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domingo, 1 de septiembre de 2019

Capones y tercer género (y 2)


De nuestro libro Los atributos del capón, imagen histórica de los cantores castrados en España extractamos unas líneas que sirven de continuación y cierre de la entrada anterior. La asociación con los ángeles, seres asexuados por definición, es un clásico en esta historia.
En efecto, la imagen del ángel, que puede ser cantor y suele ser lampiño, encajaría perfectamente. El humanista Cascales fue quien lo expresó con las palabras más bellas, aunque no suenen del todo sinceras: ”Todas las veces que se les ofrece los ángeles del cielo traer alguna embajada de parte de Dios, o hacer algún ministerio acá en la tierra, han tomado y toman, no forma de mujer, no forma de varón barbado, no, sino de hombre capón”.
Los ángeles celestiales, siempre en las alturas en nuestro imaginario, se asocian a los ámbitos vocales del agudo, a las voces de niños y capones. No en otros términos describe Eximeno en su novela músico-picaresca la interpretación de un Gloria: "el capón con el in excelsis se puso en las nubes. El bajo, con el et in terra se fue a los abismos".
En los abismos están las voces graves como en los abismos morales, en el lugar del eterno castigo, están los demonios, los ángeles caídos. Bernardo Robredo encuentra más natural comparar a los capones con los demonios que con los ángeles. "Yo confieso mi pecado y digo de mí que si por posible o imposible a mí se me hiciera la aparición del Nuncio Apostólico en figura capona, que huyera del cielo y tierra, porque de los deste siglo huyo como de todos los diablos". Y a continuación, no sin traslucir su condición profesional, el médico complutense añade: "porque sus caras y fisonomías me asombran y me estremecen como si vieran fantasmas; tanto que si por la mañana (cuando voy visitando) encuentro algún capón me persuado que es aparición de algún diablo en figura de capón, o por lo menos me pronostico mal presagio y me anuncio mal agüero". 
Cascales llevó su objetivo literario hasta el punto de situar al capón, en la misma sección de la epístola antes citada, como algo intermedio entre el hombre y la mujer. No mayor sentido ofrece la asociación de los capones con los hermafroditas. La detectamos alguna vez de manera muy colateral, pero más bien como una forma de insistir en la ambigüedad de género. Pero hay un elemento común entre la figura mítica del hermafrodita y la realidad del capón. Como ha analizado sagazmente Estrella de Diego, el género humano sueña con la metamorfosis, oscilante entre el simple disfraz y el antiguo mito del andrógino, y sueña en medio del deseo y de la pasión. Al término de las mismas sobreviene "el personaje", por seguir la cita de Canetti que encabeza su trabajo. También en los capones hay metamorfosis, si bien ajena a su voluntad y aún más ajena al deseo y a la pasión de las que hablaba la autora antes citada. Sin embargo, tanto en el caso del sueño apasionado de la metamorfosis deseada como en la metamorfosis cruel de la simple castración, el protagonista es empujado igualmente hacia el escaparate de lo singular, hacia el personaje. 
El mito del hermafrodita está perfectamente explicado en Platón. Hay en él un sueño de unidad, un deseo de recobrar la plenitud perdida. Lo podemos encontrar en toda una línea literaria desde entonces, con especial vitalidad en el Romanticismo y en torno al cambio del siglo XIX al XX. Seraphita, de Balzac, es la obra de referencia del género, lo mismo que en España hay que citar la muy posterior y mucho menos conocida Andrógino, de José Antich.
En la Edad Moderna hispánica el hermafrodita no era un ser mítico en absoluto, sino un ser humano con características sexuales mixtas. Por eso es susceptible de ser estudiado por la tratadística sobre el matrimonio, como también lo serán los eunucos, que aún salen peor parados a la luz de la teología y del derecho canónico. Ni marido verdadero ni padre, ni hombre ni mujer, ni humano ni angélico, ni hermafrodita siquiera, sólo posible en un tercer género que lo es todo y no es nada en su manifiesta ambigüedad, la imagen histórica del capón no dejó de llamar a las puertas de lo demoníaco y de lo monstruoso, para hallar en estas regiones una posibilidad de clasificación y la patente de su inagotable alteridad.

