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sábado, 1 de diciembre de 2018

Debussy y el wagnerismo (y 2)


Debussy no era un antiwagneriano (en el sentido como lo podría ser Fétis) sino un artista que deseó cumplir en vida lo que dejó inscrito sobre su tumba: Claude Debussy, músico francés, un artista que luchó ardientemente por la aparición de una música francesa que, tanto en lo instrumental como en la escena, acabase con el colonialismo a que estaba sometida.
Desde luego que algunos de sus escritos son verdaderas diatribas antiwagnerianas. Esto es público. Debussy repudió en múltiples ocasiones la grandilocuencia desorbitada de muchas escenas wagnerianas, el abuso del leit-motiv, un recurso -recriminaba- para uso de quienes no saben encontrar su camino en una partitura, fórmula tan tediosa y mecánicamente empleada en tantas ocasiones que desemboca en el absurdo; algo así, ironizaba, como si un invitado llegase a nuestra casa declamando líricamente su tarjeta de visita.
Tuvo también algunos logros en el difícil arte de la infamia. Por ejemplo, al definir como un “flirt acuático” el episodio de Albérich con las Hijas del Rhin. O calificar a la Tetralogía como “Bottin musical” -pero repare el lector en que Bottin no es sino el nombre de un grueso anuario del comercio parisino, cuya consulta debía de ser tan apasionante como en la actualidad una lectura exhaustiva del listín telefónico.
Pese a todo, Wagner fue para Debussy la representación del genio, un genio que puede equivocarse y con el que cabe no estar plenamente de acuerdo, por lo menos no estar de acuerdo gratuitamente. Pero un genio incuestionable. Y esto es evidente en los escritos de Debussy, lo que sin duda constituye el argumento más fuerte contra Wagner. Porque si elevamos a Wagner al reino de la genialidad, al lado de Beethoven, por ejemplo, estamos reconociendo su valor fuera de toda duda, pero estamos certificando su defunción en un aspecto, en el de artista capaz de suministrar ideas y planteamientos musicales adecuados para los nuevos tiempos (él, el artista del porvenir). Wagner deviene clásico, paradigma en el sentido de artista inmenso, pero nunca modelo a imitar. El arte wagneriano, “bello y singular, impuro y seductor”, como escribía Debussy, es entonces el canto de cisne de una civilización. Wagner sería (y recordamos una de las opiniones más malinterpretadas de Debussy) una hermosa puesta de sol que se tomó erróneamente por una aurora.
Se plantean inmediatamente dos preguntas. La primera podría formularse así: ¿Logró Debussy con su única ópera -Pélleas et Mélisande- distanciar definitivamente a la música francesa del drama wagneriano? De otra manera ¿es el Pélleas una alternativa francesa para la escena lírica? La respuesta ha de ser negativa por varias razones. De un lado, parece como si Debussy, después de haberse esforzado para desarticular la mayoría de las premisas artísticas de Wagner, cayese en la cuenta de que ni siquiera Wagner había seguido con fidelidad sus propias concepciones. O sea, que lo que Wagner componía no estaba de acuerdo con lo que Wagner teorizaba. La orquesta, dice, ha de completar la unidad de la expresión: el músico es el ejecutor de la intencionalidad del poeta, en perfecto acuerdo con dicha intención y al margen de toda arbitrariedad. Pero -genial contradicción- ocurre que en muchas ocasiones