I.
El 12 de abril de
2012 participé en la presentación de la JAM-Asturias en el Club Prensa
Asturiana, del diario La Nueva España de Oviedo. Acompañé en aquella ocasión a
las entonces directivas de la JAM (Diana Díaz, Begoña Velasco y Míriam
Mancheño) y al director del Departamento de Hª del Arte y Musicología, Ramón
Sobrino, que facilitó los medios para que la JAM pudiera reunirse y desarrollar
sus actividades en las dependencias universitarias del Campus de Humanidades.
Agradecí entonces
aquella invitación y, puesto que he seguido colaborando con la JAM, aprovecho
esta oportunidad para extender mi gratitud a los actuales directivos —María García (presidente), Sheila
Martínez (Vicepresidente), Mario Guada (secretario) y Vera Fouter (tesorera)—,
pues me siguen honrando con su confianza.
En las siguientes
líneas se deja constancia de aquellas reflexiones.
II.
Como no soy un joven musicólogo, intuyo que
estoy aquí por otras razones. La primera que se me ocurre es que estoy aquí
precisamente por lo contrario, pues ya habito en la edad provecta. Y también
creo que de esa comunicación entre diversas generaciones de musicólogos podemos
salir todos enriquecidos.
Mi admirado Ramón Barce
solía hablar de dos momentos distintos en el proceso creador. Por un lado está
la fase de conquista; por otro, la fase de colonización. En la primera, el
compositor es beligerante, audaz, rompedor, vanguardista. En la segunda, es
reposado, pragmático y no gasta energías innecesarias. Ha aprendido a cultivar
la materia sonora, no sólo a dominarla casi por la fuerza.
Me parece que los
jóvenes musicólogos que ahora se asocian reúnen todo el empuje propio de la
juventud. Están dispuestos a conquistar sus territorios. Pero simultáneamente
saben que hay que pasar a la fase de cultivo.
Y esta fase tiene que
ver con la producción científica. La Musicología, si me permiten parafrasear la
célebre consigna, es para quien la trabaja. No importa el lugar de procedencia
intelectual del musicólogo. Lo que importa es reflexionar sobre la música del
pasado y del presente, recuperar patrimonio y tratar de gestionarlo
adecuadamente, contribuir desde esta parcela a que la sociedad sea más libre y
más rica espiritualmente. En suma, el musicólogo ha de dejar a la sociedad sus
obras en forma de libros, artículos, ediciones, trabajos de campo, etc. Además
ha de promover iniciativas para el mejor conocimiento de las músicas que son
objeto de su estudio, sean históricas, modernas, populares, tradicionales, etc.
Y para ello, la creación
de una asociación es un buen método. Máxime si está federada con otras de su
mismo formato y objetivos.
III.
Charles Fourier,
socialista utópico del siglo XIX, explicó que una de las doce pasiones
necesarias para alcanzar la felicidad, la armonía universal y lo que llamaba el
“uniteísmo” era precisamente la pasión asociativa. Ésta nace primero con los
lazos del parentesco, luego con los de la amistad y por fin mediante la
corporación.
Los jóvenes musicólogos
y musicólogas que ahora se presentan tienen lazos de amistad, desde luego, pero
están aquí por los vínculos de la corporación, que mueve la pasión asociativa,
por seguir con los términos de Fourier.
Eso quiere decir, por
expresarlo llanamente, que todos los que estén flojos en pasión corporativa ya
saben dónde pueden solucionar el problema y acercarse un poco más a la
felicidad. De modo que espabílese todo el mundo a hacerse socio de la JAM
cuanto antes.
IV.
Más allá de utopías, el
simple hecho de crear una asociación ya es de por sí valioso. Nada como el
desarrollo del tejido asociativo para construir una auténtica sociedad civil
fuerte. Un tejido que en España sólo ahora podemos considerar razonable.
Cuando uno echa un vistazo,
por ejemplo, a las asociaciones de baile que había en Madrid a mediados del
siglo XIX queda sorprendido. Sólo con ellas podríamos elaborar una nutrida
lista, teniendo algunas nombres tan sonoros como Guante de Oro, Terpsícore,
Buen Tono o La Floreciente, entre otras que conocen muy bien mis colegas Ramón
Sobrino y Encina Cortizo.
Cien años después, a
mediados del siglo XX, la situación era distinta pues la propia libertad de
asociación estaba muy limitada, incluso lo siguió estando con la Ley Fraga de
asociaciones de 1964.
Los años de la
Transición fueron decisivos en el desarrollo de un tejido asociativo musical y
musicológico que fuese más allá de las sociedades corales, bandísticas o
filarmónicas. De hecho, la Sociedad Española de Musicología se funda en 1977,
año muy difícil en la transición hacia la democracia, y poco antes se había
fundado la Sociedad Catalana de Musicología.
Y, por supuesto, los
tiempos recientes han sido fructíferos para el asociacionismo musicológico,
especialmente entre los jóvenes.
V.
Sólo quiero añadir dos
últimas consideraciones, ahora ya sólo referidas a la Universidad de Oviedo.
Primero, recordar que no venimos de la nada sino del esfuerzo pionero en el que
algunos (profesores y alumnos) nos embarcamos tres décadas atrás. Y segundo,
que conforta ver lo mucho que han cambiado las cosas desde entonces, lo mucho
que han mejorado en medios y realizaciones. Y dado que Asturias es tierra de
musicólogos, esta Asociación viene que ni pintada y constituye un paso más en
el desarrollo de nuestra disciplina.
Mil gracias a tí Ángel por estas palabras, pues es un honor para nosotros tus menciones, tu apoyo y tus consejos . Nuestro esfuerzo en divulgar los estudios musicólogicos es lo mínimo que podemos hacer por el futuro de la disciplina y por devolver a la sociedad parte de lo que nos ha dado. Un inmenso abrazo de los Jóvenes Musicólogos.
ResponderEliminarGracias a vosotros, queridos colegas. Os devuelvo multiplicado ese abrazo y os deseo un 2016 lleno de venturas.
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