domingo, 1 de enero de 2023

Cánones: entre el oficio y las preguntas de la esfinge


La mayoría de los lectores y lectoras de este blog –a quienes aprovecho para desearles un feliz año nuevo– habrán cantado en alguna ocasión el canon Frére Jacques. Esta melodía tiene la virtualidad de convertirse en una composición polifónica sin más material sonoro que ella misma. Basta con añadir nuevas entradas de la cancioncilla, estratégicamente escalonadas, para conseguirlo. Es la forma más simple y conocida de los cánones, pero no la más significativa.

Los compositores de los siglos mpdermps practicaron básicamente dos géneros de cánones, ambos ya más elaborados. El primer tipo permite obtener la voz o voces que faltan siguiendo determinadas indicaciones comprensibles en términos del propio oficio musical. El segundo género de cánones es el de los llamados enigmáticos. En ambos modelos, la cuestión consiste en obtener voces no escritas (una o varias) bien siguiendo indicaciones precisas, bien a partir de una o más de las partes escritas. Tanto unas como otras son distintas entre sí, a diferencia de lo que ocurría en el Frère Jacques.

Los procedimientos más sencillos dentro de esta primera gran familia de los cánones consisten en la retrogradación, la aumentación, la disminución u otras operaciones de la técnica musical. La partitura puede especificar lo que hay que hacer a base de fórmulas como “tiple, octava aguda, cancrizando”; es decir, que el tiple se obtiene leyendo la voz señalada para el canon en la octava aguda y del final al principio, o sea, “cancrizando”, expresión que alude a la falsa creencia de que los cangrejos caminan hacia atrás. 

Los casos más notables se dan cuando las instrucciones para resolver el canon suponen un sólido conocimiento de la teoría de la época. En ese sentido, durante el Renacimiento se escribieron muchísimos cánones que exigían convertir las notas escritas en otras “proporcionadas”; bien reduciéndolas a la mitad, a la tercera o cuarta parte; bien aumentándolas al doble o al triple. Esto no es del todo complicado, pero no acaba aquí la historia, pues se encuentran obras donde las proporciones son más difíciles de aplicar, como las de 3:2, 4:3 y muchas otras. Algo de esto se advierte en el diagrama explicativo de la mensuración de cierto canon, recogido por Sebaldus Hayden (De arte canendi): 


También ocurre que eventualmente hay que quitar las pausas o silencios. Del mismo modo, a veces es preciso agregar o eliminar los puntos de aumentación. En ocasiones, las figuras han de leerse como ordinarias pese a estar ennegrecidas, de manera que, en puridad, habrían de tener un valor imperfecto, más pequeño. No es raro prescribir que la melodía de la resolución haya de excluir ciertas figuras de la voz de la que se extrae el canon; por ejemplo, mediante la expresión “de minimis non curat”; o sea, que “no se ocupa de pequeñeces” y, en un contexto musical, que hay que desechar las notas con figura de mínima. Los ejemplos podrían multiplicarse, pero baste lo dicho como muestra

El segundo género de cánones supone un salto cualitativo muy notable. En efecto, los llamados “cánones enigmáticos”,(o “enigmas”, a secas) se llevan la palma en sofisticación y virtuosismo por la dificultad que entrañan. El ya citado tratadista Sebaldus Hayden apunta un rasgo que se repite en diversos autores: “no puede darse ninguna regla segura sobre los cánones enigmáticos, a los que se adscriben de ordinario los cantos”. Ello es así porque en estos casos también actúa la imaginación del autor. El P. Antonio Soler participa de estas mismas ideas y cree que en los cánones enigmáticos, sin reglas fijas, hay más de adivinación que de especulación.

En estos enigmas, las suscripciones textuales o lemas para la resolución no contienen solo instrucciones concretas, sino que incluyen frases bíblicas o literarias e incluso ilustraciones que actúan como pistas para hallar la voz o voces que faltan en el entramado polifónico. Y, naturalmente, incorporan asimismo todos los recursos del lenguaje musical que sean necesarios y que se usan en los cánones no propiamente enigmáticos. Sin duda ninguna, las numerosas páginas que Pietro Cerone dedica a estos enigmas en El Melopeo y maestro son la mejor fuente para conocer el pensamiento (casi diríamos que la estética) que guía la realización de este tipo de creaciones. En este blog ya se ha comentado el canon de los cuatro elementos y nos detenemos aquí en cuanto a Cerone, pues su aportación ha dado para no pocos estudios y merecería una atención específica. 