Nota bibliográfico: las referencias de todas las citas están indicadas con detalle en el libro del que se extractan los anteriores párrafos, apenas con algunas pequeñas modificaciones para adecuar el texto a este formato. Véase Ángel Medina: Los atributos del capón, imagen histórica de los cantores castrados en España. Madrid, ICCMU, 3ª ed. de 2011, p. 84 y ss.

Ilustración: El ángel caído (Madrid). 

sábado, 1 de junio de 2019

Capones y tercer género (1)


De nuestro libro Los atributos del capón, imagen histórica de los cantores castrados en Españaextraemos unas líneas curiosas sobre lo que se entendía en los siglos modernos por tercer géneroy cómo en ese ámbito acaban metiendo a los capones, que es la palabra ordinaria por entonces para aludir a los castrados, sean cantores o no.
El género de los hombres castrados interesó desde los tiempos clásicos. La biografía de Alejandro Severo incluida en la Historia Augusta alude expresamente a este hecho: "Alejandro decía que ellos formaban una tercera clase de hombres". La idea de un tercer género sería la más extendida y, de hecho, son también muchas las fuentes de la Edad Moderna que los ubican en ese tercer y anómalo lugar que se deriva de su consubstancial alteridad.
En España se había llegado a una doctrina aún más sutil en cuanto a los géneros de la especie humana. A mediados del XVII el Real Protomedicato era la más alta instancia en términos médicos. De ahí que nos interese conocer su dictamen acerca de esta cuestión. Digamos previamente que este dictamen se elabora en el marco de una discusión —impulsada por el doctor Antonio de Verastegui— sobre la posibilidad de que ciertos varones castrados pudiesen recuperar, mediante intervención quirúrgica, la posibilidad de procrear. 
El Protomedicato distingue siete géneros, aunque este concepto no ha de confundirse con lo que hoy entendemos por género, como se ve en la siguiente relación:
1. Hombres perfectos (incluiría hombres y mujeres)
2. Eunucos castrados en la infancia
3. Eunucos castrados de adultos
4. Frígidos
5. Infecundos
6. Mujeres que carecen de menstruación
7. Mujeres que tienen barba

Los dos géneros de eunucos se diferencian por razón de la edad en que fueron castrados. Traducimos lo referente a los dos géneros de eunucos:

"El segundo género de hombres es el de los eunucos a quienes se han extraído ambos testículos en la edad infantil; y a éstos no les nace la barba porque falta virilidad, calor y materia de la que se haga.
El tercer género es el de otros eunucos a quienes, en la edad adulta, teniendo barba, sucede que por causa del dolor o por otras causas, se les extraen los testículos, permaneciendo con barba puesto que antes de la extracción poseían virilidad y quizá fecundidad, y después se conserva en éstos el calor natural de las partes, y poniendo por el corazón la materia necesaria para la generación de los pelos, sólo falta la virilidad necesaria en otras partes constituyentes del cuerpo".

Las distinciones del Real Protomedicato recogidas en el opúsculo de Verastegui no tuvieron, obviamente, la difusión suficiente como para integrarse en la sabiduría popular de la época. La opinión vulgar habría de ver a los capones como seres humanos de difícil clasificación genérica. Para ser un hombre perfecto se requiere la capacidad de generación. Es lo mismo que la Iglesia exige para ser marido. Lo mismo que la tradición occidental le pide al verdadero padre. Como dice Claudiano de Eutropio, el cónsul eunuco, la castración "le arrebata su función de padre y su nombre de marido" .
Los críticos organizarán su ataque en dos líneas: dejando claro que no son hombres ni mujeres y, en segundo lugar, abriendo una categoría alternativa, llena de ambigüedades —un "tercer género" en definitiva— donde caben todos los horrores. 
En cuanto a la primera dirección ya la literatura antigua había trazado el camino a seguir. "Turba desdichada –exclama Claudiano de los eunucos en las postrimerías del imperio romano— abandonad los refugios de las mujeres, vosotros a las que un sexo ha rechazado y el otro no os asume, con los estímulos de Venus cortados y castos por esta herida". La literatura popular del Siglo de Oro nos ofrece versos como los siguientes, donde se destaca la no pertenencia de los capones a los dos géneros naturales (y aquí ya el concepto de género tiene que ver con lo masculino o lo femenino):

