Ya en los
años 90 del pasado siglo estaba relativamente extendida la práctica de la air
guitar
(guitarra de aire) y desde entonces esa modalidad interpretativa no paró de
crecer, especialmente a través de diversos concursos internacionales.
Tocar la guitarra
de aire consiste en imitar los gestos de un guitarrista que se halla en el
trance de ejecutar una pieza y particularmente un solo de dicho instrumento. O
sea, hacer como que se está tocando dicho pasaje (que suena por los altavoces
de la sala), pero sin guitarra. De manera que entre las manos no tiene nada,
excepto el aire. Claro que los dedos, los brazos, las contorsiones corporales y
los propios atuendos nos hacen pensar que estamos ante Jimmy Hendrix, Eric
Clapton o Slash, por citar sólo a algunos monstruos de la guitarra eléctrica
que guardo en mi memoria.
Hay
verdaderos prodigios en esta disciplina, que va bastante más allá de un simple
entretenimiento y que cabe analizar, al menos en parte, con criterios
aplicables a las artes performativas. Es una especie de particular karaoke —si se me permite la
licencia— donde el intérprete se desenvuelve en el plano visual/espacial en
tanto que lo sonoro procede al completo de la grabación correspondiente. Con el
paso del tiempo esta práctica se trasladó de la guitarra a otros instrumentos,
pero siempre bajo los mismos principios: sólo gestos con el aire entre las
manos.
***
Viendo a uno
de estos guitarristas sin guitarra me vinieron a la cabeza dos escenas de El
sobrino de Rameau, de Denis Diderot. No trato de ser original sino tan sólo de
comentar la asociación sobrevenida.
Como se
sabe, este curioso diálogo del filósofo francés ofrece diversas y valiosas
menciones a la música —lo que ya podría intuirse por el título—, mas no
constituyen el núcleo central de la obra, basada en un personaje al que el
ilustrado dota de rasgos extremos y contradictorios.
El caso es
que este sobrino del relato es una especie de cínico bufón, que pone en solfa a
la sociedad parisina de la época y que dice verdades como puños al tiempo que
reconoce sin rubor que es una persona deleznable a casi todos los niveles. Sólo
en el arte de la maldad cree rozar lo sublime.
El ilustrado
Diderot aprovecha para lanzar sus dardos contra el tío de este impresentable
sobrino, es decir, contra el compositor Jean-Phillipe Rameau. Toda esta crítica
se enmarca en la polémica acerca del italianismo en el seno de la propia vida
musical francesa, lo que se toca a fondo al final del diálogo.
El sobrino
de Rameau presenta dotes histriónicas desde el comienzo de la obra. Hay un
momento en que el narrador (Yo, que viene a ser Diderot) le sugiere al pícaro
(Él) que pida perdón a una familia que le ha retirado su apoyo. Y a medida que
Diderot va indicando los pasos a seguir, vemos al sobrino representar lo que se
le dice, incluso tirándose al suelo en actitud de besar los pies de la dama
ofendida.
En esa
línea, pero varios escalones más arriba en cuanto a labor actoral, destaca la
interpretación que realiza el sobrino de Rameau sobre dos instrumentos: el
violín y el clave. Ambos de aire, naturalmente (pp-89-91 de la edición citada
al final).
***
Antes de
tocar el imaginario violín, el sobrino procede a doblar los dedos, a estirarlos
y a ponerlos a punto en medio de grandes crujidos de las articulaciones. A
continuación se coloca en posición de tocar. Tararea algo de Locatelli. Empieza
la sesión: “Su brazo derecho imita el movimiento del arco, su mano izquierda y
sus dedos parecen pasearse a lo largo del mango”.
Hasta aquí
nada de particular. Pero de inmediato se deslizan algunos matices que muestran
la habilidad y conocimiento de Diderot para ofrecer al lector unas imágenes muy
plásticas y detallistas de la práctica violinista en este concierto de violín
sin violín.
