jueves, 11 de mayo de 2017

El actual himno nacional español fue en origen una marcha granadera que, al ir adquiriendo presencia y solemnidad, ganó en valor simbólico. Lógicamente, su función de marcha de honor para los reyes fue determinante en este sentido. De ahí procede el nombre habitual de esta música en buena parte de los siglos XIX y XX: Marcha real.
Sin embargo, no ha de olvidarse su utilización, regulada en diversas disposiciones a lo largo de su historia, como medio “para rendir honores al Santísimo Sacramento”, además de a las Reales Personas, según escribiera Bonafós en 1897. Es decir, para honrar a Dios sacramentado en las procesiones del Corpus y en el momento de la Elevación de las misas solemnes. Al fin y al cabo, Dios es el Rey de reyes.
En el libro que se cita al final se apunta: “Lo bueno de la Marcha real era que funcionaba como un indicador perfectamente claro. Sus sones, en plazas y calles, auguraban días distintos, momentos de solemnidad o de fiesta. Una comitiva regia, como es lógico, concita la interpretación de la citada marcha. Menciona Galdós el “estruendo solemne de la marcha real y todo lo demás que realza estas procesiones”, refiriéndose a los cortejos reales (Los apostólicos). Y aún nos interesa más la siguiente cita, alusiva a festejos populares: “Cuando pasaron junto al Casino, la banda del pueblo (compuesta de seis instrumentos de cobre soplados por otros tantos humanos fuelles) se entusiasmó, digámoslo así, y suspendiendo bruscamente el airecillo de Barba Azul que ejecutaba, dio principio al degüello de la marcha real, cuyas notas salieron, chorreando sangre, para ir a rasguñar las orejas de los fieles” (Gloria).
Emilia Pardo Bazán en Los pazos de Ulloa describe una misa solemne donde la gaita de fuelle es la protagonista de la Marcha real: “El gaitero, prodigando todos sus recursos artísticos, acompañaba con el punteiro desmangado de la gaita y haciendo oficios de clarinete. Cuando tenía que sonar entera la orquesta, mangaba otra vez el punteiro en el fol; así podía acompañar la Elevación de la hostia con una solemne marcha real, y el postcomunio con una muiñeira de las más recientes y brincadoras, que, ya terminada la misa, repetía en el vestíbulo”.
Esta práctica está viva en diversos lugares. En Asturias, por ejemplo, en la singular misa popular en latín denominada Misa de gaita, reconocida como Bien de Interés Cultural en 2014. Dicho sea de paso, lo verdaderamente interesante de esta misa no radica en que se toque dicha pieza, sino en la hibridación del antiguo canto llano y del canto llano medido a compás (mixto) con los giros y características de la ciertas modalidades de la canción tradicional asturiana.
Por otra parte, desde hace unos lustros la interpretación del himno regional -la célebre canción Asturias,patria querida- está ocupando en muchos templos y procesiones el lugar de la Marcha real. Es un hecho que ocurre porque se considera que la Marcha real actúa como himno nacional (que lo es), susceptible por tanto de ser sustituido por otro himno igualmente oficial, acorde con la estructura descentralizada del estado y muy querido por la gente. Se olvida que no es cuestión de himnos oficiales que identifican territorios, sino de que la Marcha real tiene entre sus funciones la de honrar a Dios mismo, Rey supremo por antonomasia, lo que no ocurre con el himno regional. Eso al margen de la carga adquirida por la Marcha real durante el franquismo, que lo tipificó como himno nacional y le dio un uso muy poco integrador, algo de lo que todavía quedan resquemores.
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Para concluir, una curiosidad. Carlos Ciaño recoge en Costumbres y tradiciones asturianas (1925) una historia que le sucedió a Chunga, un gaitero popular de fines del XIX, del que dice que tocaba una “marcha real temblorosa y desequilibrada, exclusiva para las misas solemnes de ‘tres en ringle’ y las procesiones de corpus”. O sea, para las misas con tres oficiantes, misas solemnes, propias de las fiestas patronales, y para las citadas procesiones.
En cierta ocasión, regresaba de noche a casa después de tocar en una aldea. Le salió un lobo en el camino, que le seguía tenazmente a prudencial distancia. Sacó su navaja mientras que con la otra mano obtenía algunos sonidos en la gaita, muy discordantes pero que no se bastaban para ahuyentar al lobo. Y esto ya indica la pertinacia del cánido, porque el poderío de una gaita de fuelle en la noche silenciosa, emitiendo extraños sonidos agudos, es para meter miedo a las mismísimas ánimas del purgatorio. El lobo no cejaba y seguía tras los pasos de Chunga. El cual cambió de estrategia y pasó al ataque. Guardó la navaja, se aferró a la gaita y soplando y empleando ambas manos interpretó la Marcha real de un modo seguramente nada tembloroso, como le achacaba Ciaño quizá entre patriótico y desesperado, sin que el lobo cambiase de actitud. ¿Estaba fascinado creyendo hallarse ante un nuevo Orfeo? ¿Trataba de saber cómo era posible que aquel hombre emitiese tanto sonido con aquel modesto ingenio de tubos y fuelle? El resultado fue que aquella Marcha real tocada in extremis por Chunga alertó a unas gentes de una casería cercana. Se acercaron y acabaron con el lobo de muy mala manera.
La curiosidad puede matar, hermano lobo. Tanto como la indecisión.

Referencia:
Medina Álvarez, Ángel: La misa de gaita: hibridaciones sacroasturianas. pp. Museo del Pueblo
de Asturias / Fundación Valdés Salas, Gijón, 2012, 247 p.


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