jueves, 15 de septiembre de 2016

Canciones dedicadas y solicitadas


Por mucho que se diga y se escriba, nunca acabaremos de hacer justicia con el papel de la radio en la formación musical de la gente. Recuerdo haber leído, en las memorias de Tàpies, cómo le acompañaban los programas de música clásica de la radio. También los compositores de la misma época que el pintor han reconocido su deuda con las ondas. Pero esto ocurría en ámbitos muy limitados. Por el contrario, la música popular tenía una acogida mucho más amplia entre los oyentes, que la escuchaban en el marco de programas con formatos muy diversos.
En concreto, el mundo de las “canciones dedicadas y solicitadas” era un plato obligado en cualquier menú radiofónico que se preciase. En líneas generales las emisoras locales y regionales eran más proclives a esta modalidad que las de alcance estatal. Se trataba de programar canciones en función de las peticiones de los oyentes. Dichas canciones no sólo podían ser “solicitadas” sino también “dedicadas”, todo lo cual se tramitaba a través del correo postal, dejando personalmente la carta en la emisora e incluso en algunos casos por teléfono, elemento del que no se disponía de manera generalizada. Estoy hablando de los años 60, pero la cosa ya venía de antes y sigue existiendo con las correspondientes adaptaciones a los nuevos tiempos.
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Esta historia se desarrolla en el taller de mi madre, que era modista. Trabajaban con ella tres o cuatro chicas. Mi madre estaba al frente de la máquina de coser, primero una Singer muy bonita y luego una Alfa con nuevas prestaciones. Había un cuadro (la cruz del Calvario sobre un fondo de tinieblas amenazantes) pintado por un preso para redimir condena, según supe mucho después. Justo debajo sentaba sus reales un enorme aparato de radio, de los de lámparas. Pronto llegó un receptor a transistores, mucho más manejable.
Yo me instalaba en el taller como en un Jarama de telas e hilos, y escuchaba las pláticas de las aprendizas, suspendidas en cuanto comenzaba la radio-novela o cuando alguna canción era especialmente significativa para alguna de ellas.
Las canciones podían adquirir esta significación por varias razones. Una, porque cualquiera de las modistillas la hubiese solicitado a la emisora. Otra, que la hubiese solicitado con la petición de que antes de emitirla se la dedicasen a una determinada persona. Mucho más interesante resultaba que alguna de las jóvenes costureras fuese la dedicataria de una canción de amor solicitada por algún misterioso caballero de nombre inverosímil, que solía ser, como luego se deducía por las risitas de complicidad y otros detalles, el carpintero del bajo, el fresador de la esquina o cualquier otro operario de la zona.
Alguno de estos pretendientes podía alcanzar la categoría de “refresco”, que, si yo no me equivoco, era un simple ligue o medio noviete, o sea, material fungible y efímero para entretener los vaivenes del corazón.
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Estos programas se subtitulaban “Canciones dedicadas y solicitadas”. En Oviedo, Charito Laguna e Inés Turbón eran dos de las locutoras más célebres en esta industria. Había canciones solicitadas por muchas personas, parte de las cuales también las dedicaba, con lo que a veces se dormía uno con aquella letanía que podía triplicar la duración de la canción elegida. Era una cosa así:
“Para Paquita la Chata, de Turón, que me estará escuchando, de su amiga Carmina Veiguela, con cariño en el día de su cumpleaños; para su prometida Luisa la del Fondrigo, de Joaquín, con amor desde el cuartel del Milán, etc.”.
Al fin sonaban los acordes de una canción de Antonio Molina (con sus melismas infinitos), o de Enrique Guzmán (“Harlem español”, por ejemplo), de Marisol y de tantos otros que, sean o no santos de nuestra devoción, alegraron los corazones de incontables personas
Y estaba también aquel dúo coyuntural formado por José Guardiola y su hija, la pequeña Rosa Mary, que triunfaban en 1962 con la enternecedora y almibarada “Di, papá”, de la que tal vez nació alguna que otra vocación hacia la teología, pues la niña le pregunta al padre dónde está el buen Dios, y éste le responde:
“puede estar en ti y en mí,
Él está en cualquier lugar”.
Y aquella otra pieza de Charles Aznavour, titulada “Adiós a la mamá”, de la que ahora puedo decir que era hermosa y lacrimógena en grado sumo, pero que escuchada de niño resultaba atroz, pues presentaba a una madre en su lecho de muerte, rodeada de hijos, nietos y demás familia.
Menos mal que el Dúo Dinámico (que sigue triunfando tras más de 50 años de carrera) arrasaba y nos sacaba del luto con algún twist o hacía las delicias de sus fans con canciones como “Esos ojitos negros” y muchas más. Había chicas en el taller que sabían la letra y la música de todos sus éxitos y los coreaban con muy buen tino cuando los ponían por la radio.
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Mi madre en seguida me buscaba ocupación, para que no estuviese tumbado como un sultán, pues mi atalaya era un viejo camastro que allí había y que estaba fuera de uso. Así que quitaba hilvanes, seleccionaba botones en la caja de los mismos, iba a la mercería a por hilo de algodón y, por supuesto, iba a entregar, es decir, a llevar la ropa terminada y bien planchada a la correspondiente clienta.
Esto sucedía por épocas del año y por horas del día, pues había períodos en los que mi territorio era la calle, donde también sabía encontrar otras músicas. Pero eso queda para otra ocasión.

Ilustración: anuncio periodístico de un kit para construir una radio de lámparas (1961).

2 comentarios:

  1. Elvira Medina Álvarez10 de octubre de 2016, 22:43

    Qué recuerdos me trae tu escrito. Siempre quedará en mi recuerdo el pueblo de Hueria de Carrocera porque eran muchas las canciones que se solicitaban desde allí. Y lo que no faltaba, en el mes de mayo, era la canción MI primera comunión por Juanito Valderrama
    "...Un coro de serafines
    hay en el Altar Mayor,
    que está mi niña tomando
    su primera comunión..."

    Y también se oía mucho la de Madrecita, María del Carmen, cantada por Manolo Escobar
    "...Un altar llevo en mi pecho ardiente
    a la madre que me dio a mí el ser.
    A esa mujer tan buena y valiente,
    de inmaculada frente ceñida de laurel.
    Madrecita María del Carmen,
    hoy te canto esta bella canción..."
    ¡Qué de recuerdos, costuras, hilos, telas, meriendas en el taller y niñez me trae tu escrito!

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    1. Gracias, Elvi, me encanta que te haya gustado y que haya suscitado en ti buenos recuerdos. No se puede pedir más.

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