I.
Cuando en 1995 se celebraron los 25 años de la fundación de una emblemática agrupación coral asturiana, la Capilla Polifónica ‘Ciudad de Oviedo’, tuve la grata oportunidad de pronunciar unas palabras de homenaje a don Alfredo de la Roza, a modo de preludio de su actuación al frente de la Escolanía San Salvador. Obtuvo aquella sesión una gran acogida, incluyendo la presencia del arzobispo de Oviedo, don Gabino Díaz Merchán, y del vicario de la Diócesis, don Javier Gómez Cuesta. Por su parte, don Alfredo dirigió a la Escolanía San Salvador en un cálido y hermoso concierto, en el que cantaron niños y niñas que hoy ya no lo son, pero que mantienen viva su admiración hacia don Alfredo a través de iniciativas como el Ciclo de música sacra ‘Maestro De la Roza’.
Cuando en 1995 se celebraron los 25 años de la fundación de una emblemática agrupación coral asturiana, la Capilla Polifónica ‘Ciudad de Oviedo’, tuve la grata oportunidad de pronunciar unas palabras de homenaje a don Alfredo de la Roza, a modo de preludio de su actuación al frente de la Escolanía San Salvador. Obtuvo aquella sesión una gran acogida, incluyendo la presencia del arzobispo de Oviedo, don Gabino Díaz Merchán, y del vicario de la Diócesis, don Javier Gómez Cuesta. Por su parte, don Alfredo dirigió a la Escolanía San Salvador en un cálido y hermoso concierto, en el que cantaron niños y niñas que hoy ya no lo son, pero que mantienen viva su admiración hacia don Alfredo a través de iniciativas como el Ciclo de música sacra ‘Maestro De la Roza’.
Entre los
escolanos que participaron es ese concierto estaban algunos que habían mudado
la voz, de modo que el coro, habitualmente de voces blancas, abordó un repertorio
que extendía sus registros vocales hacia el ámbito de los graves. Entre esos
chicos y chicas que se resistían a dejar la Escolanía hubo varios —como Gaspar
Muñiz Álvarez, Ignacio Rico Suárez o la organista Elisa García Martínez— que
después de haber aprendido mucho del maestro en vida de éste, han sabido
enaltecer su memoria tras su muerte.
Detalle de un retrato de don Alfredo de la Roza, tomado de la foto presentada para la oposición al magisterio de capilla. Su autor es José Cuadra Sánchez. Propiedad y cortesía de don Gaspar Muñiz Álvarez, discípulo del maestro y continuador de su obra en la Escolanía San Salvador.
II.
Por muchos motivos tengo un recuerdo muy cercano y especial de don Alfredo de la Roza que arranca de los momentos en que el maestro colaboró generosamente con las actividades de la Universidad, en los primeros años ochenta. Y por eso quiero hoy —cuando se cumplen 11 años de su muerte—, como en el cálido homenaje de 1995 antes citado, hacer mención de su prolongado magisterio musical en Oviedo y, si bien se mira, en toda Asturias, con ecos que en el mundo coral y litúrgico fueron más allá de los propios límites regionales.
Por muchos motivos tengo un recuerdo muy cercano y especial de don Alfredo de la Roza que arranca de los momentos en que el maestro colaboró generosamente con las actividades de la Universidad, en los primeros años ochenta. Y por eso quiero hoy —cuando se cumplen 11 años de su muerte—, como en el cálido homenaje de 1995 antes citado, hacer mención de su prolongado magisterio musical en Oviedo y, si bien se mira, en toda Asturias, con ecos que en el mundo coral y litúrgico fueron más allá de los propios límites regionales.
Alfredo de
la Roza Campo vio la luz en Santa Marina de Cuclillos (Siero, Asturias) el 5 de
diciembre de 1925. En 1932 la familia se traslada a La Felguera y es en esta
industriosa localidad donde se iniciaría en los secretos de la música.
