jueves, 1 de diciembre de 2016

Villancicos: las varias caras de una tradición de siglos

I.
Parece que hablar de villancicos —y más si estamos en diciembre, con la Navidad a la vuelta de la esquina— es aludir a un género cuyo carácter no ofrece dudas al común de la gente. Sin embargo, las cosas cambian a poco que preguntemos. Así, para un esforzado alumno de la ESO, probablemente el villancico sea sobre todo una forma característica de la métrica española, ciertamente más compleja que otras que le toca estudiar ese curso en la clase de Lengua, aunque sólo sea por tanta mudanza, versos de vuelta, coplas y estribillos variados que se estilan en el género.
No poco diferente será la imagen que se haga del villancico quien lo reduzca a melodías como la de los peces en el río que obsesivamente “beben y beben y vuelven a beber” o a aquella otra de “veinticinco de diciembre, fun fun, fun”.
También será harto distinta la perspectiva de quienes, apegados de manera natural e inevitable a su tierra, acaso ya con muchos años y muchas historias a sus espaldas, recuerdan los villancicos y cantos de aguinaldo que entonaban en los años de su juventud y que, afortunadamente, la iniciativa de los estudiosos ha venido a recoger de sus labios para preservarlos del olvido.

II.
El villancico es, ante todo, poesía concebida fundamentalmente para su puesta en música. Su tradición es veterana, remontándose de manera directa al menos a quinientos años atrás. Con tan sólido pedigrí es comprensible que haya habido cambios diversos y que haya tenido funciones igualmente distintas a lo largo de la Historia.
Lo primero que cabe decir es que con el término “villancico” no tipificamos un género ligado estrictamente al mundo religioso. Cualquier coro habrá cantado alguna vez el hermoso villancico “Más vale trocar”, de Juan del Encina, que, como la mayoría de los suyos, incide en temáticas amorosas o pastoriles. El Cancionero de Palacio o el Cancionero de Uppsala proporcionan abundantes ejemplos de lo que acabamos de decir.
De la misma manera, hay que matizar la idea común de que, dentro de los de ambiente religioso, la dedicación exclusiva se centra en los motivos navideños. Y no es así, pues existen villancicos para otras festividades, por ejemplo para las procesiones del Corpus, para fiestas de los santos, etc., si bien es verdad que su número es poco significativo en comparación con los de tema navideño.
López Calo atribuye a Hernando de Talavera, primer arzobispo de Granada tras su conquista, una licencia en el desarrollo de los oficios religiosos que iba a traer cola y muchísima música. Sin duda con un cierto afán proselitista, este mitrado permitió que los responsorios de maitines (es decir, una determinada parte del oficio divino, lógicamente cantada en latín) fueran sustituidos por coplas en lengua castellana.
Esta novedad tuvo éxito y acrecentó el número de asistentes a los dichos oficios nocturnos. En lugar de las incomprensibles lecciones —lecturas—, seguidas de los correspondientes responsorios, todo ello en latín, algunos responsorios se trocaron en coplas ciertamente devotas, pero con música harto distinta al severo gregoriano y, como decimos, en lengua vulgar.
No menos interesante es el hecho de que estos villancicos sustitutivos de determinadas partes de la liturgia latina podían tener un cierto carácter teatral. De manera que todo el viejo tronco del teatro litúrgico medieval halla un modo de continuación en este tipo de villancicos o “chanzonetas”, como a veces se llamaban. El citadísimo comentario de Pietro Cerone, peregrino a Santiago a fines del siglo XVI y tratadista musical de fuste, acerca de que las iglesias españolas más parecían patio de teatro que casa de Dios y que los villancicos tratan de inducir a la risa (lo que consiguen mediante la correspondiente pérdida de devoción) indica claramente el sentido de válvula de escape que el género ostentó en siglos tan dominados por la religión como son los de la era moderna.
No todo fue tan idílico y en ocasiones las cosas se salían de madre, al menos lo suficiente como para que se impulsasen prohibiciones que cayeron las más de las veces completamente en saco roto. Son frecuentes las disposiciones de las autoridades eclesiásticas para que se vigilase el contenido de los textos y para frenar otras actividades paralelas, como las de los grupos de seglares que en la mañana de San Esteban salían a sacar aguinaldos o almuerzos, vestidos con prendas eclesiásticas y todo ello en medio de gran jolgorio y sones de instrumentos.


III.
Los villancicos litúrgicos que se conservan del siglo XVI son escasos. En el XVII hay ya autores muy notables en el género, como Juan Bautista Comes. En el siglo XVIII no hay compositor que no se acerque al género y el numero de villancicos conservados en España puede contarse por miles. El villancico litúrgico decae en el siglo XIX.
Las formas musicales que podemos encontrar son sumamente variadas, pero es frecuente, en todo caso, una alternancia de secciones con efectivos vocales solistas para las coplas, que contrastan con partes más rotundas, generalmente en el estribillo, con o sin acompañamiento instrumental. Todo se alarga y la sociedad del momento los escuchaba con auténtico gusto.

IV.
Evidentemente Asturias no estuvo al margen de este fenómeno, siendo la Catedral de Oviedo la depositaria principal de este tipo de creaciones. Mas tuvo también lo asturiano una presencia en clave humorística que no viene mal recordar, aunque no sea siempre muy halagadora.
Dado que, en definitiva, los villancicos tienen un lado teatral, se fueron introduciendo muy pronto toda una serie de personajes secundarios que representaban estereotipos regionales o étnicos o simplemente a seres ingenuos y un poco cortos de entendimiento. La manera de hablar de los negros, por ejemplo, tiene curiosas interpretaciones en numerosos villancicos. La figura del Gallego también es típica y, por los estudios de Carlos Villanueva, sabemos de su fortuna y casi incomprensibles transformaciones en el repertorio de la América hispana. Y la del Asturiano, lo mismo, pudiendo decirse que el Asturiano es ciertamente uno de los prototipos más frecuentes.
El eminente Antonio Soler compuso alguno de sus villancicos con Asturiano incluido y creemos recordar que el Coro Universitario lo cantó años atrás. El finalizar las palabras en “u”, por ejemplo, aun en casos donde no es procedente, fue un recurso muy utilizado para esta figura del Asturiano en los villancicos del Barroco hispánico.
Los musicólogos (a diferencia de algunos filólogos) tienden a infravalorar dicha figura y la reducen a la de un personaje simplón, mas la realidad es que el Asturiano es una figura poliédrica, que a veces puede ser hidalgo, que aparece con instrumentos musicales como la gaita y la zanfona o el pandero, que puede ser buen danzante y que es imprescindible en festejo tan importante como el Nacimiento de Jesús.
En el libro Villancicos asturianos de los siglos XVII y XVIII Xuan Carlos Busto estudia y edita numerosos textos del género y no deja de subrayar que, en algunos, la imitación de la lengua asturiana no tiene nada de ingenua y sugiere un conocimiento harto alejado de la simple imitación tópica.

Ilustración:
"P" capital del introito "Puer natus est", de Navidad. De la cubierta del libro de Emilio Casares: La música en la Catedral de Oviedo.


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