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jueves, 13 de abril de 2017

El Miserere del Santo Sudario (1)

La Catedral de Oviedo ofrece a quienes se adentran en su historia un buen número de tradiciones litúrgicas y piadosas. El canto del Miserere unido a la veneración del Santo Sudario, preciada reliquia conservada en dicha sede, es una de ellas.

La exposición del Santo Sudario se realiza contadas veces a lo largo del año. Además, esas ocasiones no fueron siempre las mismas. Ya que estas líneas se publican un Jueves Santo, recordamos en primer lugar que el Viernes Santo es efectivamente uno de esos señalados días. En concreto, se expone la reliquia y se da la bendición en dos momentos: al termino del oficio de la Pasión y al concluir el Via Crucis, ambos por la tarde. Las otras dos ocasiones clásicas son: en la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre) y su octava (21 de septiembre, que es fiesta local en Oviedo).
En términos generales los diversos autores que se han acercado desde el punto de vista histórico al Santo Sudario admiten que no tuvo una atención individualizada como reliquia en los siglos medievales. El conocido testimonio del enviado de Felipe II, Ambrosio de Morales (1572) es muy valioso a este respecto. Y aunque Morales habla de “veneración “antiquísima”, Enrique López sostiene que “esto es incompatible con todo lo que (…) nos dicen los documentos”, por lo que la tradición de veneración al Santo Sudario no la sitúa este autor (pues algo de verdad habrá en la afirmación de Morales) antes de finales del siglo XV, como muy temprano.
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Hago notar que en atención a esta ilustre visita el Sudario se expuso en fecha distinta a las citadas. Morales no se pierde detalle de nada y nos cuenta incluso los preparativos para los actos a los que va a asistir: “Pregónase por la Ciudad y por la tierra cómo se mostraría el Santo Sudario tal día”. Y luego no se olvida del ornato especial del templo en ese día señalado, con toldos, cortinas y paños de terciopelo negro. Al acabar la misa de Pontifical el obispo se dirige a la Cámara Santa, donde entre rezos recoge el Santo Sudario, cuyo marco, ubicación y soporte Morales ha descrito anteriormente. El Santo Sudario está recubierto con un velo. También el corredor previo a la Cámara Santa tiene dos cortinas, las ya citadas de terciopelo negro, que son corredizas.
El prelado se sitúa con el Santo Sudario en ese lugar y se abren las cortinas de terciopelo. “Luego -prosigue Morales su relación- se corrió también el velo de tafetán pequeño y al punto comenzaron los Cantores abajo el Miserere. El obispo recorre el citado corredor, parándose en los extremos en y el medio y luego se inicia el regreso a la Cámara Santa, tras haberse vuelto a cubrir el lienzo con el velo antes mencionado. En ese momento, el obispo, “con los que le acompañan dice el Miserere, y por su mano toca Cuentas y Relicarios hasta que la sagrada reliquia se pone en su caja”.
En 1572, pues, en la especial circunstancia de mostrar al enviado de Felipe II las pompas tradicionales en torno al Santo Sudario, se canta y se dice el Miserere. El decirlo equivale seguramente a salmodiarlo. El hecho de que lo canten los cantores apunta a la capilla de música de la Catedral, que estaba regida por el maestro Pedro de Alba y contaba con los medios suficientes para hacer la mejor polifonía de su tiempo.
No podemos saber a qué forma musical se acogió el Miserere que se cantó en 1572. Nada impide aventurar que pudo haberse cantado en fabordón, pues esta forma ya estaba en uso desde tiempo atrás. Ahora bien, de ninguna manera ese hipotético fabordón sería como el que se canta actualmente. Hay razones técnicas que lo demuestran. Además, no faltan testimonios que describen interpretaciones distintas de la actual en algunos aspectos. En realidad, la primera partitura completa fue preparada en 1957 por don Alfredo de la Roza, maestro de capilla desde 1958 hasta su muerte en 2004.
Actualmente el Miserere se escucha con un sistema de alternancia de coro en fabordón a cuatro voces y salmodia monódica a cargo de un salmista. Hubo épocas en que las voces blancas tenían un papel destacado. También hubo períodos en los que el Miserere no se concebía sin presencia del fagot, instrumento inexistente en la Catedral hasta fechas muy tardías y sin que sepamos si ocurría lo mismo con el más antiguo bajón.