"Finalmente yo les tacho
por una gente infernal;
reniego de animal
que sin ser hembra, no es macho" .

Las mismas coplas aluden en otro pasaje a la "voz de monja" de los capones, de ahí que el poeta pueda hablar acto seguido del "hombre que es mujer/si le ponéis una toca" . Cuando se incluye a los capones dentro del género femenino ello no ocurre sin connotaciones peyorativas. Es un viejo recurso. El eunuco verdadero de la comedia de Terencio es definido como "viejo y mujer". Eutropio es "todo arrugas de vieja", "la más vil de las mujeres" o como una "vieja zorra" en el ácido poema que le dedicó Claudiano. 
Este mismo autor nos pinta la terrible vejez de los eunucos y nos viene a decir que llegan a ella rápida y directamente desde la flor de su belleza aniñada: "dos edades se han mezclado en vosotros y entre el niño y el viejo nada hay en medio". El eunuco viejo puede representar, como en estos ejemplos, el derrumbamiento físico de un ser marcado por la acción antinatural operada en él, pero también puede ser visto con una cierta dignidad. La tradición enseña que la severa reina Zenobia prefería a los eunucos viejos para su servicio antes que a las doncellas. La longevidad de algunos cantores castrados también supuso algunos valores añadidos en este terreno.
La imagen de niños que se hacen viejos sin que haya apenas estadios intermedios no la hemos visto aplicada a nuestros capones. Los castrati italianos del mundo de la ópera, con vidas mucho más públicas que las de nuestros capones catedralicios, sí ofrecen alguna pista en este sentido. Exactamente se les atribuyen reacciones de adultos cuando aún son relativamente jóvenes, “melancolía senil”, por decirlo en palabras de Celletti, que asocia este tipo de actitudes a la ausencia de testosterona. 
La convicción de que no encajaban bien ni en el género masculino ni en el femenino motivó un desvío satírico hacia el plano de la especie, de lo que hablaremos en la próxima entrada).. 

Nota bibliográfico: las referencias de todas las citas están indicadas con detalle en el libro del que se extractan los anteriores párrafos, apenas con algunas pequeñas modificaciones para adecuar el texto a este formato. Véase Ángel Medina: Los atributos del capón, imagen histórica de los cantores castrados en España. Madrid, ICCMU, 3ª ed. de 2011, p. 84 y ss.

jueves, 4 de mayo de 2017

"Cante la Castro, callen los castrados"


 En el libro sobre los cantores castrados en España, citado abajo, hay un capítulo titulado “El capón y la dama”. Obviamente, una temática como la enunciada es fuente de no poca literatura, especialmente de género satírico. Extraigo del mismo un ejemplo que refleja un estado de cosas en cuanto a los usos del teatro lírico en la España del primer tercio del siglo XVIII.
“El capón no sólo puede salir malparado cuando se enfrenta a una dama en lances amorosos. La lucha puede darse en términos profesionales. Es el tema de la cantante y el capón, que ilustramos con la figura de Francisca de Castro, célebre cantante del siglo XVIII y personalidad distinguida de una familia que contó con algunas otras mujeres destacadas en estos menesteres teatrales.
La defensa de los cantantes nacionales y el rechazo de la invasión artística de Italia (que se operaba en intérpretes y repertorio) generó diversos conflictos en esa centuria. Con motivo de la defensa de esta admirada cantante española se publica el folleto en el que aparece el siguiente soneto, recogido por Cotarelo y Mori en el texto citado al final de estas líneas:

“¡Oh, vos, que apostatáis de los barbones,
vos, maridos de anillo, hombres sisados;
llaves sin guarda, machos degradados,
que no sois más que dueñas con calzones!

