora. No hay ningún canto funeral que se llame
así. No hablamos aquí de los responsorios, salmos o antífonas que nutren los
oficios de difuntos, sino de algo que ya por el nombre suena muy poco a
liturgia y a cosa seria. Suele ser, además, una metáfora en sentido estricto
antes que una comparación, pues sustituye directamente al referente real, con
el que no se compara sino al que se equipara.
III.
Como
podrá suponerse, son mucho más frecuentes los testimonios en los que el vocablo
estudiado equivale genéricamente a “cantos fúnebres”. Pero, naturalmente, el
empleo de semejante término está reñido con la seriedad propia de ciertas
circunstancias de muerte. No cabría usarlo, por ejemplo, en una relación
oficial de las honras fúnebres dedicadas al rey. Sin embargo, el término
discurre por la literatura española, bien manteniendo su condición inicial de
sátira o bien ejerciendo como resorte infalible para la comicidad de lo
narrado. No es de extrañar que, atendiendo a esta última afirmación, lo
encontramos en un contexto de muerte fingida. El gorigori realza el lado
cómicamente macabro de este tipo de situaciones literarias.
Sin
duda, este recurso de la muerte fingida es una constante teatral y no es de
extrañar, en consecuencia, que cuando se desea poner un punto de humor, se
introduzca el socorrido término que estamos analizando y que es, en sí mismo,
todo un fingimiento. En un sainete, precisamente titulado El Gorigori, de Quiñones de
Benavente, publicado en el siglo XVII, se juega con este equívoco y con un
negro sentido del humor. Las razones del fingimiento, aquí, son muy prácticas,
pues uno de los personajes se hace el muerto al objeto de no tener que dejar un
balcón a un extranjero (para ver los toros) y se expone a escuchar el gorigori
a él dedicado que, naturalmente, nunca podría oír en caso de muerte verdadera.
IV.
Cantar
el gorigori puede ser una metáfora verbal en la que el referente real es un
determinado modo de vida. El maestro Galdós contrapone dos perfiles vitales en Doña
Perfecta, del siguiente modo: “una cosa es tener hijos y pasar amarguras por ellos,
y otra cosa es cantar el gori gori en la catedral y enseñar latín en el
Instituto”. Aquí, cantar el gorigori es metáfora y metonimia, pues
mediante esa actividad propia del clero (junto con la enseñanza del latín) se
cifra la vida convencional, sin sobresaltos, de un clérigo catedralicio frente
a las apuros vitales de un padre de familia.
Gorigori
es también un eufemismo para evitar la palabra muerte. Es muy
frecuente su uso, tanto referido a uno mismo (“cuando me canten el gorigori”
vale tanto como “cuando me muera”) o al prójimo. Así, se evita la palabra tabú
y se desdramatiza la situación.
Por
extensión, puede aplicarse el término gorigori como metáfora
del final de algún proceso. Hoy en día no es raro encontrar el vocablo en el
periodismo político, representando el final de alguna responsabilidad pública. El
despedido o cesado es ahora el muerto político al que le cantan el gorigori sus
rivales, apresurándose incluso a hacerlo en los momentos agónicos previos al
suceso.
A
veces se usa como sinónimo de achaque fuerte y repentino.
En
suma, el término que aquí se estudia ha ido atravesando los siglos y
modificando su significado, operando como canto burlesco, comida de cofradías,
canto de difuntos, eufemismo de la muerte, metáfora del estado clerical, final
de cualquier cosa y síncope peligroso.
Como
el ave fénix renace de sus cenizas, renovado, polisémico, lleno de vida
precisamente por nutrirse de algo tan universal como la muerte.
Extractado de Ángel Medina:
“Gorigori: las metáforas del gregoriano fingido”. Cuadernos de Música
Iberoamericana, 14, 2007, pp. 177-193.
Ilustración: Dante y Virgilio a las puertas del Purgatorio. Edición con grabados de G. Doré.
Ilustración: Dante y Virgilio a las puertas del Purgatorio. Edición con grabados de G. Doré.
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