lunes, 1 de diciembre de 2025

Escalas y escaleras: subir, bajar, caer, imaginar


El pasado noviembre salió a la luz mi último libro, titulado 
Escalas y escaleras y subtitulado Simbolismos en el eje de la verticalidad. He de decir que la editorial Libargo (Granada) apoyó el proyecto desde el momento en que les fue presentado. Su director, Manuel Mielgo, trabajó intensamente para ofrecer un volumen editado con gusto, clara tipografía, papel sostenible y poderoso diseño de cubierta. Dos queridos colegas y colaboradores de Libargo –Daniel Moro e Itziar Larrinaga– contribuyeron asimismo de manera significativa a que saliese adelante esta iniciativa. Deseo cerrar estas líneas de agradecimiento a la editorial con la mención de José López Falcón, minucioso y eficiente corrector.

La idea central que preside dicho ensayo es que los sustantivos escala y escalera no solo tienen en común una misma etimología sino también una serie de simbolismos que se desarrollan en el eje de la verticalidad. Las escaleras ordinarias conectan alturas; por ejemplo, las de los diversos pisos de un edificio. También hay escaleras musicales de carácter didáctico o lúdico-deportivo. Asimismo, son dos los géneros de escala que interesan aquí: por un lado, las del tipo escaleras de mano y, por otro, los sistemas escalares que comunican distintas alturas del sonido.

El modelo de simbolismo escalar lo hallamos en la historia bíblica del sueño de Jacob: «Y tuvo un sueño: una escalinata, apoyada en la tierra, con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella» (Génesis 28:12). De modo que esta escalera arranca del suelo y termina en el cielo, trayecto que es el paradigma del eje espacial de la verticalidad. La subida, pues, conduce de la normalmente denostada tierra hasta un ámbito donde se halla todo lo bueno que uno se pueda imaginar. Por lo general, arriba está el Paraíso, el dominio de una disciplina, el fin de un camino de peregrinación espiritual y tantas otras realidades, manifestadas por una abundante iconografía y aun por las propias escaleras reales, Abajo, contrariamente, se sitúa la tosca realidad de la tierra o incluso el infierno al que fue arrojado Lucifer y sus ángeles rebeldes por la inapelable sentencia del Todopoderoso. Caída fulminante para la que no hace falta escalera, pues es como despeñarse desde lo más alto a lo más bajo de estos territorios supranaturales.

Por otro lado, las organizaciones escalares de la música han sido bastante variadas a lo largo de la historia: tenemos los tetracordios, especies de octava y sistemas griegos, los modos gregorianos, los hexacordos de la teoría del solfeo hexacordal, entre otras estructuras. La graduación es consustancial tanto a las escaleras como a las escalas musicales.

 

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Tras diversas consideraciones preliminares y metodológicas, el capítulo II presenta una muestra iconográfica de escaleras y escaleras de mano. Se analizan la escalera de las edades de la vida, un grabado del Gradus ad Parnassum (Fux), la escalera de mano de la música humana (Fludd), la escalinata del conocimiento de la Universidad de Salamanca, la esplendorosa escala de Mahoma, la escalera del ascenso y descenso del entendimiento (Llul) y la ascética escala de san Juan Clímaco en un icono del siglo XII. 

En cuanto a las estructuras escalares de la música, tomamos aquí como muestra tres casos. En primer lugar, la relación simbólica y escalonada entre los cinco tetracordios griegos, los cinco elementos y los cinco sentidos, de Quintiliano (s. II). El tetracordio más agudo (hiperbólico) se vincula con el éter, el quinto y muy sutil elemento que a veces se añade a los cuatro clásicos de Empédocles, y al sentido de la vista, el más valorado de los cinco. Y luego se va bajando de categoría hasta llegar al tetracordio grave (hypaton), al elemento tierra y al sentido del tacto.

En la Edad Media tenemos un ejemplo muy significativo, Aribón (s. XI) imparte toda una clase de Teología al considerar que los dos tetracordios iniciales de un modo gregoriano del tetraekos (v. g,. un protus) aluden a la naturaleza humana de Cristo, a quien los evangelios presentan hambriento bajo la higuera estéril o viéndose sin un sitio para recostar la cabeza mientras los pájaros disponen de nidos y las zorras de madrigueras. Humanidad que culmina con su Pasión y muerte. De la misma manera, los dos tetracordios agudos simbolizan para este autor la resurrección y la excelsitud de la ascensión de Cristo. En suma, que lo terrestre y lo celeste aparecen una vez más conectados. Jesucristo remacha su labor redentora en la cruz y se une a ella como a una escalera de salvación del género humano. Así lo expresa Quevedo:

 

Vos sois la escala, vos, Señor, decía,

que yo soñé, y sois el largo llano;

la Cruz es la escalera prometida:

los clavos escalones y subida.

(F. de Quevedo:. «Poema heroyco de Cristo resucitado». En Parnaso español.

Colección de poesías escogidas, Madrid, Antonio de Sancha, 1771).

