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jueves, 14 de abril de 2016

Un guirigay de mil demonios desahuciados

Que el diablo es capaz de todo con tal de conseguir sus objetivos está más que demostrado a lo largo de su ya larga historia como representante del Mal. Puede incluso hacerse pasar por músico. O bien conceder ciertas destrezas musicales a quien, a cambio, le ceda su alma, aproximadamente como le ocurre al protagonista del Doktor Faustus de Thomas Mann. También les gusta a las huestes de Satanás generar confusión en los cantos eclesiásticos, algunos ya de por sí caídos en gorigoris y dislates varios. Pero la infernal legión emite otras sonoridades menos complacientes y bastante más abruptas y llamativas.
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El gran historiador del arte Joaquín Yarza ha explicado muy bien ciertas representaciones del Maligno en el arte medieval. En una de esas iconografías figura un demonio cerca del oído de aquel a quien desea conducir a una mala decisión. Es un demonio susurrante y sibilino. Por eso, puede aparecer pegado al oído de Herodes (responsable de la matanza de los Inocentes), al lado de Judas (traidor al Maestro) y de Pilatos, que tenía las manos más limpias que la conciencia.
Prosigue este autor aludiendo a otras voces demoníacas, mucho menos suaves y embaucadoras. Mi querido amigo Miguel Álvarez, compositor e investigador de las voces extremas y teratológicas o monstruosas, las calificaría de voces-límite si las hubiese incluido en su magnífica tesis de 2015, a la que habrá que dedicar una entrada más adelante. Esas voces cacofónicas son las que profieren los demonios cuando se les expulsa de un cuerpo que previamente habían conquistado.
Para aquellas personas que caen en poder del diablo, la Iglesia tiene en último extremo el remedio del exorcismo. Y cuando surte efecto, los demonios —a veces por decenas— salen armando un guirigay de mil demonios (nunca mejor dicho) y dejan en paz al desgraciado que había sido poseído por ellos.
Pero es tal su enfado por tener que abandonar aquel recinto en el que se habían encastillado, que prorrumpen en un discordante muestrario de efectos vocales que ya quisieran para sí los más diestros cantantes de ciertas músicas experimentales.
En estas situaciones de emergencia los demonios adoptan las sonoridades propias de los animales. Eso significa —y es de sobra conocido— que pueden graznar como grajos, rebuznar como burros, silbar cual serpientes y chillar con resultados absolutamente extrahumanos. La boca del poseído se convierte en un orificio defecante por el que salen disparados aquellos espíritus parásitos que lo atormentaban hasta la locura.
Cuenta Yarza que las representaciones plásticas han de contentarse con mostrar a los demonios saliendo de la boca abierta de los endemoniados. Mas para captar todo ese ruido, todo ese archivo sonoro nada temperado, hay que remitirse a la abundante literatura existente al respecto. Con esos testimonios, crónicas o leyendas y un poco de imaginación podemos aprehender y aun reconstruir el atronador espectáculo de la salida de los invasores, expulsados de un territorio en el que se habían colado con astucia en tiempos anteriores. Pero en esta guerra han de ganar los buenos, como en las historias clásicas de héroes y villanos, así que la “casa tomada” (a diferencia de la de Cortázar) sólo permanecerá temporalmente gobernada por las fuerzas del Mal y con la expulsión de los inquilinos será devuelta al orden y a la jurisdicción de Dios.
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El lector casi siente un poco de piedad por esos diablillos okupas que, de la noche a la mañana, pasan de estar confortablemente instalados a ser demonios desahuciados, indigentes y sin techo, al menos hasta dar con otro incauto donde guarecerse.
Y hasta le impresiona a uno la melancolía de las palabras que profiere el jefe de cierta pandilla de demonios expulsos. Nos referimos al caso de la endemoniada Momalega, relacionada con la historia de Santo Domingo de Silos, que Yarza cita por la edición del Valcárcel. Dicho demonio principal dice así: “Nos obligan a salir de esta casa, que en otro tiempo fue nuestra propiedad”.
¡Pobres diablos! ¿Cuándo aprenderán que ellos —como la mayor parte del género humano— sólo pueden firmar historias de perdedores?
“Exorcizo te, immundissime spiritus…”

Ref.: Joaquín Yarza: “El diablo en los manuscritos monásticos medievales”, p. 119. Codex aquilarensis: Cuadernos de investigación del Monasterio de Santa María la Real, 11, 1994, pp. 103-130.

Ilustración: Dibujo de David Medina©: Joven endemoniada”. Creado específicamente para esta entrada.

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