Siguiendo con los pitagóricos, traemos hoy a este sitio una sencilla nota sobre algunos principios numerológicos que esta escuela defendía como base de su doctrina y que podían ser ejemplificados y utilizables en términos musicales.
El número es el
principio que explica todo. El número uno es el símbolo de la igualdad, de lo
que, como dice Porfirio, “se mantiene en una identidad inmutable”. El dos, por
el contrario, es la alteridad, el cambio, lo “biforme”. El tres, en fin, es
aquel número que representa lo que tiene principio, medio y fin. Si añadimos el
cuatro se comprueba que, todos ellos sumados, dan el diez, que es el número
perfecto entre los pitagóricos, un “receptáculo” donde, siguiendo con Porfirio,
se halla “toda diferencia numérica, toda clase de razonamiento y toda
proporción”. Y como todo lo creado se rige numéricamente, este receptáculo
perfecto que es la década se convierte en el símbolo por excelencia del orden
universal.
Esa década la
expresaban los pitagóricos mediante el llamado número cuaternario o tetraktys, es decir, con una figura que
tenía cuatro hileras, de uno, dos, tres y cuatro puntos cada una, formando un
triángulo. Si establecemos las proporciones que hay entre todas ellas
encontramos las siguientes, que implican otros tantos intervalos
cuando las aplicamos a la división en un monocordio:
2:1, proporción
dupla, diapason (octava),
3:2, proporción
superparticular sesquiáltera, diapente (quinta),
4:3, proporción
superparticular sesquitercia, diatésaron (cuarta).
De este modo
obtenemos los tres intervalos fundamentales de la teoría pitagórica, cuyo valor
se extenderá a buena parte de la Edad Media.
Pero hay más
posibilidades:
3:1, proporción
tripla, diapason con diapente (octava con quinta),
4:1, proporción
cuádrupla, disdiapason (doble octava),
4:2, dupla, luego es
otra octava.
Parece que estos tres
intervalos compuestos no añaden nada especial a los anteriores. Hay otra
octava, una doble octava y una octava con quinta. Los pitagóricos admitieron
que añadir una octava a una quinta no desvirtúa el valor de la quinta, por el
sentido de gran fusión que se da entre dos sonidos a la octava. Mas el sistema
queda cojo, porque la octava con cuarta no puede deducirse en la tetraktys, ya que su proporción es 8:3.
Además, ésta es una proporción superpartiente, mientras que todas las
anteriores eran múltiples o superparticulares. El oído nos dice (y les decía a
los antiguos griegos, como se ve en la Armónica de Ptolomeo) que si la cuarta es consonante, lo seguirá
siendo si se le añade una octava, igual que ocurre y admitían para la quinta. Pero la razón les advertía de que la proporción 8:3 de la octava con cuarta no se hallaba contenida en la tetraktys. Por eso su papel oscila entre
unas fuentes y otras.
No puedo concluir sin
destacar que todo este juego numérico tiene siempre valores que van más allá de
la aritmética, o sea, que posee significados trascendentes, cosmogónicos y
místicos.
Por todo ello, la tetraktys adquirió un sentido sagrado, a
modo de amuleto pitagórico. Refiere Porfirio que, de hecho, la utilizaban
siempre en sus juramentos, a la vez que invocaban a Pitágoras “como a un dios”.
De este modo:
“no, por el que a
nuestro linaje otorgó el número cuaternario,
porque éste posee
como fundamento la fuente de la perenne naturaleza”.
Referencia
Porfirio: Vida de Pitágoras.
Argonáuticas órficas. Himnos órficos. Introducción, traducción y notas de
Manuel Periago Lorente. Madrid, Gredos, 1987.
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