Estudiaba por entonces en las Escuelas Cristianas de los Hermanos de La Salle
o, dicho en román paladino, Colegio Lasalle. En esa localidad tuvo la guía espléndida
de don Ángel Curto, director de la Banda de Langreo y músico benéfico para la
cultura musical asturiana y particularmente para las distintas localidades del
valle minero del Nalón.
Al ingresar
ya de lleno en la carrera eclesiástica, con estudios en Covadonga (1939), luego
cerca de Tapia, por fin en Valdediós, hasta instalarse en el Seminario de
Oviedo —aún en plena construcción—, donde se ordenaría sacerdote en 1951,
Alfredo tiene esa ventaja musical sobre sus compañeros. Pero sigue aprendiendo,
ahora de la mano de don Eugenio García Antuña, organista y maestro de capilla
de la Catedral y profesor de música en el Seminario. Ya en 1950, por tanto
antes de ordenarse, era la mano derecha de García Antuña en esta última
responsabilidad y no mucho después, en 1952, asume las labores de docencia
musical y dirección de la Schola Cantorum del Seminario. De modo similar, se
hace cargo de las responsabilidades musicales de la Catedral, ocupando
oficialmente el puesto de maestro de capilla en 1958, cargo que ostentó hasta
el día de su muerte, acaecida el 31 de octubre de 2004. Don Alfredo fue un gran
asturiano, noble amigo, quintaesencia del laureado Ochote Principado, figura
indispensable en la Federación Coral Asturiana, melómano exigente, viajero
experimentado, sobresaliente aficionado a la fotografía y al cine y muchas
cosas más imposibles de resumir en estas líneas. De su personalidad fecunda y
poliédrica estamos recordando sólo unos pocos detalles, que deseamos sean
suficientes para presentarlo a quien no tuvo la suerte de conocerlo.
El Seminario
Metropolitano de Oviedo fue, en verdad, el ámbito donde don Alfredo desarrolló
la mejor parte de su magisterio musical. Mas esta circunstancia no tuvo siempre
las mismas características y no se explica sin algunas precisiones. Es oportuno
recordar al arzobispo don Javier Lauzurica, un vasco formado nada menos que en
Comillas, en la escuela musical del P. Otaño (que luego continuaría nuestro P.
Prieto), porque dio un impulso extraordinario a la actividad musical del
Seminario. De hecho, hizo venir a don Ignacio María Olaizola Arrieta, nombrándolo
rector del Seminario en 1949, aunque aquí lo traemos a colación como
responsable de las enseñanzas de canto gregoriano, en el que también se instruían
los seminaristas.
III.
La Schola Cantorum, nos recuerda don Agustín Hevia Ballina en su libro sobre este centro eclesiástico, era "comitiva oficial del Prelado en todas sus actuaciones de carácter solemne". También es necesario advertir que el Seminario tenía por entonces más de trescientos alumnos, de los que unos noventa formaban parte de la Schola.
La Schola
Cantorum del Seminario ovetense estaba pues formada en sus mejores momentos por
casi un centenar de voces, todas ellas bien educadas musicalmente. El solfeo
era diario, y hasta en los recreos se reunían para cantar y ensayar. Por eso,
cuantos seguimos la trayectoria de no pocas personalidades de la música coral,
como Ignacio Lajara, Fernando Menéndez Viejo o Manuel Ovín -por citar sólo
algunos de los muchos nombres posibles-, encontramos siempre un momento de su
formación y de su su trabajo que está en deuda con aquella etapa y con las enseñanzas
musicales de don Alfredo en el Seminario.
