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jueves, 31 de marzo de 2016

Recuerdos de Enrique Franco y de Radio 2 (Clásica) de RNE



Un viejo recorte de prensa me refresca un episodio curioso de la vida de Enrique Franco (Madrid, 1920-2009). Escribí aquella semblanza/entrevista en el diario La Nueva España el 12 de mayo de 1985. Me hablaba el conocido crítico musical —entonces en El País—  de sus escasos recuerdos de antes de la guerra. No había olvidado, sin embargo, uno muy especial: su actuación como pianista ante los reyes de España, realizada hacia 1930, cuando andaba por los 10 años. Por lo que parece era una especie de niño prodigio. Leo en el viejo recorte: “Pero te puedo jurar, me dice con sonrisa franca, que mi concierto de piano ante la Corona no tuvo nada que ver con la caída de la institución monárquica”.

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Hay dos actividades que le parecen a uno especialmente relevantes en la figura de Enrique Franco: la creación en 1965 del Segundo Programa (luego Radio 2 y actualmente Radio Clásica) de RNE y su labor como crítico atento a la nueva música.
Me acerqué a ambas facetas de su trayectoria cuando estaba inmerso, hacia 1984, en la conclusión de mi tesis sobre la vanguardia musical española. Por una parte, estudiaba las críticas que había publicado Enrique Franco en los 50 y 60 en el diario Arriba. Por otra, en su condición de director de Radio 2, facilitó mi acceso a los archivos de RNE, lo que resultó de inestimable ayuda. 
Me complace recordar esta segunda experiencia cuando no hace mucho que se cumplieron —el 22 de noviembre de 2015, Santa Cecilia— los 50 años de la fundación de la emisora de música clásica de RNE.
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A mediados de los 80 había muy pocas partituras editadas y aún menos discos dedicados a la música española contemporánea. Sin embargo, RNE se encargaba, a través de Radio 2, de grabar algunos de los conciertos de nueva música que se programaban (básicamente en Madrid y Barcelona) e incluso de promover algunos de ellos. 
Por poner un ejemplo relativo al problema de los registros sonoros: un compositor de la importancia de Ramón Barce —todo un clásico de la Generación de 1951— contaba en 1983 con unas 65 obras, de las que sólo cinco estaban disponibles en disco. Sin embargo, RNE tenía grabadas más de la mitad de su catálogo.Pero los investigadores no tenían acceso regulado a estos fondos.
Así que un día el profesor Emilio Casares, que era mi director de tesis, concertó una cita con Enrique Franco y fuimos ambos a Prado del Rey con la idea de solicitar un permiso para acceder a esas grabaciones del archivo de la emisora. El director de Radio 2, Enrique Franco, ofreció una particular solución para esta petición.
Conviene insistir en que no existía entonces atención al investigador de ningún tipo, ni salas o servicios de personal para este fin. Nada de nada. En lugar de decirnos que nuestra petición era inviable, Enrique Franco propuso que me encargase de la programación de un espacio nocturno que no ofrecía ninguna dificultad. Sólo tenía que escribir los guiones semanalmente, ceñirme al tiempo asignado y ya se encargaban en la emisora de buscar al locutor correspondiente. De este modo, disfrutaba de una especie de acreditación como colaborador, podía moverme sin problemas por las instalaciones de la radio y pedir las grabaciones que necesitase para escucharlas en un lugar de uso exclusivo para los de la casa.
Naturalmente, las grabaciones que solicitaba nada tenían que ver con mi programa, que era básicamente de repertorio, sino con las citadas pesquisas académicas. De este modo pude escuchar obras que sólo se habían interpretado una vez y que eran significativas en la producción de un determinado compositor.
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Estaba agradecido por el hecho de que me dejasen acceder al archivo. Pensaba que mi flamante status de colaborador era simplemente una condición necesaria para tal fin. Pero aquel puntual y modesto trabajo de programador (que yo estaba encantado de realizar con la simple contrapartida de acceder libremente a los fondos sonoros) tenía que pasar unos formalismos. Sí que hube de firmar una especie de contrato que, por la parte de RNE venía suscrito por el entonces muy célebre José María Calviño, director general de RTVE durante el primer gobierno socialista (1982-1986) y personalidad más que controvertida en aquellos años "del cambio".
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Tuve la fortuna de ser introducido en el manejo de los archivos —que entonces eran manuales— por Araceli Fernández Campa, a quien admiraba como cualquier oyente de Radio 2 del momento. Se portó maravillosamente y pronto aprendí una serie de cosas útiles.
En esos días de aprendizaje solucioné uno de los enigmas que me habían intrigado como oyente asiduo de Radio 2 desde los 70. Me refiero a que había una gran puntualidad en la sucesión de los distintos programas y nunca quedaba ninguna obra a medias o simplemente cortada en los últimos segundos, como ocurría en otras emisoras generalistas. Sabía, naturalmente, que los discos consignan normalmente la duración de las obras e incluso de las partes de que constan, pero me preocupaba saber cómo encontraban los programadores la pieza adecuada a la temática de su espacio para insertarla de tal manera que el conjunto de obras seleccionadas, más los comentarios, no pasase del tiempo previsto.
Araceli Fernández Campa me mostró los ficheros ordenados por orden alfabético de compositor, luego por géneros y finalmente me condujo ante unos ficheros donde figuraban las composiciones musicales catalogadas por su duración. Este catálogo era muy minucioso, particularmente en cuanto a las obras de corta duración. Por ejemplo, piezas de menos de 30 segundos. Y allí aparecía Webern y algún otro amigo de los aforismos. Obras de menos de 40 segundo, de 50 segundos, etc.
Otro detalle que me llamó la atención es que a la hora de redactar el guión había que anotar una referencia que figuraba en la ficha, la cual no remitía al disco en concreto (ya fuese de vinilo o CD, novedoso por entonces) sino a una cinta magnetofónica profesional donde se había grabado el contenido del disco nada más llegar éste a Radio 2. Supongo que así se preservaba mejor la calidad y el mantenimiento de los originales.
Y otra curiosidad era que algunas obras llevaban una indicación muy destacada (casi admonitoria) en la que se advertía que sólo se podía programar dicha obra con expresa autorización de la dirección. Los Carmina Burana, de Orff, era una de ellas, así que me imagino que se trataba de controlar los gastos por derechos de autor.
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En aquellos tiempos tenía algunos amigos en Radio 2, como José Luis García del Busto, y colegas que supervisaban mi trabajo y que fueron muy amables siempre, como Ricardo Bellés, entre otros. También veía al compositor Francisco Cano, con quien tenía más trato en el contexto de la ACSE (Asociación de Compositores Sinfónicos Españoles).
El trabajo se desarrolló en dos programas nocturnos que se titulaban Antología y Alborada. Había claras perspectivas de profesionalización en ese ámbito, pero la Universidad de Oviedo estaba a punto de emprender una importante aventura con la creación de la Especialidad de Musicología, así que en 1985 (tras más de un año de valiosa experiencia) abandoné las ondas radiofónicas, al menos de manera tan cercana y permanente.




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