Suspended, renegados de varones,
vuestros tonos blandujos, machucados:
cante la Castro, callen los castrados,
vayan a la cazuela los capones.

Canta, Francisca mía, pues tú puedes,
tú, con tu voz canora y lisonjera,
de Chipre en el jardín pasar por ave.

Y aun Júpiter, en vez de Ganimedes,
llevarte al cielo para sí pudiera
por beber en tus labios néctar suave”[1].

Jugando con el apellido de la cantante, los dos cuartetos de la composición embisten contra los castrados, en tanto que los tercetos ensalzan las altas cualidades vocales de la Castro. No lo hacen, de todos modos, sin cierta ironía, pues imaginan al mismo padre de los dioses optando por la rotundidad vocal y de género de la Castro antes que por la ambigua y adolescente belleza del efebo Ganímedes.
El contenido es claro para el lector actual. Imágenes como las de la llave sin guardas, del verso tercero, o los tonos machucados, del quinto, aluden obviamente a la característica deficiencia testicular de los capones. En la referencia a la cazuela del verso octavo podríamos estar ante un caso de doble intencionalidad, pues a la más evidente y gastronómica (capón a la cazuela) cabe añadirle el sentido de este mismo término significando una determinada zona del teatro. De manera que el soneto vendría a decir que los cantantes castrados han de retirarse y dejar libre el escenario para que brille en todo su esplendor el arte de la Castro. Nótese, por último, que, a juzgar por las fechas aproximadas de publicación, Farinelli no había llegado a la corte de Madrid, de manera que el ataque a los castrados tiene un carácter genérico y presumiblemente anti-italiano, al estar fuertemente asociado a esta nacionalidad el oficio de cantante castrado de ópera”.
Encontramos repetidas veces a Francisca de Castro en el primer tercio del siglo XVIII dentro del reparto de diversas obras líricas, sin que falten los papeles heroicos que exigían entonces voces agudas aunque se tratase del mismísimo Júpiter. Así ocurre en la zarzuela Por conseguir la deidad entregarse al precipicio, con libreto de D. Joseph de Bustamante y música de D. Diego Lana, estrenada en el corral de La Cruz en 1733 por la compañía de Juana de Orozco (véase abajo Cotarelo y Mori). Un papel de estas características sería muy apropiado para los castrati, pero hay que recordar que en España no había la presión que existía en los estados Pontificios (que eran un buen trozo de Italia) en cuanto a la presencia femenina en los escenarios.
Nota bene: se apunta líneas atrás, siguiendo lo escrito en Los atributos del capón, que el contenido es claro para el lector actual, pero la experiencia me ha enseñado que no se comprenden bien hoy día expresiones como “maridos de anillo”, “hombres sisados” o la alusión a los “barbones”. Pues bien, los maridos de anillo son los que ostentan esa condición a título formal, sin ejercer como tales. Los hombres sisados son los que tienen menos de lo que se supone que les corresponde, como una mercancía mal pesada, pero también alude a la sisa, que es un corte en la confección de los trajes, en paralelo con los cortes necesarios para la castración. Los barbones son monjes legos y también barbudos, que se oponen a los lampiños capones.

Referencias:

Ángel Medina: Los atributos del capón. Imagen histórica de los cantores castrados en España. Madrid, ICCMU, 2001, 2003 y 2011.

Gerigonza de Carnestolendas...ca. 1731-32. Recogido por Emilio Cotarelo y Mori, Orígenes y establecimiento de la ópera en España hasta 1850. Tipografía de la Revista de Arqueología, Bibliotecas y Museos, 1917, Madrid, p. 67.