Cuando se
celebró la inauguración del actual Seminario, a mediados de noviembre de 1954,
con asistencia como madrina de la esposa del Jefe del Estado, Carmen Polo de
Franco. y del Nuncio Apostólico, la Schola tuvo también un destacado papel,
siempre bajo la dirección de don Alfredo. Aquel día sonó Como la flor, de Torner, una Giraldilla de Benedicto y el asturianísimo
Axuntábense, con gran entusiasmo del Nuncio de Su Santidad, que tomaba nota
del significado de las expresiones vernáculas de la composición, según recoge
Antonio Viñayo en su libro El Seminario de Oviedo (1955), donde reproduce
la amplia crónica de la inauguración aparecida en el Boletín Oficial del
Arzobispado. Y es que el Axuntábense , como ha narrado Hevia Ballina en más de una
ocasión (la última con motivo de la sentida necrológica que le dedicó en La
Nueva España del 2 de noviembre de 2004) era una especie de himno oficioso de
la Schola Cantorum. Con frecuencia, al término de los actos litúrgicos, como
también es de sobra conocido y de hecho así se lo hemos podido oir al propio
don Alfredo, el arzobispo exclamaba: "De la Roza: ¡Axuntábense!". Y
no había solemnidad que no concluyese con esta pieza.
Pero lo más
grandioso de este magisterio no radica en la anécdota, sino en el repertorio
que se interpretaba. Don Alfredo había pasado a ser Maestro de Capilla de la
Catedral de Oviedo, pero en la práctica carecía de medios para desarrollar las
antiguas obligaciones de este oficio. Sin embargo, en las grandes solemnidades,
especialmente en Semana Santa, la Schola del Seminario se desplazaba a la
Catedral y allí se oían durante largas horas los prolongados oficios de
maitines, los responsorios de Semana Santa, con docenas y docenas de obras de
Palestrina, de Victoria, de los grandes maestros de la edad de oro de la
polifonía y también las severas y hondas composiciones de los autores del siglo
XX, imbuidas del espíritu litúrgico-musical derivado del célebre motu
proprio
“Tra le sollicitudine”, promulgado el la festividad de Santa Cecilia de 1903
por el papa Pío X. Y entonces, en esas décadas centrales del siglo, la de los
cincuenta y la siguiente, pues luego ya el potencial musical del Seminario
también decayó, los oídos de los ovetenses seguían educándose con la buena música
de su primer templo, exactamente igual a como había ocurrido
ininterrumpidamente desde al menos el siglo XVI.
La elaboración
de las copias de las partituras para los cantores era toda una odisea. O se hacían
a mano las noventa copias, entre los más expertos, o, más adelante, se
confeccionaban mediante un complicado proceso que requería una tinta especial,
llamada tinta ectográfica. El original hecho con aquella tinta se aplicaba
sobre un bloque de gelatina, que daba después unas treinta copias
razonablemente claras y de un color azulado. Aún se conservan en el Seminario.
Y es que don Alfredo era un experto copista de música, no sólo por razones de
su bella y clara grafía musical, sino por su interés en informarse sobre todo
tipo de procedimientos de edición musical. En Asturias no había nadie que fuese
capaz de realizar partituras tan perfectas con los sistemas de caracteres
adheribles tipo Letraset, o simplemente a mano, como muy bien sabían los
responsables de la Federación Coral Asturiana a la hora de realizar las
ediciones de las obras premiadas en sus concursos. Aquello que hoy, en la era
de las fotocopiadoras y los ordenadores, puede parecer un producto prehistórico,
fue visto entonces como una comodísima revolución. !Qué tiempos!
Don Alfredo con la Schola Cantorum del Seminario de Oviedo
(Foto cortesía de don Gaspar Muñiz Álvarez)
(Foto cortesía de don Gaspar Muñiz Álvarez)
IV.
Otra gran vertiente de su magisterio hemos de verla en su trabajo al frente de la Escolanía San Salvador, nacida en 1973 precisamente a la sombra de la Capilla Polifónica. Si uno analiza los compromisos litúrgicos de la Escolanía en la Catedral de Oviedo (de la que se desvinculó en 2005) hasta la muerte de su director, en el Adviento o en la Semana Santa, en la Navidad o en el Tiempo Pascual, se puede certificar que la Escolanía hizo prácticamente las veces de las antiguas capillas de cantores catedralicios. Con ella, don Alfredo de la Roza, que fue un maestro de Capilla sin capilla propiamente dicha, rindió un servicio impagable al culto catedralicio.
