domingo, 1 de diciembre de 2024

La Música como síntoma de la decadencia romana



Siempre hay música para todos los gustos. Unas veces va acorde con los tiempos y es esplendorosa o declinante según la grandeza o la decadencia de la época. En otras ocasiones, germinan músicas excelentes en tiempos difíciles; y a la inversa. Ahora bien, todas estas posibles valoraciones suelen estar mediatizadas por intereses extra-musicales de toda índole. La política, la moral o las exigencias económicas son algunos de los agentes que permiten entender el conocido juicio de Jacques Attali: “La música no es inocente”. Basta pensar en la Entartete musik –música degenerada, según la taxonomía nazi– para entender el papel de las ideologías en determinadas valoraciones. Por no hablar de las invectivas que hubo de sufrir el jazz en muy diversas circunstancias

Mas lo que se pretende explorar aquí es algo distinto, a saber: la percepción de la música como indicio de decadencia. En concreto, de la decadencia del imperio romano. El problema es que muchas veces se confunde decadencia con evolución. Ya en la Grecia clásica se dio este fenómeno. El aumento del número de cuerdas de la lira y la mezcla de modos y ritmos habría de gustar a los oyentes, pero también existía una mentalidad que apostaba por el inmovilismo, de acuerdo con las ideas rigoristas de Platón. Según refiere Pseudo Plutarco, el comediógrafo Ferécrates (s. V a. C.) se hizo eco de estos cambios, que culminaron con la figura de Timoteo, aquel “pelirrojo” al que Ferécrates pinta como violador de la música y (de manera literaria) de la mujer que la representaba alegóricamente en su comedia. 

Muchos siglos después, cuando el ciclo de la Antigüedad estaba en su última fase, hubo quien vio en la música los signos de una decadencia que, ciertamente, había empezado a socavar el poderío de Roma. Amiano Marcelino (s. IV) fue el gran cronista de su propio tiempo. En la Historia del Imperio Romano (desde el año 350 al 378) pasa revista a la situación de los diversos órdenes sociales, al parecer ampliamente nutridos de holgazanes. Lanza sus dardos contra el “repugnante grupo” de los eunucos, cuyo número e influencia corren parejos a “la decadencia del imperio”. Como se ve, reconoce abiertamente y sin ambages la decadencia de Roma. En este mismo contexto, encuentra en la música la cifra exacta de dicho declive. 

En efecto, las casas de la nobleza romana, donde dice Amiano Marcelino que se solía cultivar la inteligencia, han perdido este papel y son el escenario de placeres sensuales de toda clase. “Los cantores han expulsado a los filósofos” –asegura el historiador. Del mismo modo, afirma: “Ciérranse las bibliotecas como los sepulcros”. Y concluye con un tremendo aserto: “el arte solamente se ejercita en construir órganos hidráulicos, liras colosales, flautas y otros instrumentos de música gigantescos para acompañar en el escenario la pantomima de los bufones”. 

Cuenta Amiano Marcelino otro suceso “reciente” referido a cierto período de escasez en el que se ordenó a los extranjeros que se fuesen de Roma. No se respetó ni siquiera a los que ejercían profesiones liberales. Sin embargo, las compañías de histriones fueron excluidas de la expulsión y se contaron unos seis mil entre actores, bailarines y demás personal de la farándula. Amiano creía que, en otros tiempos, Roma había sido la sede de todas las virtudes. Exageraba, claro, Paralelamente, esgrimía un argumento complementario sobre la, según él, decadente actualidad. Se trata del clásico recurso en torno a las mujeres. Más exactamente, en contra “de esas con largos cabellos ensortijados” que se dedican a “barrer con los pies la escena”, a bailar, saltar, girar endiabladamente y realizar las posturas prescritas en las pantomimas, en lugar de estar casadas y tener al menos tres hijos para Roma. Véanse estos y otros detalles en la obra abajo citada (pp. 30-32).

La Historia augusta también recoge testimonios de interés en esta línea. Se discute su cronología, que unos sitúan en el siglo III y otros en el IV. Tras los excesos de Heliogábalo, Alejandro Severo buscó limpiar la corte de parásitos y darle un tono mucho más sobrio. Por eso se cuenta que no usaba el oro en su vajilla y vestimentas, que regaló la mayor parte de los eunucos a los amigos y que se desprendió de los músicos y demás gentes del espectáculo. Como señala su biógrafo Elio Lampridio en la citada obra: “Regaló al pueblo enanos y enanas, bufones, viejos cantores y toda clase de músicos y pantomimos”. O sea, que traslado a los demás lo que él consideraba inaceptable. Pero ya se sabe que la política de panem et circenses gozaba de buena salud en Roma.

