No sobra recordar que el concepto de
“orden” no equivale al concepto de “cuerda”, aunque eventualmente se usen de
manera indistinta en las fuentes. Pero en puridad los órdenes son agrupaciones
de cuerdas, normalmente en grupos de dos, pero también a veces en grupos de
tres. Así que cuando aludimos a una guitarra de cinco órdenes, solemos
referirnos a una guitarra que tiene en realidad diez cuerdas distribuidas en
cinco grupos de dos. Este sistema de órdenes sigue vigente en las bandurrias de
las tunas, entre otros instrumentos.
Pero en la práctica cotidiana hay mucha
variedad. Era muy normal que por lo menos el primer orden fuese simple, es
decir, formado por una sola cuerda para clarificar el punteo. Y hay otras
combinaciones hasta que la guitarra llega a ser el instrumento de seis cuerdas
que todo el mundo conoce.
Hoy traemos a este blog el último disco
de Thomas Schmitt. Se titula Música dels segles XVIII i XIX per a guitarra
de 5 ordres y está editado por La Mà de Guido (2016). Thomas Schmitt
utiliza una guitarra de cinco órdenes construida por José Ángel Espejo (Madrid,
1992) según modelo de Stradivarius.
El disco muestra un fenómeno curioso.
En los libros de carácter general el proceso evolutivo de la guitarra suele
presentarse de manera muy lineal: guitarra de cinco órdenes, guitarra de seis
órdenes y finalmente guitarra de seis cuerdas, con su propia evolución
constructiva. Pero este investigador y guitarrista nos muestra que la guitarra
de cinco órdenes (que ya tenemos desde el siglo XVI plenamente formada) no sólo
es la reina del siglo XVII y de la primera mitad del XVIII, sino que convive
con la guitarra de seis órdenes, que se estila a fines del XVIII, incluso con
la menos frecuente de siete y, lo que es más notable, sigue existiendo en pleno
siglo XIX al lado de la guitarra de seis cuerdas romántica o moderna. Creo
recordar que el manual de Carles Amat para guitarra de cinco órdenes se editó
repetidas veces desde fines del XVI hasta el siglo XIX incluido.
Un detalle que el guitarrista destaca
en sus notas de la carpeta del CD es que el repertorio guitarrístico en torno a
1800 todavía sigue siendo, en buena medida, poco más que una mercancía que hay
que vender, sin cargarla de conceptos sublimes sobre el arte, la creación y el
genio, que tan en boga iban a estar desde entonces en otras esferas de la
actividad musical.
Por esta razón, las partituras que se
editaban estaban pensadas para resultar adecuadas a diversas combinaciones
instrumentales. Una pieza para dos guitarras valía para ser tocada por una. Las
piezas para guitarras de seis órdenes se ejecutaban en guitarras de cinco con
algún que otro apaño para reubicar las notas del sexto orden, o a la inversa. Y
cosas así. Es decir, había que conseguir que el producto fuese versátil y que
la oferta pudiese interesar a cuantos más mejor.
Naturalmente, el talento de los
compositores permitía que incluso con este sistema de mercado tan poco idealista,
apareciesen obras realmente magníficas como algunas de las seleccionadas por
Thomas Schmitt en este CD. De hecho, la Grande sonate de Lhoyer, que abre el disco, tiene unas
variaciones como segundo tiempo que son palabras mayores.
Consciente de la práctica
verdaderamente desprejuiciada de aquella época, Schmitt no duda en adaptar piezas
de Ferandiere y Arizpacochaga para guitarra de cinco órdenes, cuando en
realidad están escritas para la de seis. Y es porque, como el propio intérprete
ha analizado, la melodía importa más que el tipo de movimientos del bajo y con
algunas licencias se obtiene un resultado perfectamente válido y acorde con los
usos de la época. Del mismo modo propone una versión de una sonata de Doisy
sólo para guitarra, prescindiendo del violín, expresamente opcional. Y, por
cierto, es la primera vez que se graba.
Piezas como el sugerente Minuetto
afandangado de Castro de Gistau
(que hibrida dos formas marcadas a fuego en la sensibilidad de los melómanos de
esas décadas) y otras de Lhoyer o Pierre Jean Porro completan la cuidada
selección que Thomas Schmitt nos ofrece en este nuevo CD. Escuchamos un
repertorio que circulaba en versiones escritas en música y a veces también en
cifra, pues la clave era que el producto se moviese, que pudiese contentar a
los más exigentes y a los aficionados destacados.
Con música como ésta nos salimos
del canon, del museo o del gran repertorio, para adentrarnos en los territorios
vivos de la práctica cotidiana, de la música que se podía escuchar en los
ambientes selectos de los salones pero que podía ser interpretada igualmente en
el ámbito doméstico por las personas suficientemente formadas en el arte de la
guitarra española.
No pretenden ser estas líneas una
recensión del disco sino tan sólo una noticia o, a lo más, un comentario
surgido ante el buen hacer de este colega musicólogo y magnífico intérprete.
Con todo, no está de más reconocer que Thomas Schmitt toca con un sentido del
tempo muy equilibrado. No cae en ese gusto por la velocidad que es toda una
epidemia en la interpretación de la música antigua y que le ha hecho ironizar a
Nicholas Cook no poco al respecto, como si Strawinski hubiese influido en
Vivaldi. Su criterio permite que su fraseo sea siempre muy natural, cómodo,
sutilmente estilizado y humanizado por un delicado sentido de la flexibilidad
del tempo de base cuando algún proceso musical (una semicadencia, por ejemplo) así
lo aconseja.
Esta claro que al interpretar las obras
de los autores citados, franceses y españoles a caballo entre los siglos XVIII
y XIX, Thomas Schmitt nos desvela una realidad que pocos conocen y que es como
un tesoro dentro del fascinante mundo de la guitarra de órdenes. Escribe el
guitarrista que espera “poder aportar con esta grabación un elemento más,
aunque sea mínimo, a la comprensión y estimación adecuada del pasado”. Es obvio
que lo ha conseguido con creces.