jueves, 1 de febrero de 2024


Uno de los instrumentos imprescindibles para la interpretación históricamente informada de la música antigua es el sacabuche. Este aerófono de metal es el inmediato antecedente del trombón, si bien de menor tamaño y sonido. Se empieza a ver en los siglos finales de la Edad Media y está en uso hasta el siglo XVIII y aun después en casos más aislados. En España tuvo una gran aceptación y uno diría que, sobre todo, circuló en las capillas de música de las catedrales y otras sedes religiosas. Obran centenares de referencias al sacabuche en los documentarios sobre la música en dichos centros. Encontramos allí informaciones sobre contratos, pagos, búsquedas de ministriles de sacabuche y otras incidencias. 

Puesto que estos instrumentos se construían de diversos tamaños, eran capaces de formar familias y de realizar o doblar distintas voces del canto de órgano (polifonía) que se interpretaba en los templos. Pero no faltan piezas instrumentales del Renacimiento y Barroco donde los sacabuches desempeñan un importante papel en contextos áulicos, populares o simplemente distintos a los ámbitos sacros.

La imagen de este aerófono es un tanto ambivalente y para captarla es conveniente indagar –más allá de las actas capitulares– en fuentes literarias o en las crónicas de los siglos modernos. El nombre mismo da lugar a juegos de palabras con ‘buche’, ‘saca’ y ‘mete’. Esta voz también tiene que ver con desenvainar la espada. Pero, en general, parece ser un instrumento apreciado, versátil y considerado como muy completo. El modo de dar las notas en el sacabuche resulta del lugar donde se coloca el tubo deslizante que se extiende y se repliega. Es fácil imaginar la dificultad de afinación que esto implica, pues emitir las notas deseadas depende del oído y de la mucha práctica. El tubo se extiende o se retrae, pero en ese camino hay muchos lugares donde detenerse y la mayoría son inadecuados. Por eso, Melchor de Santa Cruz describe en su Floresta española (1574) la siguiente escena: 

 

“Preguntando a un clérigo que se llamaba Rávago adónde era su posada, respondió:

Mi posada es como punto de sacabuche, que la hago adonde se me antoja”.

 

Lo que sugiere que el ministril puede hacer cualquier nota, pero también desafinar cuando se pasa o no llega al punto exacto en el que ha de parar para obtener el sonido buscado.

El sacabuche gustaba y pronto cruzó el océano para asentarse en América. No lo hizo solo, sino junto con otros numerosos instrumentos. En el capítulo VII “De las danzas y bailes que en México se hacían”, de la Crónica de la Nueva España, de Francisco Cervantes de Salazar (1560) se cuenta un curioso proceso de recepción de instrumentos europeos que se añaden a los abundantes y variados que existían en América. Dice el autor que en todos los reinos hay música, “aunque los indios de la Nueva España son más flemáticos y melancólicos que todos los otros hombres que se sabe del mundo”. Se infiere por esa alusión a los temperamentos que los nativos se desenvolvían musicalmente con gravedad y ajenos, por tanto, a las pasiones derivadas de los temperamentos sanguíneos y coléricos. Ahora bien, el cronista halla algo de “desapacible” en los instrumentos precolombinos, pero cree que “con las demás cosas que de los nuestros han aprendido, saben muy bien tocar flauta, cheremía, sacabuche, trompeta, hornos y otros instrumentos nuestros a punto de canto de órgano”. La expresión “a punto de canto de órgano” queda ya explicada por lo dicho líneas arriba. Aclaro de paso que los “hornos” son los orlos o cromornos. Cervantes de Salazar justifica esta exitosa irrupción de los instrumentos europeos en el universo azteca no solo por la habilidad natural de los nativos, sino también porque agradaban a Moztezuma, como es propio de los reyes, y porque, este monarca “especialmente se deleitaba con la música”.

Otro testimonio sobre el sacabuche (igualmente en compañía de diversos aerófonos) nos lleva de la interpretación a la propia construcción de estos instrumentos en los territorios americanos. El padre fray Bartolomé de las Casas, en su Apologética historia sumaria, comenta la destreza que mostraban los indios para remedar la artesanía de los españoles. Cuenta la historia de un nativo que observaba discretamente el trabajo de un platero y que, al poco, él mismo realizaba y vendía piezas no menos primorosas. Por esta razón, los artesanos procuraban que no hubiese indios como testigos mientras realizaban sus obras. Y eso vale también para la música, pues “ninguna cosa ven, de cualquiera oficio que sea, que luego no la hagan y contrahagan”. Y añade: “Luego como vieron las flautas, las cheremías, los sacabuches, sin que maestro ninguno se lo enseñase perfectamente los hicieron, y otros instrumentos musicales”. Para dar una idea de su ingenio y habilidad, fray Bartolomé –en un aserto muchas veces citado por los estudiosos– llega a la hipérbole: “un sacabuche hacen de un candelero”. No duda el fraile de que también serían muy capaces de construir órganos. Por no hablar de las vihuelas, como las muy perfectas que cierto esclavo fabricaba.

Es evidente que estos testimonios han de pasarse por el filtro de la crítica. Surgen así algunas preguntas. ¿Por qué estos autores se asombran de lo despiertos que son los indios? ¿Por qué no lo iban a ser cuando ellos mismos y sus antepasados formaban parte de reinos, imperios y culturas más que desarrolladas? Aun reconociendo cierto paternalismo e idealización, creo que los testimonios aducidos permiten meditar sobre el hecho cierto de que, ya por entonces, las personas, las cosas y las ideas se movían con una facilidad sorprendente. De ello se derivaron muchas consecuencias (buenas y malas), hibridaciones construidas con mucho dolor y músicas de ida y vuelta que siguen cruzando el Atlántico, aunque ya desde hace siglos en ambas direcciones.

 

Referencias

Casas, Fray Bartolomé de las. Apologética historia sumaria. Vidal Abril Castelló (et al.). Madrid, Alianza Editorial, 1992.

Cervantes de Salazar, Francisco. Crónica de la Nueva España. Miguel Magallón, ed. Madrid, Atlas, 1971.

Santa Cruz de Dueñas, Melchor de. Floresta española. Ed. de Máxime Chevalier. Barcelona, Ed. Crítica, 1997.

 

Ilustración: Trois joueurs de saqueboute / Grabado de Aldegrever (s. XVU). [Fonds Albert Pomme de Mirimonde. Collection de documents iconographiques. Boîte 12, Concerts Allemagne, Hollande. Source gallica.bnf.fr / Bibliothèque nationale de France