Es evidente que los romanos amaban la música y las danzas sensuales de los teatros y las pantomimas y que los testimonios críticos no dejan de traslucir la intensa práctica de estas actividades. Pero los reparos salen tanto de los propios círculos del poder imperial, a veces añorantes de la antigua severidad republicana, como del emergente cristianismo que en pocos siglos habría de convertirse en la religión hegemónica de Occidente. 

Ya desde antes de la legalización del cristianismo por Constantino (312) las jerarquías y miembros destacados de la nueva fe habían empezado una dura batalla cultural en cuanto al papel de la música en la sociedad. Los instrumentos fueron el blanco favorito de sus ataques. Tenían que diferenciarse de los judíos, que usaban instrumentos en las sinagogas. Pero, sobre todo, luchaban contra las tantas veces hedonísticas músicas de los paganos, que se extendían por teatros, casas particulares y por las propias calles y vías del imperio. De esta situación se deriva la llamada “interpretación simbólica” de los instrumentos que aparecen en la Biblia, de la que hay información en diversas entradas de este blog. 

Uno de los maestros de tales interpretaciones fue Clemente de Alejandría (ss. II-III). Fue también un látigo para los paganos, tildándolos de supersticiosos y defensores de unas ideas envejecidas y, en cierto sentido, decadentes. Lo viejo es la muerte, el error y, especialmente, la ignorancia del “cántico nuevo”, que es vida, luz y Logos divino. Hay que olvidarse ya de Orfeo, de Arión y de todos los demás músicos legendarios de Grecia, puros engañadores, y nacer para el nuevo canto. El ataque frontal a las tradiciones paganas puede ejemplificarse con el siguiente párrafo de su Protréptico

A mí me parece que aquel tracio Orfeo, el de Tebas y el de Metimna, hombres tales que no eran hombres, se convirtieron en unos impostores que, con la excusa de la música, han destruido la vida; poseídos por los demonios, mediante un hábil encantamiento llevan a la perdición”. 

Es innegable que, pese a los fastos y el esplendor del imperio romano en sus postrimerías, había una carcoma que lo debilitaba y que presagiaba un cambio de ciclo. Mas también se produjo un intercambio entre las culturas, religiones y músicas de los muchos extranjeros que acudían a Roma. Cabe deducir, pues, que la caída de Roma se desarrolló en un marco muy favorable para el hecho musical; tanto que pudo haberse confundido con uno más de los excesos de la Urbe.

Me viene a la cabeza que Robert Musil, en El hombre sin atributos, veía al imperio austrohúngaro –y resumo de memoria– como un gigante con pies de barro. En él cristalizó otro cambio de paradigma de gran calado. Surge el psicoanálisis, la música atonal, entre otras novedades. Pero en Viena seguían sonando los valses como si el tiempo se hubiese detenido. Y en la Roma de los últimos emperadores, acaso los ciudadanos empezaban a esperar a los bárbaros –como ironizó Kavafis en un célebre poema–, revestidos de preciosas túnicas, anillos y brazaletes rutilantes para deslumbrar a los invasores antes de entregarles el imperio.

 

Ilustración

Columnas romanas. Mérida. Foto de A. M. (2015).

 

Referencias

Amiano Marcelino: Historia del Imperio Romano (desde el año 350 al 378 de la Era Cristiana). Tomos I y II. Trad.: F. Norberto Castilla. Madrid, Librería de la Viuda de Hernando y Cª, 1895.

 

Clemente de Alejandría: Protréptico. Traducción de Mª Consolación Isart Hernández. Madrid, Gredos, 1994.

 

Plutarco [Pseudo]: Sobre la música. (Plutarco. Obras morales y de costumbres XIII). Introducción, traducción y notas de José García López y Alicia Morales Ortiz. Madrid, Gredos, 2004.

VV. AA.: Historia Augusta. Ed. de Vicente Picón y Antonio Cascón. Madrid, Akal Clásica, 1989.