 

Imposible detenerse aquí en los casos de Gaffurio (s. XV) y su célebre frontispicio del tratado Practica musicae; en Zarlino (s. XVI) y su comparación de las voces de la polifonía con los cuatro elementos; o en las elaboradas construcciones escalares de Robert Fludd (s. XVII), entre otros que se estudian en este libro, pero no me resisto a mencionar, al menos, el grabado del Promptuario armónico, de Diego de Rojas (s- XVIII), pues, sobre una gran escalinata de tres tiros, se superpone la teoría del solfeo hexacordal, ya comentada en este blog. Y nótese que acaba en un castillete de órgano, trasunto acaso de la Jerusalén celeste, al que solo llegan las notas más agudas con sus correspondientes simbolismos y valoraciones. 

 



La comunicación entre alturas no solo se establece mediante escaleras o escalas. El árbol, como ya apuntara Cirlot, enlaza lo subterráneo de sus raíces con el tramo intermedio del tronco hasta llegar a la copa, que apunta hacia lo alto. Por ello, son muchos los árboles esquemáticos que sirven para establecer distinciones y niveles. La duración de las figuras musicales antiguas y modernas ha sido explicada mediante árboles, donde se parte de un valor largo que se divide en grandes ramas que, a su vez se subdividen en otras más pequeñas y así hasta llegar a la mayor cantidad de figuras que puede albergar la de más amplia duración que actúa como genearca del árbol. Verbi gratia, en un sistema cien por cien ternario, una figura de máxima contiene tres longas, que son nueve breves en la siguiente división, veintisiete semibreves en la consecutiva y ochenta y una mínimas en la última, según diversos árboles del siglo XIV, como el de Sadze de Flandria de la ilustración. Esta apoteosis trinitaria no solo remite a la Santísima Trinidad sino a otras cuestiones que se desarrollan en el libro. También se crean árboles para las consonancias, las proporciones o la expresión de los modos gregorianos, entre otros usos musicales en el eje de la verticalidad.



 

Otro soporte que está relacionado con las escalas, escaleras y árboles en cuanto al eje de la verticalidad es la columna, que consta de basa, fuste y capitel. Afianzada en la tierra, asciende y, como el árbol, apunta hacia lo alto. El ejemplo más claro lo encontramos en ciertos tratados manuscritos de los siglos IX al XI en los que se usa la notación dasiona. Para ello, la columna actúa como una clave múltiple donde se dibuja un número variable de notas ascendentes escitas en notación dasiana. Se escriben las sílabas del texto cuidando que cada una quede a la altura del sonido que está a su mismo nivel en el fuste de la columna y, por tanto, marcando un claro eje de la verticalidad de lo agrave a lo agudo. Sepan quienes deseen cantar este fragmento que las notas de la columna son do, re, mi, fa, sol y la y que el ritmo es el que marca el propio texto: Rex coeli domine, spualidique soli.

 



  

También la montaña y la mano guidoniana pueden asumir determinados simbolismos semejantes a los propios de las escalas, escaleras, árboles —incluyendo el árbol de la vida, que es la cruz— y columnas. Y en general, salvo en circunstancias muy puntuales –como las escaleras del patíbulo, arriba se halla lo óptimo, el premio, el Paraíso, el fuego de la voz de soprano (según Zarlino), la trompeta del triunfo, los tetracordios agudos, las jerarquías angélicas, la armonía de las esferas, lo inteligible e incorruptible. Abajo, está el barro de la tierra, el arranque de un camino arduo, lo sensible y lo corruptible, el infierno o el final de una abrupta caída. Todo estos eran ideas que circularon durante largos siglos, desde la antigüedad hasta las centurias modernas.

La propia música ofrece abundantes testimonios de la presencia de estructuras escalares como elemento temático en el seno de las composiciones o como legalidad y fundamento en las obras sobre la escala aretina. Subir y bajar a través de las notas acaba convirtiéndose en un sólido conjunto de código simbólicos y de ahí salen diversas figuras de la retórica musical relacionadas con estas ideas, como el clímax, la hipérbole, la hipóbole, la anábasis, la catábasis y algunas otras. Ciertos simbolismos los construye la cultura de cada época, pero hay otros que están anclados en el subconsciente colectivo y, por eso, son ancestrales y siguen funcionando en la actualidad.

 

Datos del libro

Ángel Medina: Escalas y Escaleras: Simbolismos en el eje de la verticalidad. Granada, Ed.Libargo, 2025, 226 p.

 

Ilustraciones

 

—Cubierta del libro. 

 

—Escalinata de los hexacordos. Diego de Rojas y Montes, Promptuario armónico. Córdoba, Antonio Serrano y Diego Rodríguez, impr., 1760.

 

 Sadze de Flandria: árbol de ramificaciones ternarias en los cuatro grados de las relaciones entre las figuras (Coussemaker, III, p. 268).

 

—Pasaje del organum a dos voces sobre la secuencia Rex coeli Domine. (Liber enchiriadis

de musica, fº 9v). Manuscrito misceláneo. Lat. 7211. Fuente:

gallica.bnf.fr / Bibliothèque nationale de France. Disponible en Web:

https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/btv1b8432471z


Entrevista de Celsa Alonso a Ángel Medina.

Editorial Libargo:

  https://youtu.be/709uLQDp1dA

 

 

 

 

 


 


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