jueves, 8 de septiembre de 2016

La infancia de Pessoa se cuela en un concierto



Este comentario está dedicado a un poema de Fernando Pessoa que forma parte de Lluvia oblicua, colección escrita en 1914 y publicada al año siguiente. Narra un recuerdo infantil que al poeta le sobreviene en un concierto. Para animar a su lectura y disfrute, presentaré la secuencia de los hechos con alguna que otra cita del poema y un esbozo del contexto estético.
Los primeros versos nos ponen rápidamente en situación. El director mueve su batuta y suena una música lánguida. Al poeta le viene a la memoria una escena de su infancia en la que aparece lanzando una pelota contra el muro del jardín. Si tenemos en cuenta que a la muerte de su padre (cuando Fernando tenía cinco años) la familia se marcha a vivir a una casa sin jardín, no es descartable pensar que este recuerdo se remonte a esa escasa edad, a un tiempo que fue pleno y feliz, a diferencia de lo que habría de sucederle a partir precisamente de aquella temprana orfandad. De hecho, en un poema titulado “Eu” (“Yo”), alude a la “dicha transitoria” de la infancia y reconoce:

“Después, malograda trayectoria
de mi destino sin esperanza”.

Un primer elemento de contraste es que frente a la tristeza que se predica de la música del concierto, se opone un mundo de movimiento y de juego. Además, la pelota esrá decorada con un perro verde que corre, por un hemisferio, y con un caballo azul que galopa montado por un jockey amarillo, por el otro. Está claro que el lejano ayer de los días infantiles se ambienta con colores más brillantes que el tiempo cercano donde se desarrolla ese recogido concierto.
Merece la pena recordar que el entorno familiar era muy musical. Su padre, funcionario de profesión, fue un activo comentarista musical en medios periodísticos lisboetas y autor de un texto de más alcance sobre Wagner.
El poeta se adentra en su recuerdo, el cual adquiere una mayor corporeidad al fundirse ambos tiempos y los dos escenarios de la historia. La infancia adquiere peso y se sitúa, anota el poeta, “entre el maestro y yo”. No sólo eso: la infancia ocupa el teatro entero, se instala en el concierto  y entonces empieza la interacción de ambas realidades. La pelota “viene tocando música”, gira entre los músicos, viene y va, “vestida de perro verde, tornándose jockey amarillo”.
La colección donde figura este poema se subtitula Poemas interseccionistas. Quienes deseen introducirse en el movimiento interseccionista, alentado por Pessoa en los tiempos de la revista Orpheu, en cuyo segundo y último número (1915) se publicó Lluvia oblicua, pueden hacerlo muy bien con este poema del ciclo. Aquí tenemos la intersección de planos de distinto tiempo y de diversa entidad: lo real se cruza con lo imaginario, el teatro donde se da el concierto se funde con el paisaje del jardín de la infancia, que ya es un paisaje emocional y sólo activado por la memoria.
Y llega Pessoa a un cierto paroxismo, que apunta a una escritura automática, como de palabras agitadas en un caleidoscopio. Se producen, podríamos decir, novedosas instrumentaciones de los motivos centrales del poema (perro, pelota, jockey, muro, maestro…), que también tienen algo de futurista, movimiento que por entonces se empezaba a conocer en Portugal:

“...Y el muro del jardín está hecho de gestos
de batuta y rotaciones confusas de perros verdes;
“todo el teatro es un muro blanco de música
por donde el perro verde corre tras de mi saudade”

Luego la música concluye, el muro se cae, el maestro, que ya no es el jockey amarillo en que se había trnasformado, pone “la batuta  encima de la fuga de un muro”,

“y se curva, sonriendo, con una pelota blanca encima de la cabeza,
pelota blanca que le desaparece espaldas abajo”.

Hemos traído a colación este poema por su temática musical, como es propio en este blog, pero no lo hubiésemos hecho si al mismo tiempo no fuese una pequeña joyare presentativa de su modo de hacer en una determinada etapa, en este caso en el ámbito del interseccionismo, del que descreyó casi al tiempo que lo empezaba a explorar.
Leer a Fernando Pessoa (él mismo) o a sus heterónimos Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos, es acercarse a la obra polifónica de uno de los mayores poetas de la literatura universal. Una obra donde habita la saudade y el dolor, el deseo de no ser y, como escribió en cierto poema, “de mí mismo, altivo, dimitirme”.


Nota: Manejo el texto en la edición bilingüe de Libros Río Nuevo, Barcelona, 1983, T. I, p. 40 y ss., Traducción y notas de Miguel Ángel Viqueira. El poema (o parte de Lluvia oblicua) está fácilmente localizable en Internet tecleando en el buscador el primer verso en portugués:  “O maestro sacode a batuta”, o en español: “El maestro sacude la batuta”.

Ilustración: Tavira (Portugal), lugar de "nacimiento" de Álvaro de Campos, uno de los  heterónimos de Pessoa.

2 comentarios:

  1. Precioso. Qué visual es el poema de Pessoa, pura sinestesia…

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  2. Muchas gracias, Ariodante. Coincidieron una relectura y una visita a Tavira, lugar de "nacimiento" del heterónimo Álvaro de Campos.

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