domingo, 1 de octubre de 2023




 
El “lirazo” definitivo de Fideo de Mileto

El Jabato es un histórico cómic español de la editorial Bruguera. El primer número data de 1958. R. Martín (pseudónimo de Víctor Mora) y Francisco Darnís fueron, respectivamente, el guionista y el dibujante de El Jabato en su primera etapa. Este tebeo contó con un personaje singular y revestido con todas las galas del antihéroe. Me refiero a Fideo de Mileto, un joven y escuálido poeta tocado por una corona de laurel. Acompañado de su inseparable lira, recitaba unos versos que nadie quería escuchar. El fortachón del trío protagonista, Taurus, perseguía y acosaba a Fideo para que no mostrase su arte. A juzgar por las grafías con que se representa su música en el cómic, parece que lo destemplado de su instrumento era la clave de su mala fama. Las onomatopeyas sugieren algo así como bisagras oxidadas y chirriantes y todo tipo de cacofonías impropias de un cordófono tan apolíneo. Claro que, con una lira de solo tres cuerdas, tampoco se pueden hacer demasiadas florituras.

El músico y poeta es un ser debilucho en un contexto de guerreros, aunque en ocasiones usa la lira como arma muy eficaz. De hecho, su minuto de gloria con la lira quizá sea el narrado en El dilema de Fideo (nº 297, 1964). Por una serie de circunstancias, el rapsoda tiene que enfrentarse a unos rivales para ganar la mano de la princesa heredera de un sultanato. Hay algunos apaños, propiciados por el Jabato para ayudar a su amigo; pero, en un momento dado, el rival es de verdad y parece muy temible. Fideo consigue, no obstante, asestarle lo que él mismo llama el “lirazo definitivo” ante el asombro de la concurrencia. Podría decirse que la lira y la cabeza del damnificado conforman por un instante un instrumento de percusión, un idiófono de golpe directo (y tan directo).

El dilema del título se refiere a si sería mejor unir su destino a la princesa o partir con sus amigos. De cualquier modo, su hazaña no le convierte en un valiente caballero, ni tampoco el “lirazo” lo hará mejor músico y seguirá siendo el prototipo del perfecto chivo expiatorio. Con todo, su personalidad y su propio oficio rompen la simetría que El Jabato mostraba respecto a su modelo –El capitán Trueno, producto de la misma editorial– en todos sus personajes. Ciertamente, el joven y agraciado paje Crispín de este poco tiene que ver con el estrafalario Fideo de aquel. Para rematar la humorada, el guionista lo convierte en un músico de cuyas interpretaciones todos huyen como de la peste. Pero Fideo nunca perderá la moral ni la vocación.

 

El bardo Asurancetúrix o “el milagro galo”

No muy distinto es el caso de Asurancetúrix, el bardo de la aldea gala enfrentada a la poderosa Roma. Aparece en Astérix, el célebre cómic con guion de Goscinny y dibujos de Uderzo. El primer álbum se publicó en 1961. A partir del número 25, tras la muerte del guionista, Uderzo se encargó de continuar con la colección en solitario durante algunos años. Posteriormente, hubo nuevas colaboraciones, dificultades y pleitos que no vienen aquí al caso.

El bardo es permanente víctima de la incomprensión de sus paisanos. Lo más normal es que en las celebraciones lo tengan amordazado. Hay un aldeano especialmente dedicado a perseguir al músico, como le ocurría a Fideo con Taurus. Un detalle de interés es que vive en lo alto de un árbol. Los árboles son unos maravillosos ejes de la verticalidad. Conectan las fuerzas telúricas de las raíces con la zona terrenal del tronco y se proyectan en la copa hacia lo alto, como buscando las regiones celestes. Lo ha contado muy bien Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos. Asurancetúrix vive en una provincia aérea que es el espacio natural de la música. Pero, sobre todo, ahí arriba cree estar a salvo. Craso error, pues el acoso de sus paisanos llega incluso hasta su elevada residencia.

Un aspecto interesante –de entre los muchos posibles– es que sus versos y su música pueden desatar la lluvia. Todavía hoy se sigue diciendo –cuando alguien canta mal– que va a llover. Esta propiedad del bardo llega incluso a ser de un inestimable valor. Así sucede en Astérix en la India (1987), un volumen de los realizados en solitario por Uderzo. Arranca este número con la escena del jefe de la aldea pronunciando un discurso. Pide silencio. Asurancetúrix protesta y dice que está probando la acústica de su nueva cabaña arbórea. Empieza a llover. En ese momento un faquir indio cae estrepitosamente del cielo desde su alfombra voladora. Se muestra muy contento porque ha encontrado lo que buscaba: “la aldea de los locos y de la voz que hace llover”. Resulta que la princesa heredera de un reino de la India va a ser sacrificada para que los dioses se apiaden y concedan la lluvia que acabe con una tremenda sequía. El faquir lleva al bardo y a sus amigos a la India en su alfombra voladora. Como por el medio hay una conspiración palaciega y mil líos colaterales más, la aventura se convierte en una historia llena de suspense y emoción. Incluso el bardo pierde la voz, pero la recupera antes de que acabe el plazo para el sacrificio. Asurancetúrix es considerado el “milagro galo” que desencadena el monzón, pone fin a la sequía y garantiza las cosechas.

Otra aventura donde nuestro bardo adquiere protagonismo es en la titulada Astérix y los normandos (1966), nº 9 de la colección. En la fiesta de la aldea gala suenan unas canciones “modernas” que irritan a Asurancetúrix. Este reivindica la tradición con sus propios cantos, pero los asistentes la emprenden a golpes con él para dejar clara su opinión al respecto. El jovenzuelo que había animado la fiesta queda pasmado al escuchar aquellas canciones: 

“¡Esto es brutal, muchacho!” –le dice.

Y le augura éxito en el Olímpix de Lutecia, evidente alusión al Olimpia de París.

El bardo se marcha de la aldea en busca de públicos más selectos. Obélix le sigue la pista. Descubre el rosario de calamidades generadas por el músico allá por donde pasaba, como que las vacas hubiesen dejado de dar leche y cosas por el estilo. Un testigo admite haberlo visto, pero apunta que, por la forma de cantar, no parecía un bardo. Aún hay más, pues el tercer detalle destacable es para nota. Asurancetúrix consigue que los normandos sepan lo que es el miedo, un sentimiento desconocido para ellos. Pero con los cantos del galo sobreviene el “castañeteo de dientes”, el “temblor de rodillas” y, en suma, el miedo. Lo cual no deja de ser una manera de amansar a las fieras, a modo de un Orfeo un punto desprogramado.

Estos dos músicos de cómic tienen muchas cosas en común. Ambos representan historias muy claras de alteridad. No gozan del apoyo de sus coetáneos, pero internamente están convencidos de que son los portadores de un discurso elevado que, sin embargo, es perseguido y silenciado. Puede que les falte destreza, pero no ganas, entusiasmo, vocación y capacidad de sufrimiento. Tendrían, eso sí, que depurar su técnica. Pero entonces carecerían de gracia –de esa un tanto absurda que solo se ríe de los defectos– y no se les podría tomar como víctimas propiciatorias.




Ilustración

Viñeta de El dilema de Fideo (El Jabato nº 297, Ed. Bruguera, 1964).