El lunes pasado (29 de mayo) asistí al concierto de
fin de curso del Coro Universitario de Oviedo. Se celebró en la Capilla de la
Universidad bajo la dirección de su titular, el maestro Joaquín Valdeón. A
juzgar por los aplausos y otras manifestaciones de aprobación, resultó muy
grato para los numerosos asistentes al mismo, entre los que se hallaba María
Álvarez, directora del área de Extensión Universitaria, en representación
institucional.
Ya he comentado alguna vez que lo
que aquí se escribe no pasa del simple comentario y por tanto no cae en el
terreno de la crítica musical, oficio en el que milité aguerridamente cuando
tenía más o menos la edad de los chicos y chicas que nutren las filas del Coro
Universitario. Bueno, exceptuando a mi querido Ricardo Sánchez Tamés, toda una
institución en nuestra Universidad, ilustre catedrático y en su día
vicerrector, profesor emérito y Defensor del Universitario, que forma parte de
un coro que casi es más suyo que de nadie en virtud de lo que se acaba de
señalar. Así que todos aplaudimos calurosamente cuando el maestro Valdeón (al
final, en los agradecimientos) individualizó su aportación recordando esa
veteranía en lo académico y en lo musical.
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Como suele ser habitual en los
conciertos de fin de curso del Universitario, el director presentó sucinta y
claramente cada una de las piezas que integraban el programa. Hay que decir (y
lo subrayó Valdeón) que el Coro Universitario tiene una particularidad muy
notable. Me refiero al constante cambio de sus componentes. Hay años en los que
acuden al coro estudiantes Erasmus que, al curso siguiente, ya no están en
Asturias. Otros permanecen durante toda o parte de la carrera, lo que no pasa
de unos pocos años a lo sumo; y es verdad que algunos siguen en el coro incluso
después de haber dejado la Universidad. También a veces se suman refuerzos si
la ocasión lo precisa, con antiguos miembros de la agrupación coral o con otros
orfeonistas.
En todo caso siempre hay cambios
y caras nuevas. Podría uno parodiar a Juan de Mairena/Machado recordando
aquello de que “como la generación de las hojas…”, así las de los miembros
del coro. Sí, me gusta este
coro heraclitiano, donde nunca nos bañamos dos veces en las mismas voces, pero
no por ello deja de ser y de sonar siempre el mismo río que nos lleva a
rincones hermosos y poco frecuentados del repertorio coral. Nos gusta este coro
que, al revés que en la naturaleza, queda atenuado al final de la primavera y
en estado latente durante el verano, para luego renacer y se refundarse cada
otoño y dar frutos en invierno, siempre al servicio del protocolo universitario
y del conjunto de la sociedad.
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La memoria -que ha de estar
construida con recuerdos y, como sugirió Todorov, también con olvidos- me trae
imágenes nítidas de cuando el Coro Universitario era un menú de lujo para el
melómano ovetense, allá por los años setenta. Claro que la actividad musical de
aquella época era mucho más limitada que en la actualidad. Entonces, un
concierto del Universitario a base de la inmensa polifonía del Renacimiento,
bajo la dirección de Luis Gutiérez Arias, aliviaba las ansias musicales de
muchos de los que ahora tenemos una edad provecta.
En el Coro Universitario de
Gutiérrez Arias ya había un joven tenor que se estaba formando como músico (se
titularía en viola) y que en 1997 llegaría a ser el director de esta
agrupación. Joaquín Valdeón, pues a él me refiero, es sin duda un nombre
imprescindible del mundo coral asturiano, pero hay que añadir un matiz. Su
sólida formación como instrumentista y como director de coro y orquesta es una de sus grandes bazas a la hora de
hacer un buen trabajo. Como director se formó en la novedosa escuela de Pierre
Cao que unifica en cierto modo las técnicas gestuales de la dirección de coro y
orquesta, muy distanciadas en otras concepciones, pero esta tendencia se mezcla
con la sensitiva e imaginativa tradición de la escuela coral inglesa, que ha
ido conociendo en sus fuentes a lo largo de diversas estancias en el Reino
Unido. Por eso ocupa un importante lugar no sólo en el mundillo coral sino en
el conjunto de la música asturiana. Y como le conozco bien desde hace no pocos
años, podría añadir otros muchos méritos y saberes, como su licenciatura en
Musicología, su fino oído de crítico musical o su dominio de la fotografía en
formato profesional. Todo un temperamento artístico que en parte le viene de
familia, en tanto que nieto del gran cantante asturiano José Menéndez Carreño, Cuchichi.
