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lunes, 1 de abril de 2019




En el escrito anterior dejábamos a fray Gerundio a punto de entrar en la Misa del Sacramento de su pueblo para predicar el sermón. A esos efectos, había estudiado todas las “circunstancias” dignas de ser mencionadas y relacionadas con remotos paralelos bíblicos o de la cultura clásica.  
El P. Isla describe una eucaristía que cuenta con los ingredientes habituales en las funciones sacramentales y patronales propias de cualquier pueblo. Buena parte de sus elementos se han mantenido hasta el día de hoy. Es cierto que los sermones ya prácticamente no se usan, pero fueron habituales todavía a mediados del siglo XX. 
La misa que se celebra en Campazas es de las llamadas popularmente “de tres en ringle”, o sea, con tres clérigos en el altar, estructura distintiva de estas funciones tan destacadas en la vida de las sociedades tradicionales. Presidía el citado licenciado Quijano, actuando como diácono y subdiácono sendos párrocos de la zona.
El predicador esperaba en la sacristía hasta que llegaba el momento de su intervención. Fray Gerundio se había compuesto y acicalado con mucho cuidado para la ocasión: perfecto afeitado, hábito nuevo y con los pliegues bien marcados, primoroso solideo de estreno, zapatos recién hechos y bien cosidos, así como dos pañuelos, uno en cada manga, que son todo un primor, el uno blanco y el otro de color rosa por un lado y perla por el otro.
Con la música llega la gran novedad. De entrada, los efectivos disponibles no parecen particularmente llamativos. Se cuenta con tres sacristanes de los contornos (el de casa estaba asistiendo al presbiterio) que “en punto de tono gregoriano, eran de los que hacían raya por toda aquella tierra” (614). Además, haciendo de bajo estaba el carretero del pueblo, “quien tenía una voz asochantrada” (614). Y, por arriba, estaba “de tiple un muchacho de doce años, a quien ex profeso había capado para acomodarle en la música de Santiago de Valladolid” (614). De modo que había solvencia en cuanto al canto gregoriano y aparentemente era posible realizar música polifónica.
Sin embargo, no hemos visto (aunque no hemos manejado todas las ediciones, pero sí algunas de las canónicas) que se haya nombrado lo que allí se estaba celebrando, que no es sino una “Misa de gaita”. Es decir, se describe lo que sucede, pero no se repara en el tipo de práctica en la que se inserta. Con la expresión "misa de gaita"se alude, tanto en términos populares como académicos, a una eucaristía cantada en latín con acompañamiento de gaita de fuelle. Su carácter popular y los cambios introducidos por una transmisión esencialmente oral determinaron que las piezas cantadas, procedentes de los repertorios de canto llano y mixto de los siglos modernos, se hibridasen con prácticas locales. Mientras que en Galicia y norte de Portugal estas misas desaparecieron a mediados del siglo XX, en Asturias se han mantenido y hoy día son un Bien de Interés Cultural.
La Iglesia fue muy reticente con esta liturgia popular. Por los mismos años en que se escribió la novela del P. Isla, constan prohibiciones de la gaita en el templo en Terra de Miranda (norte de Portugal), estudiadas por Mário Correia, y tenemos otras muy contundentes en Galicia y Asturias en tiempos posteriores. O sea, que la Misa de gaita sirve como un elemento más del espíritu crítico del P. Isla en cuanto a las prácticas litúrgicas del momento. El autor deja claro que, en todo caso, es una práctica importada de zonas leonesas más cercanas a Galicia, lo que parece muy lógico ya que se alude expresamente a la “gaita gallega”. 
Encontramos también licencias tales como la interpretación de una alborada a la gaita en medio de la misa. Alguien pensará que el jesuita exageraba, pero los estudiosos gallegos han recogido misas de gaita donde el gaitero incrustaba polkas entre secciones del “Kyrie” o del “Gloria”. O sea, que, de exageración, nada. Y el que quiera saber más sobre el asunto puede remitirse a nuestro libro, citado al final.
Por otro lado, se alude claramente al canto llano y se dice que la gaita sigue sus puntos (notas) del mismo. Ello nos permite deducir que Isla está describiendo precisamente la manera en que la gaita acompaña al canto en este tipo de misas, que es doblando la melodía en el agudo, pero con cierta descompensación temporal entre las voces y la gaita, lo que provoca la particular textura heterofónica que escuchamos hoy día en las misas de gaita de Asturias y en las tonadas acompañadas por la gaita. Las siguientes líneas aluden a este hecho y a lo pintoresco de este tipo de misas impropias de la zona, pero muy comunes en tierras no lejanas del Noroeste peninsular: “Y como era ésta la primera vez que se había oído semejante invención en las misas de aquella tierra, no se puede ponderar el golpe que dio a todos la novedad, y más cuando oyeron por sus mismos oídos que los dos músicos de bragas anchas, así en el Gloria como en el Credo, seguían el tono gregoriano con tanta puntualidad que no había más que pedir”. 
Hay detalles que suscitan preguntas difíciles de resolver. Se habla de dos gaiteros, pero para este tipo de misas basta y sobra con uno y, de hecho, a veces sólo se alude a uno, como subraya Antonio Gallego. Las gaitas de aquella época no estaban afinadas de manera estandarizada, lo que dificultaría el trabajo como dúo.
Un último aspecto destacable es que, con todo el espíritu de parodia que se quiera, el P. Isla deja claro que la gaita de fuelle interviene en lugar del órgano. Lo llama “equivalente” o “quid pro quo de órgano”. Por esa razón, el citado instrumento se denominará en lo sucesivo en aquella comarca “el órgano de los Zotes”. Por eso, ironiza: “¡qué oportuna, qué discreta, qué ingeniosa fue la invención de mi paternal mayordomo, cuando discurrió y resolvió festejar con ella la función del Sacramento!” (p. 630). 
En efecto, la idea de que la gaita acompaña el canto en lugares donde no hay órgano o armonio sigue siendo una realidad de las pocas misas de gaita que se celebran, con el Ordinario cantado en latín, en las pequeñas capillas rurales del Principado. Y este uso era del todo ordinario antes de que la gaita volviera a lucir ciertos estigmas dionisíacos por su asociación con las fiestas profanas, los cantos en los chigres(bares) etc.

