jueves, 19 de mayo de 2016


I. Apunte de contexto 
La Escolanía de San Salvador tiene ya una historia de más de cuarenta años. Echó a andar en 1973 (si bien los preparativos ya habían comenzado en 1972) en el seno de la Capilla Polifónica ‘Ciudad de Oviedo’. Tuvo como director durante sus primeras tres décadas al maestro de capilla de la Catedral de Oviedo, don Alfredo de la Roza, fallecido en 2004 y a quien ya he dedicado una amplia entrada en este blog. Hasta entonces, la Escolanía estuvo vinculada a la catedral ovetense.
El antiguo escolano y sacerdote don Gaspar Muñiz fue el sucesor de don Alfredo y el impulsor desde 2005 de una nueva y fecunda etapa, con sede en la parroquia de San Isidoro el Real. De dicho periodo data, entre otras cosas, la misa y ciclo musical que cada año se celebran en recuerdo de don Alfredo.
En septiembre de 2013 asumió la dirección musical de la Escolanía la hasta entonces organista titular, Elisa García. La entidad cuenta con dos coros: los puericantores (6 a 14 años, que ya dirigía desde 2005) y el coro joven (entre 15 y 30 años).
Y como hombre clave en asuntos de gestión y representación, no quiero olvidarme de Nacho Rico, presidente de la Escolanía. Ni tampoco, aunque sea sin nombrarlos, de los amigos, socios, cantores, familiares, empresarios, músicos colaboradores e instituciones que hacen posible la benéfica labor de esta agrupación musical tan querida para los ovetenses y que ya ha tenido numerosos reconocimientos y actuaciones nacionales e internacionales.

II. Una velada muy especial
El caso es que este curso 2015-2016 la Escolanía organizó unas sesiones denominadas Las veladas de los jueves con un fin en buena medida divulgativo y didáctico y con el órgano como principal (aunque no único) protagonista. Y justamente el pasado jueves, 12 de mayo, tuvo lugar el concierto de clausura, que fue el número 16 del ciclo (si no he contado mal) y que cabe valorar como un perfecto broche de oro, especialmente atento al patrimonio musical asturiano y, más en concreto, a los fondos conservados en la Catedral de Oviedo.
Desde luego, en este caso se echó en falta un programa de mano. Sabemos que los medios son escasos y entendemos que ciertos conciertos de repertorio, bien explicado de viva voz al público asistente, pueden prescindir del programa si no queda más remedio. Sin embargo, este concierto tiene un manifiesto valor histórico. No es uno más del ciclo. Por ello, tendría que haberse editado un programa lo más cuidado y completo posible (autores, títulos, intérpretes, datos históricos…). Estamos hablando de la memoria de la ciudad y eso requiere un esfuerzo añadido. Todorov enseña que la memoria se construye con recuerdos y con olvidos. Y está claro que un concierto como éste ha de quedar entre los primeros.
No era la primera vez que la Escolanía se aproximaba a la música de la Catedral, como en su día lo hizo la citada Capilla Polifónica en la que tuvo su origen. Años atrás, por poner un ejemplo, estos jóvenes cantores interpretaron diversas piezas (algunas en varias ocasiones) que habían sido transcritas por el autor de estas líneas.
Sin embargo, en esta ocasión se pudo contar también con un grupo instrumental dirigido por el organista Samuel Maíllo, músico muy activo en todo este ciclo. Lo cual, junto con el coro y las voces solistas que entraron en juego, permitió la interpretación de un repertorio particularmente atractivo. En efecto, volvieron a sonar composiciones muy hermosas que se habían escrito casi dos siglos y medio atrás.
El concierto tuvo como asesora académica y presentadora de lujo a la Dra. María Sanhuesa Fonseca, profesora de Musicología la Universidad de Oviedo y perfecta conocedora de todos los entresijos del archivo capitular en lo atinente a la música allí conservada.
Sus intervenciones resultaron modélicas, ajustadas, enunciadas de forma clara y concisa. Y hasta se permitió algunos detalles de sutil ironía, tan suyos, como cuando se produjo una pequeña confusión con cierto cambio del orden de las piezas.