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Una disposición artística y una
formación así le permiten abordar riesgos. De hecho es responsable del estreno
de un buen número de obras, bien en términos de estreno absoluto o bien como
novedad en España. Eso es lo que da valor a un coro y no cantar por enésima vez
los conocidos hits de la
música coral. Evidentemente para estos empeños se requieren medios, como los
tuvo para su concierto con la Misa “The armed man”, de Jenkins. Concierto
espectacular para solistas, coro y orquesta que abarrotó la Catedral. Como los
hubo institucionalmente para el pasado concierto de Navidad, con un hermoso
“Gloria” de Vivaldi en la iglesia de Santa María la Real de La Corte. Y lo
mismo años atrás con los estrenos de Israel López Estelche y, en años
sucesivos, del tríptico navideño de Guillermo Martínez. Sólo enumerar las
orquestas y agrupaciones corales e instrumentales que ha dirigido, los autores
contemporáneos que ha dado a conocer en España, las exposiciones que ha
comisariado, su trabajo con la Misa de gaita y otras muchas facetas de su
personalidad artística ocuparía más páginas de lo aconsejable en este sitio. Lo
dejamos de momento para otra ocasión.
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Lo de este lunes era mucho más
modesto, pero no menos bello. Sólo las piezas brasileñas, por poner un ejemplo,
conjugan una inusitada perfección técnica con una seducción rítmica tal que nos
llevarían prácticamente al baile si no estuviésemos limitados por los rituales
del concierto.
El Coro Universitario se había
acercado al altar de la capilla entonando una cantiga de Santa María en su
original monódico. Acto seguido, ya posicionados en la cabecera del templo, la
ofrecerían en una cuidada versión polifónica de Miguel Querol. Bellísimos los
dos madrigales de Filipo Azzaiolo, que sonaron antes de las citadas canciones
brasileñas: “Azuläo”, de Jaime Ovalle; “Rosa amarella”, de Villalobos, y la
célebre “Muié Rendêra”, de Pinto Fonseca.
Del vasco Mikel Laboa y arreglo
de Javi Busto cantó el Coro Universitario “Nerea izango zen”, una página en
euskera con un texto que nos resumió Valdeón y que no estaría mal que, como el resto
de las obras, estuviese incluido y traducido en el programa. La sutileza
armónica del “Ubi caritas” del noruego Ola Gjeilo es todo un peligro para
ajustar la afinación, pero es igualmente una elección a mantener pues se trata
de una pieza muy lograda. Una armonización de “Blackbird”, de Beatles aportó el
tercer pájaro de la noche, como comentó el director, anidando los otros en
“Azuläo” y la canción vasca respectivamente.
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Los aplausos a director y
cantantes obligaron a un bis, que fue un verso del Magnificat de Pachelbel (“Fecit potentiam”) que el coro
suele cantar entre los discursos de los actos oficiales. Más aplausos y el coro
respondió con el más poderoso “Gaudeamus igitur” que haya escuchado quien
suscribe en los últimos lustros. Lo hicieron con ganas y con orgullo y creo que
a muchos nos llegó al alma.
Piensa uno entonces en la suerte
que supone haber pasado por las aulas universitarias, en lo mucho que recibió
de la institución y cómo, de algún modo, trata de devolver algo de lo recibido
desde su puesto de profesor. Y en la hora de la memoria y del balance personal,
el Coro Universitario siempre está presente.
¡ Alegrémonos, pues! O lo que es
lo mismo: Gaudeamus igitur!
Muchísimas gracias, Félix, por tu comentario que por razones técnicas yo mismo inserto a continuación pues sólo ha llegado al correo, pero no al blog..
ResponderEliminarAsistí gratificado e ilusionado como siempre, al concierto del Uni, y comparto con mi querido profesor D. Ángel Medina, todas sus apreciaciones. Lástima el desapego actual de los escolares universitarios hacia su propia institución. Lástima que, poco a poco, la tropa estudiantil se esté convirtiendo en legión virtual que, ni se ve, ni mucho menos se relaciona, y, por supuesto ni comparte más música que las de sus propios auriculares en los que muchos de ellos parecen encovarse en una especie de “horror vacui musical”. En fin.
Y me sumo además a los elogios hacia el maestro Valdeón, con quien me cupo el honor de cantar muchos años codo con codo (nunca mejor dicho, compartimos cuerda y posición), y con quien además de ello, cuando la ocasión pinta, me atrevo todavía a ponerme delante de sus manos.
Disfruté del concierto, incluso en última fila, que ni con mucho es mi lugar preferido, ante el temor de que una más larga duración me obligase a levantarme cuando no se debe, en aras de mis otras obligaciones corales.
Y tratando además de separar lo amical, de lo musical, me atrevo con una crítica constructiva, fácil de subsanar si es que, se considera. La beca y el escudo universitario sobre el corazón, añade al escolar, doy fe, una especie de cordón umbilical emocional que, en música, agiganta más aún los sentimientos de pertenencia a la Universidad. De mi parte, hasta la próxima, con muchos abrazos, ha sido un placer:
Félix Martín Martínez.