jueves, 3 de noviembre de 2016

Jean Wiéner: el gusto musical franco-americano

El París de los años 20 del pasado siglo era, sin duda, la capital cultural del mundo. Ejercía un magnetismo especial para gentes de todas las latitudes (rusos alejados de su tierra por la Revolución, literatos norteamericanos como John dos Passos o Hemingway, pintores y músicos españoles como Picasso o Falla…) y todo era posible en sus cafés, teatros y salas de conciertos.
Los extranjeros que llegaban a París no sólo se impregnaban de las tradiciones francesas sino que dejaban en esa ciudad-crisol algo de su propia cultura. Un caso muy destacado es el de la recepción de la música negra norteamericana en el seno de la élite artística de la capital francesa.
En efecto, el jazz (y los géneros con él entroncados) se había ido colando en la creación académica. Esto era previsible en Estados Unidos, pero paralelamente los grandes autores franceses se dejaban llevar por los ritmos americanos y perfumaban sus obras con toques jazzísticos que no siempre eran bien comprendidos por los oyentes más tradicionales.
Pueden encontrarse influencias de ciertos patrones de la música negra americana en autores como Ravel o incluso Debussy. Tales presencias aumentan en el Grupo de los Seis (Milhaud, Poulenc, Tailleferre, Durey, Honnegger y Auric) y alcanzan a otros menos conocidos, que estaban en la misma línea aunque no llegaron a entrar en el grupo de los elegidos.
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A este respecto, traigo hoy al blog a un músico que destacó más como pianista (y excelente improvisador) que como compositor, si bien mantuvo una notable dedicación a la música cinematográfica. Sus relaciones con Los Seis —especialmente con Milhaud y con el mentor del grupo, Jean Cocteau— fueron muy intensas e interesantes. Me refiero a Jean Wiéner (París, 1896-1982), cuyas fascinantes memorias conozco gracias a la profesora Marta Cureses, colega y amiga.
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La inauguración del bar Gaya tras la Gran Guerra, con Wiéner al piano y la colaboración del músico americano de color Vance Lowry, que tocaba el banjo y el saxo, marcó un hito a tener en cuenta en esta imparable invasión de la música de ultramar. Una tarde de 1920, Wiéner pudo anotar la presencia en el Gaya de Diaghilev, Cocteau, Picasso, la señorita Mistinguett, Gide, Maurice Chevalier, Satie, René Clair y otros tantos no menos destacados en sus respectivos campos. Luego vendría la época de Le Bœuf sur le Toit, otro punto de encuentro imprescindible para la comprensión de aquella efervescencia parisina de los años 20.
El propio Wiéner se convirtió en organizador de conciertos y en ellos hubo cabida para todas las vertientes de la nueva música. En diciembre de 1921 abrió el ciclo la orquesta americana de Billy Arnold. Albert Roussel se marchó dando un portazo. Ravel, que también estaba allí, felicitó al organizador. “Sin comentarios”, apostilla Wiéner en sus memorias. Ese mismo mes sonaría, con carácter de estreno en Francia, la primera parte del Pierrot Lunaire y no con el aplauso de todos. O sea, que si bien la pasión de Wiéner estaba en su manifiesto gusto franco-americano, no dejaba de abrir sus oídos y los conciertos que organizaba a las nuevas músicas de otras latitudes y tendencias.
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Además de en los locales citados y en sus propios ciclos de conciertos, Wiéner extendió el gusto por la música de Gershwin, el jazz y los nuevos ritmos norteamericanos a partir de un hecho en cierto modo casual.
Diré antes que la admiración que Jean Wiéner sentía por la música americana ya se había hecho notar en su primera sonata, llamada Sonatina sincopada, que data de 1923. “Mi manía de mezclar la forma clásica con la síncopa americana —escribe el autor—, todo relleno de acordes perfectos y aderezado con novenas, daría un estilo muy personal”.
Este mismo año de 1923 compone el Concierto franco-americano, para piano y orquesta de cuerda. En octubre de 1924 se estrena en el Teatro Mogador, en el marco de los Conciertos Pasdeloup, con el autor al piano. Se oyen protestas, pero a muchos les entusiasma. A la salida, los Rouché —el director de la Ópera y su señora— le dicen a Wiéner que quiere esa música para la fiesta de compromiso de su hija. Y que como en su casa no cabe una orquesta, que busque un segundo pianista para sustituir la parte de la cuerda. Así se hizo y aquello resultó todo un éxito.
Este pianista era un belga que había estado en Estados Unidos, llamado Clément Doucet. Wiéner lo había conocido días antes en una especie de demostración de un nuevo instrumento o ingenio sonoro llamado Orphéal. Wiéner vio algo en él. A primera vista parecía un pianista de segunda que no ocultaba su vocación de ferroviario. Tenía una “rara musicalidad” y tras su modestia se escondía un grande del teclado, que además sabía tocar a la perfección en el estilo americano que tanto admiraba Wiéner.
De un hecho tan aparentemente insignificante (casi un bolo), surge una pasmosa pareja artística, la de Jean Wiéner y Clément Doucet. Este dúo pianístico se presentó en 1926 y estuvo activo ininterrumpidamente hasta 1939. Ofrecieron más de 2000 conciertos por toda Europa (incluyendo varias ciudades españolas), hasta que el viejo continente volvió a estar en llamas. Sus programas siempre mezclaban a los clásicos con los contemporáneos franceses y americanos. Ho faltaban Strawinsky y las obras del propio Wiéner.
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La reflexión a la que podemos llegar es que cuando se habla de la influencia de la música negra norteamericana en la música de las primeras décadas del siglo XX, no basta con referirse a los detalles, muchas veces puntuales, que se aprecian en los nombres de oro de la creación musical del momento. Es preciso pensar que entre el jazz en estado puro (u otras vertientes de la música negra americana, como el rag-time, el blues, los espirituales, los ritmos antillanos, etc., que se escuchaban en ciertos locales de París) y las obras de algunos miembros del Grupo de los Seis, por ejemplo, hubo pasos intermedios que contribuyeron a espesar ese caldo de cultivo. Así, los protagonizados por Jean Wiéner, tanto en su faceta de compositor como en cuanto a su impagable labor como intérprete y difusor de todos estos nuevos ritmos y géneros que tanto atraían a la modernidad parisina de aquellos años irrepetibles.

Referencia:
Jean Wiéner: Allegro appassionato. París, Ed. Fayard, 2012. (Estas memorias se publicaron por primera vez en 1978).

Ilustración:
Ed. cit. de las memorias de Wiéner. La foto de la cubierta es de Man Ray.

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