miércoles, 27 de enero de 2016

Mozart de nuevo

 El texto que sigue fue publicado en el diario La Nueva España (Oviedo) en enero de 2006 con motivo del 250 aniversario del nacimiento de Mozart. Se tituló entonces “Mozart revisitado”, expresión muy poco correcta, dicho sea de paso. Se reproduce aquí (en la fecha menos redonda del 260 aniversario) porque cualquier momento es bueno para recordar al genio de Salzsburgo y porque la humorada de Ravel referida por Vaughan Williams sigue sin tener desperdicio.

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Mozart, a diferencia de otros compositores (como Vivaldi, por ejemplo), no tuvo períodos, ni siquiera breves, en los que al menos parte de su obra no gozase de la estimación general de los melómanos. Los compositores del siglo XIX le tuvieron en alta consideración y tejieron una aureola romántica sobre su biografía, independientemente de que escribiesen unas músicas bien distintas a las del genio de Salzburgo.
Sin embargo, el peculiar dinamismo estético del siglo XX propició la existencia de corrientes de gran calado en las que el modelo mozartiano podía servir de acicate para los creadores de ese momento. Es conocido, a este respecto, el consejo que le dio Maurice Ravel a Ralph Vaughan Williams en 1908. En esta fecha el compositor inglés se hallaba sumido en una seria crisis artística. "Cuando le hube mostrado algunas de mis obras —refiere Vaughan Williams—, me dijo que como primera lección, lo mejor sería para mí écrire un petit menuet dans le style de Mozart" (escribir un pequeño minueto en el estilo de Mozart). Para un artista amante de lo exquisito, como lo fue Ravel, Mozart encerraba un sin fin de valores que las tormentas románticas y la grandilocuencia y retórica post-románticas no habían conseguido difuminar.
En esa misma línea, el "nuevo clasicismo" preconizado por el inmenso pianista, pensador y compositor Ferruccio Busoni en 1920, buscaba traer al presente la solidez del pasado y la unidad de estilo. Busoni también albergó el sueño de explorar, con nuevos lenguajes, la "serena objetividad" que aquellos modelos parecían irradiar. Mozart, a quien Busoni había estudiado en las clases de Wilhelm Mayer, es uno de esos modelos, o, por ser taxativos, el modelo por excelencia.
Busoni fue, a su vez, maestro de Kurt Weill, compositor que tomaría derroteros harto distintos. El célebre autor de La ópera de tres peniques, tan amigo de los ritmos populares, concebiría con Bertold Brecht la teoría de la “música gestual”. Es precisamente a Mozart a quien Weill pone de ejemplo de esta música gestual, en la que el dramatismo reside en su propia estructura, de manera clara, incluso en las obras no escritas para la escena.
Por poco espacio del que dispongamos aquí, no es posible dejar de mencionar a Igor Stravinsky. Estamos en Estados Unidos, a mediados de siglo. El compositor ruso asiste a una representación de Cosi fan tutte, de Mozart. Le acompaña el poeta W. H. Auden. De ese encuentro entre el escritor, que colaboraría en el libreto, y el músico, nace la impagable ópera La carrera del libertino. Con Mozart de fondo. Su límpida transparencia camerística no es más que uno de los aspectos en los que la lección mozartiana se hace patente. Stravinsky ya había frecuentado otras músicas del siglo XVIII como base de sus obras, sin despreciar los repertorios más ligeros. Pero es aquí, justo en un momento en que su obra iba a abrirse a otras opciones, cuando medita más profundamente sobre la música del Clasicismo. Y lo hace, naturalmente, de la mano de Mozart, no sólo a partir de la ópera citada, sino también desde el estudio de Don Giovanni, Las bodas de Fígaro y La Flauta mágica.
En líneas generales, los compositores del pasado siglo y los actuales utilizan a Mozart en términos altamente conceptuales. No se limitan, pongamos por caso, a la simple cita literal o a la variación, todo lo moderna que se quiera, de alguna de sus ideas musicales. Y es que citar a Mozart es peligroso. Ocurre con Mozart lo que Nietzsche decía que sucedía con Schopenhauer: lo citas y aquella perla destaca y brilla con luz propia. Da lo mismo que el discurso en que la hayas engastado sea de oro, pues quedará convertido en hierro de inmediato a causa del préstamo fatídico.
A Mozart casi es mejor parodiarlo, cosa que hizo alguna vez Dimitri Skostakovich con buenos resultados. Y aún mejor, como han hecho los compositores las más de las veces, sacarle un partido abstracto, en términos de forma o de concepto compositivo. Así es el caso, por concluir con un ejemplo español del siglo XXI, del Quinteto para clarinete y cuarteto de cuerdas del clarinetista y compositor Jesús Villa Rojo. Atraído desde siempre por los logros técnicos y la extrema belleza del Quinteto en La mayor Kv. 581 de Mozart, para los mismos efectivos, nos deja con su obra el testimonio de su talla como creador. Y es, además, una muestra fehaciente de que el genio de Mozart sigue siendo vital y nutricio siglos después de su breve paso por la vida.

Ilustración: Mozart. Dibujo de Dora Stock.

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