viernes, 1 de marzo de 2019

La Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, del jesuita José Francisco de Isla, es una lectura tan poco fácil como llena de tesoros. La obra vio la luz en diversas partes y ediciones desde 1758. Como es de sobra sabido, el P. Isla critica severamente en su novela (cuajada de erudición) el estilo rebuscado de los sermones de su tiempo. 
El autor va contando la vida de Gerundio desde su nacimiento, elección del nombre de pila, primeros destellos de su particular vis para la palabra y, naturalmente, los años de formación con dos disparatados maestros. El primero de ellos, el cojo de Villaornate, alias Zancas-Largas, tiene una concepción de las reglas gramaticales que suscribirían algunos en la actualidad. Se basan principalmente en seguir en la escritura lo que sugiere la pronunciación, así que aparecen expresiones que van más allá de las licencias que a veces encontramos en los mensajes de WhatsApp. He aquí un ejemplo del osado preceptor de primeras letras: “El ombre ke kiera escribir coretamente uya qanto pudiere de egscribir akellas letras que no se egspresan”.
También enseña el dómine Zancas-Largas que las mayúsculas y minúsculas han de ir acordes con el tamaño de las cosas. Así, puede escribirse “Pierna de Vaca”, mientras que no encajarían de ningún modo las mayúsculas para “pierna de hormiga”. Igualmente exigía este maestro más rigor en asuntos de género, de modo que santa Catalina, pone como ejemplo, no es el “sujeto” de una determinada historia, sino “la sujeta”, lo que a su vez nos recuerda la polémica que organizó a mediados de 2008 la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, por hablar de “miembro” y “miembra”. Y si en el siglo XXI esta propuesta igualitaria causó notable escándalo (pese a que muchas expresiones en femenino, no usadas en tiempos pretéritos, ya forman parte del lenguaje ordinario) hay que pensar en la dureza del retrato que el P. Isla ofrece de este inconcebible preceptor y cómo se lo tomarían los lectores del siglo XVIII. 
Sin embargo, el niño Gerundico está entusiasmado con todas estas ocurrencias que, a mediados del siglo XVIII, insistimos, sólo podían estar en boca de un loco incurable. Queda claro que el “intrépido” Gerundio parece ser el discípulo perfecto de tan dislocado maestro.
Acabada esta primera enseñanza, el propio protagonista expresa sus deseos de entrar en religión, con la idea fija de convertirse en un predicador de fama. En el convento hace bonísimas migas con fray Blas, padre predicador mayor, del que se analizan algunos de sus demenciales sermones por parte del padre maestro, el sensato fray Prudencio. Se pone de relieve que este tipo de sermones estaba lleno de expresiones altisonantes, huecas, absurdas, incluso falsas; que discurría plagado de citas latinas, sacras y profanas, aplastado por la lluvia de retruécanos y demás figuras de la más oscura retórica que vieron los siglos.
Mas las propuestas de fray Blas, que son denunciadas por el “grave” fray Prudencio, encajan a las mil maravillas con los gustos gerundianos, de modo que se juramentan ambos en la idea de no hacer caso de las opiniones de “carcuezos” como el P. Prudencio y se ratifican en su decisión de acogerse a un estilo pensado más para el asombro y el aplauso que para la edificación de los fieles.
Cuando por fin consigue ser nombrado predicador “sabatino”, que es como un primer paso en la carrera del púlpito, se le concede la oportunidad de predicar en el propio refectorio del convento, acompañando la comida de sus hermanos de religión. El superior no le deja terminar, ni casi empezar, un tanto alarmado por el tono y contenido de la salutación con que inicia el discurso. 
Un poco más adelante le sale una plática de disciplinantes que, sin ser sermón propiamente, muestra los registros en los que se movía el aprendiz de predicador. La “mosquetería” del convento (los legos, los jóvenes…) le felicita, pero los padres “graves” tuercen el gesto y fray Prudencio le propina al díscolo charlatán una “repasata” durísima, llena de buenos consejos y notable erudición sobre el género. Los halagos tienen más peso que las críticas y fray Gerundio se mantiene pertinazmente en sus peregrinas ideas.
Es entonces cuando el padre de fray Gerundio, que había quedado encantado con la plática de disciplinantes, le invita a predicar en la festividad del Sacramento, en Campazas, como mayordomo que era a la sazón de la cofradía del lugar. Fray Gerundio no cabe en sí de gozo. Sabe que va a ser, en puridad, su verdadero primer sermón público.
Resulta proverbial la minucia con que el P. Isla describe todo tipo de detalles de la vida cotidiana de la época. De hecho, aunque se trate de una novela satírica, ha servido a muchos investigadores por la precisión en la descripción de sitios, costumbres, expresiones, vestidos, fiestas y muchas cosas más. De forma que, más allá de la finalidad crítica que pueda deducirse de lo referido en este primer sermón público de fray Gerundio, no queda la menor duda que las fiestas sacramentales del momento tenían en Campazas (aunque se describen las de Villagarcía de Campos, según los anotadores de la novela) y en general en España  el perfil que resume el autor cuando sitúa a fray Gerundio pensando en aquella festividad y en cómo su sermón iba a hacerse cargo de todas las “circunstancias” concurrentes, a saber: ese mismo hecho de que se trataba del primer sermón, que fuese en su pueblo, que se pronunciase en el púlpito de la iglesia donde le habían bautizado, que cantase la misa su padrino (el licenciado Quijano), que concurriesen también en dicha fiesta  “los danzantes de la procesión, el auto sacramental (que siempre se representaba), los novillos que se corrían,  las dos o tres docenas de cohetes que se arrojaban y la hoguera que se encendía la víspera de la fiesta”. (IV, 1, 571). Sin olvidarse del asunto principal, que era la propia celebración del Sacramento.
No es nuestra intención resumir el sermón de fray Gerundio ni enumerar las mil ideas insensatas e hilarantes que se le ocurren para sostener poco menos que Campazas es la patria del Santísimo Sacramento, sino valorar una de las “circunstancias” (y el término es muy propio del arte de los sermones) que se da en el mismo y que fray Gerundio no había calculado porque resulta más bien sobrevenida y no podía preverla en el arranque de su proyecto. Nos referimos a la particular misa que allí se celebra y a la música que en ella suena. Digamos, de paso, que el análisis más completo sobre la presencia de la música en esta célebre novela se halla en Antonio Gallego: La música ilustrada de los jesuitas expulsos(Sant Cugat, Ed. Arpegio, 2015). Pero hay un aspecto, relacionado con dicha misa y ese “órgano de los Zotes”, mencionado en el título de estas líneas, que merece unos párrafos desde otra óptica. Pero eso, a fin de no fatigar a nuestros lectores, lo dejaremos para la siguiente entrada.


Ilustración: Retrato del P. Isla. Grabado de 1840 perteneciente a los fondos de la Biblioteca Nacional de España.

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