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jueves, 5 de enero de 2017

De rebuznos y rebuznadores

Una de las ventajas de la Estulticia, según Erasmo, es que produce un “alegre extravío de la razón”, como el de aquel ciudadano de Argos que se pasaba el día en el teatro, asistiendo de continuo a magníficas tragedias que en realidad sólo se representaban en su imaginación. O como el de quien, prosigue el de Rotterdam, oyendo el rebuzno de un asno lo confunde con una “orquesta prodigiosa”. Esto último ya sería pasarse de estulto, desde luego, incluso si se tratase del burro flautista de la fábula, aquel al que todo le ocurría “por casualidad”.
Ahora bien, no hay escritor antiguo o moderno que habiendo tenido que describir un rebuzno no haya acabado atrapado en la riqueza de esta explosión acústica de la naturaleza borriquil. Así que, atento como está este blog no sólo a la música en su sentido convencional, sino a cualquier manifestación sónica, ha llegado el momento de dedicar unas líneas a los rebuznos y a los rebuznadores, certificando en primer lugar que unos y otros se dan no sólo en el seno de la familia asnal sino también en la humana.
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Platero, que es la quintaesencia y paradigma del universo asinino, dice tantas cosas con sus rebuznos que su análisis daría para una tesina, si es que no la hay ya, del mismo modo que existen enjundiosos estudios sobre otras propiedades y simbolismos de los asnos, —o sea, sobre la “asinidad”, que así se llama— presentes en todas las grandes literaturas.
. Los rebuznos de Platero son a veces saludo, en ocasiones denotan pena o alegría, incluso canto enamorado, como ocurre en el capítulo 34 de Platero y yo:
De pronto, Platero yergue las orejas, dilata las levantadas narices, replegándolas hasta los ojos y dejando ver las grandes habichuelas de sus dientes amarillos”.
Esta transfiguración se debe a que Platero ha visto a su novia en una colina y el hallazgo deriva en un poderoso dueto:
“Y dobles rebuznos, sonoros y largos, desbaratan con su trompetería la hora luminosa y caen luego en gemelas cataratas”.
Claro que no todos los borricos son Platero ni todos tienen a un Juan Ramón Jiménez que los consagre. El de Platero, naturalmente, es sólo un ejemplo de los muchos que podrían aducirse en esta línea.
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Imposible, por otra parte, no referirse al poder de determinados rebuznos. Leyendo el Elogio del rebuzno, que es un apéndice a la obra El asno ilustrado o sea la apología del asno, de Manuel Lozano Pérez-Ramajo (1829), añadido en verso a las ediciones posteriores, descubre uno los infinitos méritos de “un rebuzno dado a tiempo”, como se dice en repetidas ocasiones.
 Se narran allí —“en heroicos, pollinales versos”— antiguas victorias militares en las que un ejército montado en burros triunfa sobre otro que marcha a caballo, básicamente porque los jacos no pueden soportar el rebuzno masivo de sus orejudos primos, que viene a ser —conjeturo— como el fin del mundo en el caletre de los pobres y asustados corceles. Sí, amables lectores y lectoras, en este rendido Elogio encontramos conquistas de reinos, triunfos de los dioses del Olimpo y mil trances más donde el telúrico tronar de un rebuzno hizo cambiar el curso de la Historia.
Se cita en dicho homenaje (de lectura obligada para quien no quiera ser un asno en asnología) a cierto autor que dijo que el género de los asnos es muy amplio porque incluye al género humano. En efecto, no son escasos los humanos que también han destacado como grandes borricos y algunos en particular en en el arte rebuznatorio.
Cuando decimos de alguien que rebuzna, estamos tlldándolo de burro. Por lo común todo esto discurre en el terreno de la metáfora. Salvo en sitios como Balsicas (pedanía de Mazarrón, Murcia) donde tienen un tradicional concurso de rebuznadores que se celebra en torno a la festividad de los Santos Inocentes y que sirve para conseguir fondos destinados al mantenimiento de la ermita de dicha advocación.
