miércoles, 3 de febrero de 2016

El castrapuercas según don Quijote

Estamos ya en la primera etapa del año cervantino. Se conmemora el 400 aniversario de la muerte del autor del Quijote. Hay más de un centenar de actividades previstas de amplio vuelo, no pocas aún en un estado un tanto difuso, como subraya un reciente editorial del diario El País. Y suenan muchas de las músicas que han tenido alguna inspiración en la literatura de Cervantes. Así, el aclamado Retablo de Maese Pedro, de Falla, que se presenta en el Teatro Real con marionetas gigantes de Enrique Lanz, nieto del creador de los muñecos del estreno de la obra.
A modo de guiño cervantino, que seguramente no será el último de este año en el blog, subimos hoy unas líneas sobre dos particulares instrumentos que aparecen al comienzo del Quijote (Cap. II): el cuerno de un porquero y el silbato de cañas de un castrador de puercos, aunque sólo nos extenderemos sobre este último.

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La escena
Nos hallamos en la jornada de la primera salida del hidalgo, ayuna de aventuras pero pródiga en malentendidos. Don Quijote, tras la fatiga del día, piensa que la venta que divisa a lo lejos es un castillo. Acto seguido toma por damas a las “dos mujeres mozas, destas que llaman del partido” (rameras) que allí estaban a sus puertas. El cuerno de un porquero, a cuya señal se recogían los cerdos, le suena a don Quijote como trompeta palaciega que saluda su llegada.
Tras una serie pasmosa de situaciones hilarantes, don Quijote se dispone a cenar. Las mozas le ayudan a quitarse parte de la armadura, pero no pueden desembarazarle de la gola y la celada; y como a don Quijote le faltan manos para comer, levantarse la visera y demás, habrán de ayudar al caballero en cada bocado. El hidalgo, siempre tan galante con aquellas —para él— principales señoras, remeda el Romance de Lanzarote:

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido…

Para beber, el ventero le aplica una caña en la boca y le suministra el vino por el otro extremo. La verdad es que esta escena podría pasar hoy por un acabado happening.
 A todo esto irrumpe en la acción un castrador de cerdos que ha de ser reinterpretado en consonancia con lo que el manchego imaginaba. Y que podría tener trabajo, pues recordemos que Cervantes ya había situado en el lugar al porquero guardando su piara a toque de cuerno. Nos dice Cervantes de este nuevo personaje que "así como llegó, sonó su silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don Quijote que estaba en un famoso castillo y que le servían con música".
Ese "silbato de cañas" es el castrapuercas (término que Cervantes no usa), castrapuercos, pito o silbato de capador o capador a secas, aún hoy día en uso en ciertas zonas de América y de España. Como dice Covarrubias: "castrapuercas, el instrumento a modo de flautilla que toca el que tiene el oficio de castrar".
Se trata de un instrumento ínfimo, un aerófono de unos pocos tubos verticales de distinta longitud, sin lengüeta, apenas capaz de dar unas escasas notas. Pero precisamente por la rusticidad de esta limitada flauta de Pan, la percepción del hidalgo ha de apuntar al lado opuesto y ser hiperbólica, asociando su modesto silbo a los sones de una supuesta música cortesana que le ofrecen en aquel castillo para amenizar su cena.
Cervantes procede, como es sabido, a una sistemática traslación del mundo real a la esfera de lo percibido por el caballero manchego: el pan negro se vuelve candeal, las rameras se trocan en damas, el ventero deviene señor del castillo y los dos instrumentos que ambientan sonoramente la escena (el cuerno del porquero y el silbato del capador) se elevan a trompeta palaciega y a música cortesana respectivamente.

El lado oscuro
Hay algo que no suele tenerse en cuenta cuando se alude al segundo de los instrumentos mencionados, ahora ya al margen de su cita en el capítulo II de la novela de Cervantes. Pues cuando en un remoto valle —y en aquellos siglos no tan lejanos— sonaba el castrapuercas, más de un campesino sabía que, tras aquella visita, su cerdo y su hijo, éste acaso por quebrado (herniado) o por su voz prometedora, acabarían en el mismo estado.
Se habla mucho de los castrati (capones, en el uso habitual de nuestra lengua), pero muy poco de los castradores, que no siempre reunían la cualificación adecuada para dicha operación.
Pascual Iborra, estudioso del Protomedicato, ha descrito los diversos perfiles y categorías del ejercicio de la medicina en humanos y animales. Vemos que, dejando a un lado a los oculistas, el resto de los profesionales relacionados (médico, cirujano, hernista, herrador y albéitar, y castrador de la cuatropea) puede tener responsabilidades de hecho en la castración de un hombre, aunque no todos la posean de derecho.
Así, el albéitar (que vendría a ser un veterinario, pues su misión era curar a los animales en general) y el simple castrador de animales incurrirían en intrusismo y delito si ejecutaban la operación de castrar en seres humanos. Pero lo cierto es que tal cosa ocurría, de modo que esta situación marcaría el grado más bajo y lamentable de dicha práctica. Y ocurría, ciertamente, pues no faltaban castradores sin escrúpulos, dispuestos a prácticar la operación en humanos.
Tenemos casos de este tipo de intrusos perseguidos por la justicia tras haber castrado a “racionales”, como se denunciaba en los edictos de búsqueda y captura. También conocemos las penas, no demasiado graves, que esta intrusión acarreaba. Y cabe deducir que muchos niños no fueron castrados por necesidad médica (ciertos tipos de hernia) sino por preservarles su buena voz de antes de la muda, con la que podrían ganarse la vida como cantores en las capillas de música de los centros eclesiásticos. Algo que la deontología médica no admitiría, pero sí el atrevimiento de estos capadores que, por lo demás, contaban con la complicidad de los padres.
¿Y cómo se anunciaban y hacían notar su presencia allí por donde pasaban? Pues ya lo saben: al son del castrapuercas, ese modestísimo instrumento que al hidalgo de La Mancha le sonaba a música de corte y a más de uno le recordaría el fatídico corte y el día aciago en que perdió la capacidad de procrear, acaso por mantener una voz aniñada que ni mucho menos en todos los casos acababa siendo lo suficientemente "de provecho, según se decía entonces,  como para ganarse la vida de cantor.

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Esperemos que el (en ocasiones) funesto castrapuercas no anuncie capadura, quebranto, ni merma alguna en las celebraciones dedicadas al Príncipe de los Ingenios y que en su lugar suene poderosa la trompeta de la Fama y las mil músicas que en en estos últimos cuatro siglos han bebido en fuentes cervantinas.


Ilustración de Gustavo Doré de la primera salida de D. Quijote.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el peculiar homenaje a Cervantes. Siempre se ha destacado el realismo de su novela y la humanidad de sus personajes, aun de esos que aparecen de forma tan ocasional en su novela. Una vez más, Medina aúna literatura y conocimiento para presentar algunos de los oficios destinados a tan singulares y siniestros personajes.

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    1. Agradezco mucho la simple lectura de estas cosillas que voy escribiendo para el blog y aún más que salguien se tome la molestia de añadir un comentario tan cordial al respecto. ¡Gracias mil!

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