la orquesta habla al público con mayor elocuencia que los propios cantantes, abrumados por ella y condenados a una situación ciertamente embarazosa. Debussy, por el contrario, halló en el drama de Maeterlinck la posibilidad de dar a lo teatral un papel prioritario, mientras su música quintaesenciada subraya delicadamente lo que sucede. Hay incluso aspectos más explícitamente wagnerianos, tales como la relación argumental con el Tristán o los ecos del Parsifal en los interludios. (No olvidemos que el Parsifal supone para Debussy la creación wagneriana donde se respira más libremente). Utiliza incluso la melodía continua y el leit-motiv, pero no derrochándolo a manos llenas sino como una llamada a la memoria, llamada desvaída como corresponde a un drama de sombras, casi al margen del tiempo y de la realidad. No es de extrañar que Deems Taylor, en un artículo titulado “El wagneriano perfecto”, parodia por cierto del famoso escrito de Bernard Shaw, reconociese que “en cierto modo fue Wagner quien escribió Pélleas”.
Si en lo argumental y en parte de los procedimientos formales el Pélleas no supone una verdadera ruptura con Wagner -pese al fervor de los debussystas- la la siguiente pregunta viene por si sola: ¿Dónde radica la diferencia, por qué no podemos sustraernos a la consideración de la música de ambos como fenómenos esencialmente antitéticos?
En los escritos de Debussy, como ya hemos señalado, está presente la idea de que Wagner -ocaso genial- cierra brillantemente un ciclo de la música. No es otro el planteamiento orteguiano, con la particularidad de que el filósofo ve precisamente en Debussy al fundador de un nuevo ciclo musical. Así las cosas, parece que hay que poner en juego los conceptos de modernidadasimilación tal como los emplea Ramón Barce en el prólogo a su traducción de la biografía de Debussy escrita por H. Strobel. De forma que, v. g., Mahler pasa por un proceso de asimilación más la subsiguiente pérdida de modernidad, a cerrar el ciclo que parecía definitivamente concluso con Wagner. Y lo mismo, feliz hallazgo el de una historia que se revisa a sí misma, le ocurre después a Schoenberg.
Ahora bien, la trivialización de los dramas wagnerianos, debida a la enorme carga ideológica de sus textos (pero también de su música) suele ser proclive a poner de relieve el lado turbio de los mismos (caso Hitler, con Los maestros cantores), desembocando y sacando a la luz esa vidriosa mezcla, tan alemana, entre lo sublime y lo bárbaro de la que habló Thomas Mann en tantas ocasiones.
Tampoco la música de Debussy ha mantenido la “irremediable virginidad” ante las masas deseada por Orega. Ha sido asimilada, pero no del todo, y por eso le quedan destellos de modernidad que simbolizan el lado vigente de su obra y no, como quería Ortega, la parte eternamente impopular reservada para una élite de iniciados. Debussy respondió ante el wagnerismo en Francia con una altura moral y musical muy por encima de la mayoría de sus colegas, cumplió las consignas de claridad y orden que habían dado gloria a la escuela francesa, dejó abiertas inmensas posibilidades para la creación musical en el terreno de la articulación y la armonía y, a mil leguas ideológicas de Wagner, mantuvo a su música neutral, realizando premonitoriamente el sueño -sueño de Luciano Berio y sueño imposible- de presentarla ante el mundo desarmada.