Ilustración
"Verdadero retrato" del P. Isla. Biblioteca Digital Hispánica. BNE.

Nota Bibliográfica

José Francisco de Isla: 
Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas alias Zotes.
Madrid, Gredos, 1992. Ed. de José Jurado.


Antonio Gallego: La música ilustrada de los jesuitas expulsos(Sant Cugat, Ed. Arpegio, 2015).
CORREIA, Mário (2008), “A gaita de foles na Terra de Miranda”. Etno-Folk, 11, p. 104-147. 
Angel Medina: La Misa de gaita. Hibridaciones sacroasturianas. Gijón, Museopa, Fundación Valdés Salas, 2012


viernes, 1 de marzo de 2019

La Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, del jesuita José Francisco de Isla, es una lectura tan poco fácil como llena de tesoros. La obra vio la luz en diversas partes y ediciones desde 1758. Como es de sobra sabido, el P. Isla critica severamente en su novela (cuajada de erudición) el estilo rebuscado de los sermones de su tiempo. 
El autor va contando la vida de Gerundio desde su nacimiento, elección del nombre de pila, primeros destellos de su particular vis para la palabra y, naturalmente, los años de formación con dos disparatados maestros. El primero de ellos, el cojo de Villaornate, alias Zancas-Largas, tiene una concepción de las reglas gramaticales que suscribirían algunos en la actualidad. Se basan principalmente en seguir en la escritura lo que sugiere la pronunciación, así que aparecen expresiones que van más allá de las licencias que a veces encontramos en los mensajes de WhatsApp. He aquí un ejemplo del osado preceptor de primeras letras: “El ombre ke kiera escribir coretamente uya qanto pudiere de egscribir akellas letras que no se egspresan”.
También enseña el dómine Zancas-Largas que las mayúsculas y minúsculas han de ir acordes con el tamaño de las cosas. Así, puede escribirse “Pierna de Vaca”, mientras que no encajarían de ningún modo las mayúsculas para “pierna de hormiga”. Igualmente exigía este maestro más rigor en asuntos de género, de modo que santa Catalina, pone como ejemplo, no es el “sujeto” de una determinada historia, sino “la sujeta”, lo que a su vez nos recuerda la polémica que organizó a mediados de 2008 la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, por hablar de “miembro” y “miembra”. Y si en el siglo XXI esta propuesta igualitaria causó notable escándalo (pese a que muchas expresiones en femenino, no usadas en tiempos pretéritos, ya forman parte del lenguaje ordinario) hay que pensar en la dureza del retrato que el P. Isla ofrece de este inconcebible preceptor y cómo se lo tomarían los lectores del siglo XVIII. 
Sin embargo, el niño Gerundico está entusiasmado con todas estas ocurrencias que, a mediados del siglo XVIII, insistimos, sólo podían estar en boca de un loco incurable. Queda claro que el “intrépido” Gerundio parece ser el discípulo perfecto de tan dislocado maestro.
Acabada esta primera enseñanza, el propio protagonista expresa sus deseos de entrar en religión, con la idea fija de convertirse en un predicador de fama. En el convento hace bonísimas migas con fray Blas, padre predicador mayor, del que se analizan algunos de sus demenciales sermones por parte del padre maestro, el sensato fray Prudencio. Se pone de relieve que este tipo de sermones estaba lleno de expresiones altisonantes, huecas, absurdas, incluso falsas; que discurría plagado de citas latinas, sacras y profanas, aplastado por la lluvia de retruécanos y demás figuras de la más oscura retórica que vieron los siglos.
Mas las propuestas de fray Blas, que son denunciadas por el “grave” fray Prudencio, encajan a las mil maravillas con los gustos gerundianos, de modo que se juramentan ambos en la idea de no hacer caso de las opiniones de “carcuezos” como el P. Prudencio y se ratifican en su decisión de acogerse a un estilo pensado más para el asombro y el aplauso que para la edificación de los fieles.
