La Editorial Universidad de Granada publicó, a fines de 2024, un enjundioso libro de la musicóloga Ana Toya Solís Marquínez (Avilés 1990). Lleva por título Los pulsos del cambio, y se subtitula Políticas de la música académica en la transición democrática española (1975-1982). El origen de este estudio se halla en su tesis doctoral, defendida en la Universidad de Oviedo (2020) y dirigida por quien suscribe. La tesis mereció la máxima calificación y el Premio Extraordinario de Doctorado.
Considero que ha sido una suerte y un honor haber escrito el prólogo del libro; y ello, aparte de por su valor intrínseco, por otras dos razones. Una, porque fue un placer haberme despedido de este tipo de ocupaciones académicas con la tesis de Toya Solís. Y, otra, porque la Transición me pilló siendo un veinteañero concienciado políticamente, así que el tema me interesaba sobremanera.
Lo cierto es que hacia falta ir poniendo un poco de orden en este asunto, apenas frecuentado por la musicología hasta fechas relativamente cercanas y todavía a notable distancia, en cuanto al número de publicaciones, de las referidas a la música bajo el franquismo.
Las más de quinientas páginas de este volumen se ocupan de una amplia variedad de temas, si bien el subtítulo señala con claridad cuál es el central. Así, se dedica un amplio espacio a las entidades de segundo nivel que, dentro de los diversos ministerios, asumieron responsabilidades directas en la gestión y en la política oficial sobre la música. La Comisaría de la Música del franquismo dejó paso a la Dirección General de Música y Teatro (o solo de música en algún período) y es para nota la clarificación que consigue la autora acerca de estos organismos, aportando fechas y nombres de los integrantes de los equipos directivos con mucha precisión. Y no solo esto, pues analiza y valora la labor de los distintos titulares con un notable espíritu crítico que no le impide reconocer los méritos o los buenos propósitos de algunos de ellos. Los casos de Enrique de la Hoz (1976-77) o Jesús Aguirre (1977-80) serían dos buenos ejemplos. El primero era ya un alto cargo en tiempos del franquismo, sobre todo en la época del ministro Fraga Iribarne. Parece que supo adaptarse a los nuevos tiempos democráticos, aunque Toya Solís analiza sus planteamientos bajo el concepto de los discursos flotantes; es decir, que pueden ser válidos, por su ambigüedad, en circunstancias muy distintas. De Jesús Aguirre, la autora subraya sus esfuerzos de modernización, aparente transparencia y la creación de “un clima de esperanza y cambio”. No por ello se olvida de ciertos excesos verbales, como ocurre con esa “propensión a la verborrea machista” –así sentencia la doctora Solís– que, por ejemplo, le llevaba a llamar “primera arpía” a la primera arpista de la Orquesta Nacional. En la etapa de Aguirre hubo graves tensiones. Baste recordar las destituciones de Frühbeck de Burgos y de Antonio Gades o el “punto de no retorno” –en palabras de Toya Solís– que supuso el Festival ‘Cincuenta Años de Música Española’ (1978) y algunas otras incidencias.
Los pulsos del cambio son, pues, los ritmos y los tiempos dispares con que fue tejida la Transición, pero el concepto de pulso lo lleva la autora más allá de las sugerencias derivadas de dicho tecnicismo musical. De hecho, se trata sobre todo de los duros pulsos o luchas habidos entre el inmovilismo y el cambio. En efecto, las inercias del franquismo permeaban todavía, como se documenta en la investigación, los dominios de la música académica durante la Transición. El mismo concepto de “búnker” con el que se aludía a los nostálgicos de la dictadura, ya presupone que el cambio y la conquista de las libertades no iba a ser fácil. La enorme cantidad de tensiones que se analizan en el libro muestra que la música tuvo su papel en dicho proceso político.
Llama la atención el numeroso acopio de fuentes que ha manejado la profesora Solís. Muchas son archivísticas, especialmente del Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares). De ahí proceden memorias, cartas y documentos internos de todo tipo y de extraordinario valor histórico. El trabajo hemerográfico ha sido asimismo fundamental; y también ha recurrido la autora a la historia oral, por medio de informantes que tuvieron algún papel en la música de aquellos años.
Además del método histórico, se ha apoyado en metodologías y conceptos procedentes de la sociología o el feminismo, entre otros ámbitos. La perspectiva feminista es muy relevante. No es que haya un capítulo específico escrito con este enfoque, sino que se trata de una línea de fuerza que recorre transversalmente todo el libro. En realidad, los organismos, entidades, proyectos o personas que formaban parte del entramado de la música académica en la Transición se desarrollaron en el seno de una sociedad patriarcal que constantemente excluía e invisibilizaba a las mujeres. De modo que cualquier documento interno, artículo de prensa, nombramiento de tribunal o reconocimiento oficial, entre otras muchas posibilidades, era susceptible de albergar alguna desatención hacia las mujeres.