Lo cierto es que el concepto de ‘enigma’ llevó a los teóricos a pensar en la Esfinge, sin duda la más peligrosa proveedora de adivinanzas de la mitología griega. Solo Edipo supo contestar a sus abstrusas interrogaciones, en tanto, que los desafortunados que no encontraban la respuesta adecuada acababan muertos a los pies de la feroz preguntona. 

Concluyo con un ejemplo del que tengo una vivencia muy práctica y significativa. La historia se remonta a 1984. Cada mes y medio, más o menos, iba a visitar al P. José López-Calo (q .e. p. d.) a Santiago de Compostela para que me instruyese en la notación blanca proporcional del Renacimiento. No es la primera vez que comento lo generoso que fue conmigo. El caso es que, después de explicarme las proporciones y puesto que yo iba a tener una nueva clase no al día siguiente, como era lo habitual, sino dos días después,, me dejó unas fotografías para que transcribiese lo que allí había. Mis planes de paseo compostelano quedaron relegados en cuanto vi que el P. Calo me había puesto como deberes una partitura endemoniadamente difícil. Se trataba de una sección de la misa “Prudentes vírgenes”, a cinco voces, de Alonso Lobo. En concreto, el “Hosanna” del Benedictus. El lema decía: “duo currebant simul, sed bassis praecucurrit citius”; o sea, que “dos corrían juntos, pero el bajo avanzó más rápido”. El texto está inspirado en los pasajes evangélicos (Juan 20) donde se cuenta cómo María Magdalena descubre que la piedra del sepulcro de Jesús estaba quitada y que Él ya no yacía en su interior. Corre a decírselo a Simón Pedro, que se hallaba acompañado de otro discípulo, de “aquel al que amaba Jesús”. Pedro y el discípulo amado se dirigen de inmediato al sepulcro, pero este último iba más rápido y, lógicamente, llegó antes. 

Yendo a la música, se ve que en la voz del tenor hay dos claves y dos signos de mensuración, uno de tiempo perfecto íntegro y otro de tiempo perfecto partido. Ya se deduce que al bajo (la voz que falta) hay que aplicarle la clave más grave y el tiempo partido. De este modo, las notas valen la mitad y el camino se recorre antes. Pero, por si fuera poco, la obra incluye una serie de figuras ennegrecidas que modifican su valor por dicha coloratura, entre otros detalles. Tras horas de trabajo y la mesa del hotel donde me alojaba llena de restos de goma de borrar, pasé la transcripción a limpio y pude –peregrino superviviente y libre de enigmas– reencontrarme con Santiago. Al día siguiente el P. Calo me recibió como siempre en la residencia de los jesuitas de la calle Virgen de la Cerca. Miró la transcripción detenidamente, acaso un tanto sorprendido. Me parece que no contaba con que la hubiese resuelto. Al cabo de unos minutos me dijo que veía un problema. Pero era una falsa alarma. La transcripción era correcta. Acto seguido, el venerable musicólogo llamó al profesor Emilio Casares –quien había pedido al P. Calo esta inestimable ayuda– y le dijo, con muy buen humor, que me daba por “licenciado”. 

Al curso siguiente (1985-1986) comencé a impartir Paleografía musical (entre otras materias) en la Especialidad de Musicología de la Universidad de Oviedo y lo seguí haciendo hasta el curso 2020-2021 en las titulaciones de esta disciplina que se sucedieron desde entonces. Por supuesto, explicaba los cánones enigmáticos, pero nunca se me ocurrió realizar pruebas puntuables con ellos. Este tipo de acertijos musicales –sin duda fascinantes– no han de confundirnos. De hecho, aquí viene muy a cuento la reflexión del P. Antonio Soler, quien, dicho sea de paso, dedica amplio espacio a la misa de Alonso Lobo que nos atañe: “no tendrá́ culpa el Maestro de Capilla, aunque.sea excelente, y fuerte theorico, si en algún caso no acertare con alguna obscuridad de estas” (Llave de la modulación, p. 193). Reconoce este autor que él mismo no podría resolver el canon del ajedrez, recogido por Cerone, porque ni siquiera sabía jugar a dicho juego. Lo curioso es que resulta casi igual de oscuro para quienes sí saben. 

 

Ilustraciones

“Enigma del tablero de ajedrez”. Pietro Cerone: El Melopeo y maestro, libro XXII, p. 1129. Disponible en la Biblioteca Digital Hispánica.de la BNE.