Así que sin salir de España y en fechas bien recientes, tenemos a unos pocos ciudadanos rebuznadores que probablemente hacen más por su pueblo que los muchos que en toda España, apesebrados en los entresijos del poder, sólo rebuznan de manera figurada pero, eso sí, con efectos catastróficos para el común de las gentes y de sus respectivos lugares.
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Esta tradición de Balsicas, que ya pasa de bicentenaria y que está llena de detalles interesantes en los que no me puedo extender, me lleva a la muy estudiada aventura del rebuzno que figura en el capítulo 25 de la segunda parte de El Quijote, donde se descubren las grandes dotes rebuznadoras de un par de corregidores.
Resulta que se había perdido el asno de uno de ellos y el otro le propone ir al monte a buscarlo mediante el reclamo de sus propios rebuznos. Se separan para abarcar más terreno, pero los dos personajes rebuznan tan bien que se confunden mutuamente con el animal extraviado. O sea, que uno rebuzna y oye una respuesta tan cabal que cree que le ha contestado el jumento perdido. Mas cuando va a su encuentro, se topa con su compañero de batida.
Cuando están ponderándose recíprocamente las habilidades en esta disciplina, coloca Cervantes una de sus perlas, donde bosqueja la estructura de un rebuzno modelo. Le dice uno de ellos al otro:
“por el Dios que me crió que podéis dar dos rebuznos de ventaja al mayor y más perito rebuznador del mundo: porque el sonido que tenéis es alto; lo sostenido de la voz, a su tiempo y compás; los dejos, muchos y apresurados; y, en resolución, yo me doy por vencido y os rindo la palma y doy la bandera desta rara habilidad.
Hay quien interpreta que los “dejos” son los acentos, pero tal vez haya que pensar en otra acepción de la época que apunta a los finales, en este caso de cada uno de los sucesivos rebuznos que en número a veces llamativamente alto suelen proferir estos animales.
Un poco más adelante, capítulos 27 y 28, encontramos otro lance donde el mismísimo Sancho Panza se desvela como un prodigio de la ciencia rebuznatoria.
“…yo me acuerdo, cuando muchacho, que rebuznaba cada y cuando que se me antojaba, sin que nadie me fuese a la mano, y con tanta gracia y propiedad que, en rebuznando yo, rebuznaban todos los asnos del pueblo”.
Dicho y hecho:
Y, porque se vea que digo verdad, esperen y escuchen, que esta ciencia es como la del nadar: que, una vez aprendida, nunca se olvida.
Y luego, puesta la mano en las narices, comenzó a rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos valles retumbaron”.
El caso es que acaba molido a palos, pues los oyentes están implicados en la historia de los dos corregidores y las inquinas de los pueblos vecinos y se lo toman como una burla hacia ellos.
Cuando se reúne con don Quijote, que ya se había marchado a toda prisa ante los palos y pedradas que les llovían, hay una reflexión muy interesante del hidalgo:
A música de rebuznos, ¿qué contrapunto se había de llevar sino de varapalos?”
No hay ningún contrapunto de varapalos, claro, pero la expresión me llevó sin darme cuenta al contrapunto popular e improvisado llamado varillas. Principalmente porque “varillas”, a su vez, también es sinónimo de “azotes” y, en esta línea, la “disciplia de varillas” se refiere a los flagelos que se aplicaban a los monjes pecadores con unas cuantas varillas de mimbre en un haz.
El asnólogo Manuel Lozano Pérez-Ramajo, que tanto nos enseñó sobre las maravillas de un rebuzno a tiempo, no deja de reconocer los problemas que se pueden derivar de un rebuzno a destiempo, como el del buen Sancho Panza.
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Un último detalle. La ambivalencia del asno —que a veces es demonio, pero acaso en más ocasiones animal benéfico, relacionado con el burro con el que entró Jesús en Jerusalén, o con el de la huida a Egipto de la Virgen, entre otros— conduce inexorablemente a que, en tiempos de creencias más maravillosas de lo razonable, el asno y los rebuznos humanos acabasen sonando en ámbitos hoy impensables. 
Pero eso es otra historia.



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