La vida musical impulsada desde las políticas oficiales ocupa también un lugar relevante en el libro, donde se analizan críticamente las circunstancias de diversas orquestas, premios, concursos, encargos y otros asuntos musicales que se desplegaban bajo la tutela estatal, sin dejar de lado por ello la propia evolución de la sociedad civil, con sus incipientes sindicatos, asociaciones de compositores y hasta algunos movimientos huelguísticos y reivindicativos.
Lógicamente, la propia música tiene su papel. No son pocas las obras que, por diversas razones, están imbuidas del espíritu de la Transición. No aparecen minuciosamente analizadas en el libro, –aunque a algunas les dedicó estudio detallado en otras publicaciones–, sino tan solo comentadas en este preciso sentido. El Diari –una especie de noticiario musical de J. Guinjoan sobre texto de Josep Maria Espinàs– podría servir de muestra. No faltan creaciones referidas a los últimos estertores del franquismo. Así, Apuntava l’ alba (J. Soler) surge en el contexto de los últimos fusilamientos de la dictadura; y, por su parte, Silenci viu(Ll. Barber) tiene su origen en el caso Puig Antich, por poner un par de ejemplos, entre los muchos posibles, cuya concreta génesis se halla en diversos episodios o circunstancias de la Transición.
Este volumen sigue la línea crítica de aquella historiografía que no se conforma con la idea de una transición con final feliz, pues fueron muchas las concesiones que hubo que aceptar y no poca la violencia real y simbólica que recorrió este período tan decisivo, por lo demás, en nuestra reciente historia. En esencia, se trata de un libro que llevará a cuestionar (o incluso a modificar) la composición de lugar que muchos se han hecho sobre la Transición. Creo sinceramente que será de absoluta referencia.
Por todo ello, celebro que la Universidad de Granada –a la que, junto con la de Oviedo, estuvo vinculada la autora como contratada posdoctoral– lo haya publicado. Y lo hizo, naturalmente, tras los correspondientes informes (internos y externos) que garantizan el rigor académico de la editorial, posicionada en un buen tramo (19 de 99) de la tabla de editoriales españolas de Scholarly Publishers Indicators (2022).
Hubo muchas personas que contribuyeron de muy diversos modos a que este libro viese la luz y, ciertamente, la autora no las olvida en su extensa nota de agradecimiento. En nombre de todas ellas, me complace citar a esa gran especialista en la música bajo el franquismo que es la catedrática Gemma Pérez Zalduondo, ya que fue tutora (y guía) de Toya Solís durante el período de la ayuda post-doc. Enhorabuena, pues, para la autora –docente en la Universidad de Cantabria desde noviembre de 2024– por su mérito, exhaustividad, solvencia y brillantez. Con este libro, Toya Solís ha dado un paso de gigante tanto en el conocimiento del período acotado como en su ya más que prometedora trayectoria.
Referencia:
Solís, Toya: Los pulsos del cambio. Políticas de la música académica en la transición democrática española (1975-1982). Granada, Editorial Universidad de Granada, 2024..
Imágenes
1.Toya Solís. Foto facilitadla por la musicóloga.
2. Cubierta del libro Los pulsos del cambio.
finalmente, estudiar esos años de un cambio que para algunos lo fue de verdad, mientras que para tantos otros las palabras y deseos de cambio fue tan solo un algo inconcreto que no buscó reordenar lo personal y lo público. hay que insistir, pues dde tal palo inmóvil, tal astilla de desigualdad de trato todavía hoy. me sumo a lo publicado, que merece lecturas y apaños para completar tránsitos que lo fueron mas de mentirigillas que de verdad de la buena. enhorabuena a toya, a Angel, y a la uni de Granada.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. Efectivamente, las tensiones entre los discursos más reformistas y los menos conformistas, de la mano de nombres como Llorenç Barber (al pie del cañón desde siempre), entre otros, son el eje vertebrador del libro. El espectro de grises que se abre es, del mismo modo, absolutamente abrumador y enriquecedor; por ejemplo, gracias a los discursos feministas. No puedo olvidar a Marisa Manchado, entre otras.
EliminarLa escritura de este libro fue apasionante y no hubiera sido posible sin el foco que Ángel Medina situó sobre el tema, con su "Acotaciones musicales a la Transición", entre otras varias publicaciones que tratan la materia, de forma directa o transversal. Gracias, Ángel, por estas palabras y por tu enorme generosidad siempre.
Tampoco olvido a quienes han hecho y siguen haciendo de este camino algo emocionante; a aquellas personas que, como las citadas más arriba, siguen al pie del cañón y que ya en 1976 pedían, como hizo Barber, una especie de "amnistía musical".