lunes, 28 de septiembre de 2015

En 1981 se celebró en la Sociedad Filarmónica de Oviedo un concierto homenaje a Béla Bartók en el centenario de su nacimiento. Un trío —en el que Carmelo Bernaola, nombre ilustre de la Generación del 51, tocaba el clarinete— interpretó, entre otras, obras de Bartók y una del propio Bernaola. Fue un concierto singular, de los que hacen historia, pero no gustó a buena parte del público.
Bartók había estado cincuenta años antes en la Filarmónica. Gerardo Diego, a la sazón profesor en Gijón, realizó una bella presentación del músico. Por supuesto, muchas de las composiciones interpretadas eran del creador húngaro. Creo haber leído que lo llevaron a cenar fabada y que Bartók pudo escuchar una muestra de canción asturiana. Parece que la burguesía ovetense de los años treinta supo estar a la altura de las circunstancias, al menos con respeto. ¡Qué hermosa crítica la de S. Magdalena en La Voz de Asturias! Sin embargo, el público del concierto de 1981 no lo estuvo. Aún recuerdo los murmullos de desaprobación, especialmente dirigidos hacia la obra de Bernaola, el Homenaje a Bartók, que tiene la misma plantilla que la bartokiana Contrastes. Cuando se dice que Oviedo ama la música clásica no se exagera, pero de ahí a entusiasmarse en 1981 con Bartók o con Bernaola hay mucho trecho que recorrer, muchos prejuicios que superar y mucho canon estético que modificar.

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