Aunque más
que un concierto parece que se trata de un ensayo, pues se producen fallos (y
esto no deja de ser una genial humorada) que se apresta a corregir el tunante:
“si da un tono falso se detiene; tensa o afloja la cuerda; la pellizca con la
uña para asegurarse de que está afinada; inicia de nuevo el pasaje donde lo
dejó”.
La
representación no estaría lograda si no hubiese también algo de movimiento
corporal. Un violinista con un mínimo de sangre en las venas se inclina, se
yergue, cambia los pies de sitio, se agita en plena comunión con la música que
interpreta. Y Rameau (sobrino) no iba a ser menos: “Marca el compás con el pie,
agita la cabeza, los pies, las manos, los brazos, el cuerpo”. Y dice Diderot que
lo hacía como los virtuosos de la época (Ferrari, Chiabran), “con las mismas
convulsiones, ofreciéndome la imagen del mismo suplicio y causándome casi la
misma pena”.
De forma que
tras los movimientos de brazos, dedos y del cuerpo en general se alcanza una
dimensión superior donde la propia cara refleja las mismísimas pasiones del
alma. El proteico sobrino pasa rápidamente de aquella expresión torturada a
otra de éxtasis cuando interpreta un lento y armonioso pasaje en dobles
cuerdas. “Y es seguro —apunta Diderot— que sus acordes resonaban tanto en sus
oídos como en los míos”.
Finalmente
el músico, en pose muy profesional, coloca el instrumento bajo el brazo
izquierdo y deja que el arco prolongue la línea descendente de la mano derecha.
Y después saluda.
***
Aún sudoroso
se pasa al clave y realiza una pantomima semejante. “Las pasiones —anota el
narrador— se sucedían en su rostro. Se distinguían la ternura, la cólera, el
dolor. Se apreciaban los piano y los forte”. La imitación era tan
perfecta, apunta el ilustrado, que un entendido podría incluso reconocer la
obra interpretada.
Al final del
diálogo hay un apoteosis en la que se convierte en un hombre orquesta, cantando
arias e imitando el sonido de los instrumentos de la orquesta, pero eso es otra
historia.
¿Qué más se
puede pedir? Y bien mirado ¿no haría este sobrino zascandil un buen papel en
cualquier concurso de “air violin” o de “air harpsichord”? La pena es que su
arte se desarrolló hace más de doscientos años. Y, claro, antes le tomaron por
loco que por un profeta de las futuras prácticas performativas.
***
Nota
crítica:
la traducción manejada (Cátedra, 1985) parece cuidada en general. Sin embargo,
hay expresiones musicales mejorables. En la zona que estamos citando
(exactamente en la p. 91) se alude al “tritón”, cuando habría que decir
“tritono”, como saben cualquier músico y la RAE, pues el tritón es un anfibio o
una deidad marina, pero no un intervalo. La llamada en algunos tratados “quinta
superflua” está mal explicada en la nota al pie. Todavía en la misma página,
los “fragmentos inarmónicos” han de ser “enarmónicos”, con “e” (enharmoniques”
en el original) y la nota al pie tampoco es adecuada. Hay otras ediciones en
castellano —al menos una anterior y otra posterior—, pero dejo al curioso lector
que prosiga, si le place, con estas indagaciones sobre el siempre delicado
campo de la traducción. Por hoy basta con lo dicho.
Referencia
Denis Diderot: El
sobrino de Rameau.
Madrid, Ed. Cátedra. Letras Universales, 1985, Ed. de Carmen Roig, traducción
de Dolores Grimau, 165 p.
Ilustración
Lámina de L´Encyclopédie (fragmento), de Diderot y D´Alembert
Lámina de L´Encyclopédie (fragmento), de Diderot y D´Alembert
Como siempre, una entrada magnífica: muy original el tema tratado, así como la calidad literaria.
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
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