Como los antiguos niños de coro de las capillas musicales, los miembros de la Escolanía cantaban y aprendían bajo la dirección de don Alfredo. Y nos consta que las partituras que preferían no eran precisamente las más "infantiles", sino las de mayor calidad, entre las que no faltaban las del propio maestro. El magisterio de don Alfredo no pudo haber resultado más productivo. Por eso no nos extraña que hayan sido precisamente estos escolanos, hoy adultos hechos y derechos, los que se hayan impuesto la alta misión de preservar la memoria de don Alfredo de la incuria del tiempo. Don Alfredo no se veía a si mismo como un creador, por aquello que yo mismo bauticé, a mediados de los ochenta en un artículo de La Nueva España, como su "antidivismo militante". Lo que ocurre es que, en efecto, muchas de sus obras son arreglos o armonizaciones. Y otras muchas son piezas concebidas por las necesidades derivadas de los cambios litúrgicos habidos tras el Concilio Vaticano II. Pero aun en esas obras, que podríamos considerar funcionales, se ve la misma mano de maestro que inspira sus páginas más personales y comprometidas. Las cuales, por cierto, él era reacio a mostrar.
Otra gran vertiente de su magisterio hemos de verla en su trabajo al frente de la Escolanía San Salvador, nacida en 1973 precisamente a la sombra de la Capilla Polifónica. Si uno analiza los compromisos litúrgicos de la Escolanía en la Catedral de Oviedo (de la que se desvinculó en 2005) hasta la muerte de su director, en el Adviento o en la Semana Santa, en la Navidad o en el Tiempo Pascual, se puede certificar que la Escolanía hizo prácticamente las veces de las antiguas capillas de cantores catedralicios. Con ella, don Alfredo de la Roza, que fue un maestro de Capilla sin capilla propiamente dicha, rindió un servicio impagable al culto catedralicio.
Como los antiguos niños de coro de las capillas musicales, los miembros de la Escolanía cantaban y aprendían bajo la dirección de don Alfredo. Y nos consta que las partituras que preferían no eran precisamente las más "infantiles", sino las de mayor calidad, entre las que no faltaban las del propio maestro. El magisterio de don Alfredo no pudo haber resultado más productivo. Por eso no nos extraña que hayan sido precisamente estos escolanos, hoy adultos hechos y derechos, los que se hayan impuesto la alta misión de preservar la memoria de don Alfredo de la incuria del tiempo. Don Alfredo no se veía a si mismo como un creador, por aquello que yo mismo bauticé, a mediados de los ochenta en un artículo de La Nueva España, como su "antidivismo militante". Lo que ocurre es que, en efecto, muchas de sus obras son arreglos o armonizaciones. Y otras muchas son piezas concebidas por las necesidades derivadas de los cambios litúrgicos habidos tras el Concilio Vaticano II. Pero aun en esas obras, que podríamos considerar funcionales, se ve la misma mano de maestro que inspira sus páginas más personales y comprometidas. Las cuales, por cierto, él era reacio a mostrar.
Don Alfredo con la Escolanía de San Salvador (Foto cortesía de don Gaspar Muñiz Álvarez)
V.
Pocos sabrán que las Benedictinas de San Pelayo de Oviedo, que siempre cuidaron mucho la liturgia, le pidieron a don Alfredo la composición de salmos y antífonas para todo el ciclo anual. Don Alfredo abordó y concluyó esta ingente tarea. Y como las "pelayas" -singularmente Sor Ángeles Álvarez Prendes, directora del coro del monasterio desde hace más de 60 años- enseñan a otras comunidades de benedictinas de toda España, no es raro encontrarse con la música de don Alfredo en cualquier parte del país, o en las misas que retransmite la COPE, o ver un buen número de sus piezas en el Libro del Salmista junto con las de otros ilustres compositores. Quizá esto no sea "ser compositor" en el sentido trascendente de cuño romántico que aún persiste en muchos de los actuales creadores, pero responde muy bien a las antiguas obligaciones de los maestros de capilla, adaptadas a la estructura eclesiástica de nuestros tiempos.