Texto procedente, sin modificaciones significativas, del Libro programa del centenario de Wagner (1983) en el Festival de Música de Asturias de la Universidad de Oviedo.   n8jun                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  iedo.



viernes, 16 de noviembre de 2018

Debussy y el wagnerismo (1)


Tal vez haya sido Francia el país europeo donde el fenómeno wagneriano se manifestó de forma más radical. Ya no sólo se trata de que la música de Wagner haya irrumpido con mayor o menor fuerza en el país vecino, ni del grado de influencia entre los músicos franceses, sino del aspecto polémico, del enorme conjunto de manifestaciones contrapuestas que suscitó en Francia la música del compositor alemán.
Wagner acabó conquistando Francia y ni los críticos más duros pudieron resistírsele: así Saint-Saëns, en cuya obra son detectables ocasionalmente ciertos ribetes wgnerianos; o el caso de Claude Debussy (no sólo en sus primeras obras, donde la influencia de Wagner es evidente), cuando podría pasar por ser la respuesta realmente francesa a la dominación wagneriana y, para los más lúcidos, a la demanda estética del momento.
Antes de hablar de lo que supone Debussy en este sentido y de sus opiniones sobre Wagner, se hace necesario rememorar el ascenso del wagnerismo en Francia. Ascenso e intensa vivencia que, sin embargo, apenas se podían prever a la luz de la primera estancia de Wagner en París, durante el período de 1839 a 1842. Wagner acaba Rienzi, es cierto, conoce a Heine, Berlioz y Listz, pero por el momento es considerado en Francia como un modesto arreglista de números de ópera, discreto compositor de lieder en la onda del arte saloniery oscuro cronista de ciertas publicaciones alemanas.
Sólo años después, con los famosos conciertos de 1860 y la representación del Tannhäuseren París, la cuestión wagneriana adquiriría tintes de auténtica batalla de “doctrinas”, empleando la expresión deBaudelaire, quien por cierto fue uno de los que mejor supo valorar por entonces el arte wagneriano.
La suerte está echada. Se multiplican las audiciones de las obras de Wagner, se traducen sus textos y los defensores del artista alemán empiezan a publicar sus proclamas. Teófilo Gautier, Gerard de Nerval,, J. Péladan, Villier de L´Isle-Adam y el propio Baudelaire, por sólo citar a algunos de los más significativos,.
Paralelamente no pocos compositores franceses comienzan a adoptar las fórmulas wagnerianas, en ocasiones de forma acrítica, con el consiguiente perjuicio para la escena francesa, incapaz de sacar partido a sus propias tradiciones y débil para resistirse al influjo de Wagner, soberano despótico en el drama lírico.
Sobre el wagnerismo en Francia se han vertido opiniones lo bastante simples como para limitar peligrosamente con el error. Se han calificado de absolutamentewagnerianas obras como Fervaalde Vincent d´Indy, Psiché, de C. Franck y otras de Bruneau, Reyer o Chausson. Lo que no pasa de ser una opinión desmedida.. Pero también se han exagerado algunos aspectos del fenómeno contrario, a saber, la pretendida wagnerofobia de Claude Debussy.(Continúa).

Imagen: Libro programa del centenario de Wagner (1983) en el Festival de Música de Asturias de la Universidad de Oviedo, de donde procede esta nota.