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Mas lo cierto es que, de uno u otro modo, siempre se vivió y se vive con una misma e inigualable emoción. Dicho de otra manera: el Miserere no tiene especial relevancia musical, pues es formulario, como corresponde a la mayor parte de las obras ceñidas a este sistema. Piénsese que durante siglos los fabordones ni siquiera se escribían, ya que los cantores sabían improvisarlos.
De modo que cualquier cronista de este acto -desde Ambrosio de Morales en el siglo XVI hasta los periodistas del siglo XXI- se ve obligado, con estilo y palabras más o menos cambiantes, a testimoniar esta grandeza y esta sensación de dulce patetismo que se deriva de la visión del Sudario y de la simultánea audición del Miserere. Vean algunos ejemplos.
El 20 de septiembre de 1906, en el periódico El Carbayón aparece una información en la que se califican las exposiciones del Santo Sudario del día siguiente (que es otro de los característicos, según ya se dijo) como “acto grandioso siempre y conmovedor, durante el cual se dejan oír las patéticas notas del Miserere, mientras la multitud devota reza ante la santa reliquia”.
Es interesante observar cómo constelan las opiniones sobre este acto, sea en una fecha o en otra, en cuanto a la grandiosidad y emoción del mismo. Bellmunt y Canella así lo recogieron en su Asturias, al aludir a la “imponente ceremonia” y al momento tan especial de la exposición, “mientras la Capilla deja oír los patéticos acentos del Miserere, que parecen revestir entonces más íntima y espiritual significación”.
Hay una curiosidad, registrada en La Nueva España del 22 de septiembre de 1940, sobre el momento del traslado del lienzo al altar mayor, cuando “el notable bajo de ópera don Juan Cano cantó el “[O] Salutaris” de Mozart, a toda forma de gran cantante”. Como se puede observar, el lugar de exposición del lienzo ya no es el tradicional durante siglos, sino que se lleva al altar mayor, algo puramente circunstancial pero que, cuatro décadas después, acabaría por ser preceptivo.
La parte musical corrió a cargo de la Escolanía de Covadonga, de la que el cronista señala: “La Escolanía, coro de niños de voces maravillosas, cantó el ‘Miserere’, que ha sonado en las naves de la catedral con una religiosidad, tal como el más exigente puede desear para exponer el Santo Sudario”.
La Nueva España del día 22 de septiembre de 1942 aporta mucha información, básicamente por la presencia de la esposa del general Franco. Por ejemplo, se nos describe el paño que tapaba el acceso al corredor previo a la Cámara Santa, donde la Capilla de Covadonga, “un paño de damasco y grecas de oro que, remozado recientemente, volvió a lucir este año. Del mismo modo, los capitulares que asistían al obispo llevaban “trajes talares de gran gala”. El detallista y anónimo cronista se detiene de manera particular en el Miserere: “Comenzó el Miserere, otra joya desconocida para la inmensa mayoría de los gentes, que no saben cómo este Miserere de la Catedral de Oviedo ha sido escrito para su capilla hace siglos y que es de tal religiosidad, de tal emoción, que difícilmente haya otro ‘Miserere’ más profundamente impresionante”. Acto seguido, describe la manera de cantarlo, que resulta prácticamente igual a la que usa en la actualidad: “Lo canta la capilla por estrofas, y por estrofas contestan en medio tono los capitulares”. La expresión “medio tono” alude sin duda a la salmodia de los capitulares (ahora suele ser un salmista) que se contrapone a la textura polifónica de la capilla.
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Hoy sólo se trataba de recordar el arraigo de este canto, su especial asociación con el Santo Sudario y la emoción desbordante que produce escucharlo en dicho contexto. De este modo, una página musical absolutamente simple adquiere la relevancia y el valor de un auténtico icono sonoro de la Catedral de Oviedo.

Ilustración: Resurrección del Señor en un Misal del siglo XVIII (de la imprenta plantiniana).

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