Pocos sabrán que las Benedictinas de San Pelayo de Oviedo, que siempre cuidaron mucho la liturgia, le pidieron a don Alfredo la composición de salmos y antífonas para todo el ciclo anual. Don Alfredo abordó y concluyó esta ingente tarea. Y como las "pelayas" -singularmente Sor Ángeles Álvarez Prendes, directora del coro del monasterio desde hace más de 60 años- enseñan a otras comunidades de benedictinas de toda España, no es raro encontrarse con la música de don Alfredo en cualquier parte del país, o en las misas que retransmite la COPE, o ver un buen número de sus piezas en el Libro del Salmista junto con las de otros ilustres compositores. Quizá esto no sea "ser compositor" en el sentido trascendente de cuño romántico que aún persiste en muchos de los actuales creadores, pero responde muy bien a las antiguas obligaciones de los maestros de capilla, adaptadas a la estructura eclesiástica de nuestros tiempos.
Aún cabe ir
más allá. Sólo un músico con madera de artista es capaz de componer páginas tan
hermosas como el Memento, para las exequias del arzobispo Lauzurica, o como el
responsorio Seniores populi. En esta pieza se narra la deseada aceptación
de su hora, asumida por Jesús en los momentos previos al prendimiento. El
maestro De la Roza consigue un perfil de modernidad y de trascendencia, que es
heredero directo de la música del P. Prieto, un autor a quien él admiraba y con
el que tuvo trato frecuente. Incluso el dramatismo resulta llamativamente
acusado y con una cierta acidez determinada por el propio sentido del texto.
El músico
que hoy recordamos nos ofrece detalles que caracterizan su obra, más allá de las
diferencias que pudiera marcar la época de composición o el carácter litúrgico
de cada pieza. Por ejemplo, el maestro De la Roza gusta de los pasajes
afabordonados, como se puede comprobar en el responsorio Amicus meus. Dicho sea de paso, don
Alfredo de la Roza es el autor de la transcripción del Miserere tradicional en fabordón
de la Catedral de Oviedo. que acompaña el sacratísimo momento de la bendición a
los fieles con la exposición del Sudario del Señor. Esta es la más preciada
reliquia de la Sancta ovetense y se expone `rincipalmente a la veneración de los
fieles el Viernes Santo, el día de la Exaltación de la Santa Cruz y en su
octava, los días 14 y 21 de septiembre respectivamente.
No está de más,
como aviso para los directores de coros, reparar en las sutiles matizaciones de
dinámica que don Alfredo impone en sus partituras, con reguladores que afectan
a pocas notas, a pocos instantes, con contrastes dramáticos de intensidad en
los que siempre sale ganando el texto de la composición. En general, sus obras
son de los años sesenta y presentan un sesgo un tanto fronterizo. Por el uso
del latín, por la honda comprensión que el autor nos brinda del mensaje de los
textos empleados, captamos la deuda con la tradición del ya citado motu
proprio
de Pío X, pero hay en algunas páginas una cierta frescura en el melodismo, en
el fraseo que no se priva del cambio de compás para su mayor naturalidad,
incluso en la participación de la asamblea, que nos habla a las claras de un músico
sensible a los cambios que precisamente se estaban fraguando en los años, un
tanto contradictorios para la música litúrgica, del Concilio Vaticano II.
Todas estas
creaciones inspiradas han salido del corazón y de la cabeza de don Alfredo y
esperan pasar a los tórculos para arribar a las manos de estudiosos y
coralistas. El que fuera el último maestro de capilla de la Sancta ovetense
(pues el nuevo derecho canónico impuso el nombre de “prefecto de música” a su
sucesor) se lo merece.
Don Alfredo
falleció en Oviedo el 31 de octubre de 2004. Esta entrada se publica justo 11 años después, en testimonio de admiración hacia una trayectoria ejemplar.