martes, 30 de enero de 2018

Debussy y el señor Corchea


Se cumplen cien años de la muerte de Claude Debussy (1862-1918) y he pensado en dedicarle unas líneas que, como ocurre con frecuencia en este blog, surgen al hilo de la experiencia. Pues se da el caso de que una de mis ocupaciones profesionales fue la de traductor de los escritos críticos del compositor francés. Recuerdo que, tras unas pruebas, firmé el contrato con Alianza Editorial y en 1987 vio la luz la primera edición de las muchas que habría de tener El Sr. Corchea y otros escritos. Se partía de la compilación canónica de la Editorial Gallimard, que contenía la obra crítica completa de Debussy. Quedaba superada así la edición “histórica”, titulada Monsieur Croche, antidilettante, mucho más limitada en cuanto a los textos seleccionados y que circuló en nuestra lengua gracias a una traducción de Vicente Salas Viu -el ilustre crítico español exiliado en Chile y fundador de la Revista Musical Chilena-, publicada en Buenos Aires (Ed. Lautaro, 1945).
Lo de crear un personaje -el Sr. Corchea- que conduce el discurso estético de algunos de los textos, fue un préstamo que el compositor tomó de Paul Valery, exactamente de su Monsieur Teste. Parece que a Valery le hizo cierta gracia haber dado lugar a estos “ejercicios de transposición”, como los calificó, no sin alguna ironía, en una carta a Pierre Louys.
El señor Corchea aparece en un escrito para La Revue Blanche del 1 de julio de 1901. Debussy, usando la primera persona, se sitúa en una tarde deliciosa y un punto soñadora. De repente, llaman a la puerta y he aquí al Sr. Corchea, con su rostro “enjuto y pequeño y gestos visiblemente adiestrados para sostener discusiones metafísicas”. La descripción prosigue en términos muy ilustrativos: “Su porte general daba la impresión de un cuchillo nuevo”. 
Lo que más le sorprende al anfitrión son las peculiares opiniones del recién llegado sobre la música. Así que, tras las pocas líneas dedicadas a describir al personaje, ya le atribuye una manera de hablar de la música muy suya, sin tecnicismos, como si estuviese ante un cuadro. Es el caso de la música orquestal, por ejemplo. La de Beethoven sería en blanco y negro, con una “gama exquisita de grises”. Por el contrario, a Wagner le lanza una poderosa dentellada. Cuenta el narrador que el Sr. Corchea le define la paleta orquestal del alemán como un “amasijo multicolor, casi uniformemente extendido en el que me confesaba no poder ya distinguir el sonido de un violín del de un trombón”
Recuerdo que una de las curiosidades de la traducción sobrevino en un minúsculo texto, publicado en 1913 con motivo del centenario de Wagner. Alude en dichas líneas a un amigo “recientemente desaparecido”, que no sino el Sr. Corchea. El cual tenía por costumbre llamar a la Tetralogía el “Bottin” de los dioses. Pensaba uno, al primer golpe de vista, en el concepto de “botín”, en su sentido ordinario en castellano. Hasta que, al reparar de inmediato en que, así entendido, no tenía ninguna lógica, en que, por otra parte, estaba escrito con mayúscula y, naturalmente, en que "botín" se dice de otro modo en francés, empecé a sospechar que había gato encerrado. Sabía que el término “bottin” se usa en francés para aludir a grandes agendas, listines telefónicos o, en suma, a catálogos de cualquier cosa. Consultando un viejo diccionario enciclopédico que tenía en casa, el Larousse Universel (1922), encontré que en existía el grueso Anuario del comercio Didot-Bottin, al que sin duda se refería Debussy. Fue una de las dos o tres ocasiones en las que pude incluir una N. del T. (Nota del traductor) a pie de página, pues la política editorial de Alianza, en este tipo de libros, venía a decir que ha de ser el propio lector quien investigue sobre aquello que le interesa o, simplemente, no acaba de entender. Hoy día, una sencilla búsqueda en Internet nos ilustraría sobre las diversas etapas, propietarios (uno de ellos, monsieur Bottin, acabaría dando su nombre al producto) y crecimiento de este anuario que, con orígenes en el siglo XVIII, ha llegado a los tiempos actuales.
Asociar la Tetralogía con este tipo de tochos, si se me permite la expresión, le lleva a reconocer a Debussy que estas ocurrencias de su alter ego, el Sr. Corchea, son una “irreverencia”; pero lo equilibra con un cierto reconocimiento de Wagner al señalar que, pese al retroceso de la influencia wagneriana en Francia, “será necesario, durante largo tiempo todavía, consultar ese admirable repertorio”. 

***
Más allá de las intervenciones del Sr. Corchea, el resto de la obra crítica de Debussy no tiene desperdicio. Hay paginas muy notables sobre los músicos rusos, sobre E. Grieg, P. Dukas, V. d´Indy, C. Franck, Rameau, puyas contra el verismo y defensa de óperas tan perfectas como La Traviata, de Verdi, brillantes puntos de vista sobre diversas cuestiones musicales, como el caso de los niños prodigio, el concepto de música francesa, o la música al aire libre, entre otros muchos.
A modo de cierre de estas líneas, mencionaré un artículo de 1914 dedicado a la “música española, interpretada por españoles auténticos”. Supo ver Debussy lo que atesoraba nuestra música de ese momento, destacando el caso de Albéniz, aunque sin perder de vista las aportaciones de Turina, Pérez Casas, Conrado del Campo y del propio maestro Arbós, director de la Orquesta Sinfónica de Madrid, protagonista de aquella memorable velada.  Sonó allí una música española de indudable raigambre popular, en la que, como escribe Debussy, “tanto ensueño se mezcla con tanto ritmo, haciendo de ella una de las más ricas del mundo”.

Ilustración: detalle de la cubierta de la edición de la obra crítica de Debussy en Alianza Editorial.