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jueves, 18 de mayo de 2017

Musicoterapia pitagórica

El libro Vida pitagórica, de Jámblico, es sin duda una de las más deliciosas fuentes sobre Pitágoras y su doctrina. Es cierto que Jámblico vivió a caballo de los siglos III y IV de nuestra era, por tanto cerca de 900 años después de Pitágoras (siglos VI-V a. C), lo cual determina que se crucen en su texto muchas ideas de autores posteriores al filósofo de Samos. Pero también es verdad que la tradición pitagórica pervivía en diversos lugares del imperio romano aún en tiempo de Jámblico, el cual se sirvió además de textos antiguos hoy perdidos.
El autor de Vida pitagórica alude en varios apartados de su libro a la música y no se olvida de narrar la célebre historia de los martillos y los yunques que lleva a Pitágoras a descubrir los intervalos básicos de la teoría musical clásica. Hoy, sin embargo, nos recrearemos con el valor curativo que Pitágoras otorgaba a la música.
Por un lado, se le atribuyen las inevitables leyendas sobre lo que algunos tratadistas acabarían llamando los “prodigios” de la música. Uno de ellos ocurrió como sigue. Parece ser que cierto joven cortejaba a su novia a la puerta de su rival y con una extraña mezcla de furia y ardor, causada por una melodía frigia de un aulós que estaba sonando, se dispuso a pegar fuego a la casa. Pitágoras se encontraba allí y le reprochó su conducta, a lo que el joven, muy enfadado, respondió con insultos. Pasó entonces Pitágoras al ataque y le indicó al músico que abandonase la melodía frigia y que tocase en ritmo espondaico. Santo remedio. El joven se calmó y se fue para su casa tan tranquilo.
Además de prodigios de este tipo, Pitágoras practicó con sus discípulos (según Jámblico) un sistema de “arreglos, combinaciones y terapias musicales”. En líneas generales prestaban atención de continuo a la música como base de su concepción educativa. Pitágoras hacía que un intérprete de lira se sentase en el medio de los asistentes y así cantaban juntos ciertos peanes.
Ahora bien, había prácticas aún más específicamente terapéuticas. Por ejemplo, Pitágoras proponía unas determinadas músicas al atardecer, antes de acostarse, a fin de liberar a sus discípulos “de las turbaciones y resonancias diurnas”. Con este método, los iniciados en su sabiduría podían disfrutar de “sueños sosegados, agradables y además proféticos”. Lo mejor de todo es que para no tener una mala mañana tras el sueño, también les recetaba unas particulares músicas que les desperezasen y les despejasen convenientemente.
Sus recursos eran muy sencillos: bastaba con la voz, todo lo más acompañada por la lira. No gustaba de la flauta, instrumento que califica de “excitante”, tal vez porque se está refiriendo realmente al aulós, poderosamente chillón, cuyo imaginario dionisíaco es el polo opuesto de la apolínea lira. Obviamente, los arreglos y terapias musicales de Pitágoras también se aplicaban, según la tradición, para la curación de diversas dolencias. Al decir de Jámblico eran algo parecido a los ensalmos, como cantos mágicos con valor de exorcismo.
Pitágoras no necesitaba nada de esta industria musicoterapéutica tan elaborada, por la sencilla razón de que era un ser con cualidades parcialmente divinas y muy sabio. A él no hacia falta que nadie le cantase una nana para dormir porque tenía acceso a la música de las esferas, que “produce una música más plena e intensa que la terrenal por el movimiento y revolución sumamente melodioso y sumamente bello y variopinto, producto de desiguales y muy diferentes sonidos, velocidades, volúmenes e intervalos”.
Claro, así cualquiera no duerme bien y se despierta mejor.

Referencias
Ilustración: Fragmento de La Escuela de Atenas, de Rafael, con Pitágoras escribiendo ante un tablero que sostiene un discípulo en el que hay un diagrama y debajo una tetraktys.

Las citas proceden de Jámblico: Vida pitagórica. Traducción, introducción y notas de Enrique A. Ramos Jurado. Madrid, Ed. Etnos, 1991.

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