Cuando por fin consigue ser nombrado predicador “sabatino”, que es como un primer paso en la carrera del púlpito, se le concede la oportunidad de predicar en el propio refectorio del convento, acompañando la comida de sus hermanos de religión. El superior no le deja terminar, ni casi empezar, un tanto alarmado por el tono y contenido de la salutación con que inicia el discurso. 
Un poco más adelante le sale una plática de disciplinantes que, sin ser sermón propiamente, muestra los registros en los que se movía el aprendiz de predicador. La “mosquetería” del convento (los legos, los jóvenes…) le felicita, pero los padres “graves” tuercen el gesto y fray Prudencio le propina al díscolo charlatán una “repasata” durísima, llena de buenos consejos y notable erudición sobre el género. Los halagos tienen más peso que las críticas y fray Gerundio se mantiene pertinazmente en sus peregrinas ideas.
Es entonces cuando el padre de fray Gerundio, que había quedado encantado con la plática de disciplinantes, le invita a predicar en la festividad del Sacramento, en Campazas, como mayordomo que era a la sazón de la cofradía del lugar. Fray Gerundio no cabe en sí de gozo. Sabe que va a ser, en puridad, su verdadero primer sermón público.
Resulta proverbial la minucia con que el P. Isla describe todo tipo de detalles de la vida cotidiana de la época. De hecho, aunque se trate de una novela satírica, ha servido a muchos investigadores por la precisión en la descripción de sitios, costumbres, expresiones, vestidos, fiestas y muchas cosas más. De forma que, más allá de la finalidad crítica que pueda deducirse de lo referido en este primer sermón público de fray Gerundio, no queda la menor duda que las fiestas sacramentales del momento tenían en Campazas (aunque se describen las de Villagarcía de Campos, según los anotadores de la novela) y en general en España  el perfil que resume el autor cuando sitúa a fray Gerundio pensando en aquella festividad y en cómo su sermón iba a hacerse cargo de todas las “circunstancias” concurrentes, a saber: ese mismo hecho de que se trataba del primer sermón, que fuese en su pueblo, que se pronunciase en el púlpito de la iglesia donde le habían bautizado, que cantase la misa su padrino (el licenciado Quijano), que concurriesen también en dicha fiesta  “los danzantes de la procesión, el auto sacramental (que siempre se representaba), los novillos que se corrían,  las dos o tres docenas de cohetes que se arrojaban y la hoguera que se encendía la víspera de la fiesta”. (IV, 1, 571). Sin olvidarse del asunto principal, que era la propia celebración del Sacramento.
No es nuestra intención resumir el sermón de fray Gerundio ni enumerar las mil ideas insensatas e hilarantes que se le ocurren para sostener poco menos que Campazas es la patria del Santísimo Sacramento, sino valorar una de las “circunstancias” (y el término es muy propio del arte de los sermones) que se da en el mismo y que fray Gerundio no había calculado porque resulta más bien sobrevenida y no podía preverla en el arranque de su proyecto. Nos referimos a la particular misa que allí se celebra y a la música que en ella suena. Digamos, de paso, que el análisis más completo sobre la presencia de la música en esta célebre novela se halla en Antonio Gallego: La música ilustrada de los jesuitas expulsos(Sant Cugat, Ed. Arpegio, 2015). Pero hay un aspecto, relacionado con dicha misa y ese “órgano de los Zotes”, mencionado en el título de estas líneas, que merece unos párrafos desde otra óptica. Pero eso, a fin de no fatigar a nuestros lectores, lo dejaremos para la siguiente entrada.


Ilustración: Retrato del P. Isla. Grabado de 1840 perteneciente a los fondos de la Biblioteca Nacional de España.