III. Cuatro estrenos en los tiempos actuales
Destacó la musicóloga que las cuatro composiciones seleccionadas se sitúan en plena edad de oro de la música catedralicia, exactamente entre 1773 y 1786. Dos de ellas son obra de Joaquín Lázaro, otra de Pedro Furió y una más de Francisco Nájer.
Comenzó el concierto con Dios mío, calla, aria para tiple, violines, flautas, trompas y bajo continuo, de Joaquín Lázaro (1746-1786). Como se sabe Lázaro sólo estuvo en Oviedo entre 1781 y 1786, fecha de su muerte. Este aria, carente del habitual recitativo previo, está dedicada al Niño Jesús. “La música —destacó la profesora Sanhuesa— tiene varios detalles descriptivos como subrayar rítmicamente la palabra ‘calla’, o ‘descansa’, con melodía descendente, aludiendo al reposo, al sueño”.
La soprano Elena Martín intervino como solista. Es sabido que la tradición hispánica reserva el término ‘tiple’ para quienes se encargan de la más aguda de las voces. En las capillas de música catedralicias esa voz la podían realizar niños, adultos falsetistas o capones (castrados) pero se excluía a las mujeres.
La forma ‘soprano’ viene de la palabra italiana que alude a esa misma voz y que es masculina, así como del concepto de ‘superius’, que se usa para la música escrita y en la teoría, pero no para los cantores. Hoy día una pieza para tiple, como la que nos ocupa, puede ser cantada por niños de ambos sexos, por contratenores sopranos o por sopranos femeninas.
A continuación se pudo escuchar Salamandras que ardientes bebéis, villancico de tonadilla con 4 tiples solistas, violines, trompas y bajo continuo, de Pedro Furió, que fue maestro de capilla en Oviedo desde 1775 hasta su muerte en 1780. Hay mucha confusión sobre su vida, pues se mezcla con la de un hijo homónimo e incluso con un tercer Furió. En todo caso éste es el “bueno” y el que tenía un prestigio en su época que había superado incluso las fronteras de España.
La obra trata un momento del martirio de Santa Eulalia, que tanta literatura produjo en toda Europa (del latino Prudencio a Lorca) y que tanta música generó en la Catedral de Oviedo por la sencilla razón de ser esta niña santa —y dispuesta a defender la fe hasta su atroz martirio— la patrona de la diócesis, como también lo es de Oviedo y de muchas otras localidades.
María Sanhuesa explicó el simbolismo de la salamandra, pues es creencia popular que no se quema con el fuego, y señaló que se usaban joyas/amuletos contra la fiebre que tenían forma de salamandra. Pero quizá el detalle más erudito lo puso la musicóloga al ofrecernos los nombres de los cuatro tiples que cantaron en su día esta obra en la capilla catedralicia: Santos, Canales, Candás (que es apodo) y Francisco Squarciafico, hijo de un instrumentista de la capilla. Y para que conste en algún sitio, recojo aquí los nombres de las seis jóvenes que lo hicieron en esta ocasión: Verónica Roal Rivero, Isabel Pérez Cuenco, Patricia Suárez Lobo, Celisa Fernández Alonso, Kassandra Fernández Alonso y Lucía Nieto Vegas.
La tercera obra supuso un notable giro estilístico derivado de la propia funcionalidad de la composición, que en este caso era ya plenamente litúrgica en su origen. Se trata de un himno de maitines de Francisco Nájer, titulado Domare cordis impetus, a 8 voces en 2 coros y bajo continuo (1780). Está dedicado a Santa Isabel de Portugal. Es el resultado de un ejercicio de composición para las oposiciones a maestro de capilla, que ganaría el ya citado Joaquín Lázaro.
Comentó María Sanhuesa que la obra se compuso con “término de 24 horas”, que es la expresión de la época para decir que ése era el tiempo máximo del que disponían los opositores para componer la obra, un poco a la manera de las “encerronas” de las oposiciones académicas, recordó la presentadora.
Elisa García asumió en esta ocasión la dirección del coro, quedando Maíllo a cargo del continuo. Desde el punto de vista de la himnodia presenta una estructura compleja, con versos de distinto metro y diversas combinaciones de pies. Su texto explica cómo la reina Isabel de Portugal domó el ímpetu del corazón y optó por la vida religiosa, renunciando a los bienes materiales para alcanzar los eternos y celestiales.
A mí me resultó particularmente interesante el tratamiento con diversas densidades corales de los distintos versículos y hemistiquios. Y luego están esos pasajes imitativos, que no desdibujan el sentido del texto en absoluto, servido con una música muy inspirada y solemne.
Por último se ofreció Del risco se despeña, aria para tiple, violines, trompas y bajo continuo, del ya citado Joaquín Lázaro, de nuevo con Elena Martín como solista. Una vez más, la profesora Sanhuesa apuntó detalles de interés. Por ejemplo que el niño que interpretó este aria era Josef María Páez, hijo del maestro de capilla Juan Páez Centella. Y como Páez llegó a la muerte de Lázaro, “esto nos indica —apunta la musicóloga— que tras 1786 este aria siguió cantándose en la catedral”. La pieza —prosiguió— es un aria da capo, carente de recitativo, que como la primera de la sesión abunda en detalles descriptivos: al fin y al cabo, todo el mundo de la música “poética” o retórica musical llevaba ya más de siglo y medio circulando por Europa.

IV. Los músicos
Samuel Maíllo fue también, junto con diversos colegas del mundo de la música y la orientación de María Sanhuesa, el responsable de poner a punto en los atriles todo este antiguo material, lo que es un esfuerzo digno de mención.
Al final tuvo unas palabras de agradecimiento para muy diversas personas e instituciones. Aludió Maíllo al concepto de altruismo, algo que considero más importante de lo que pudiera parecer a simple vista y que, en determinadas sociedades (no en la nuestra) tiene efectos asombrosos en las acciones sobre el patrimonio.
Todos estos jóvenes cantores e instrumentistas, solistas y directores merecieron el cálido aplauso del público tras cada interpretación y al final de la velada. Es de destacar esta característica de juventud de la inmensa mayoría de los que hicieron posible el concierto, algunos haciendo probablemente sus primeras armas como músicos ante el público, otros sin duda más curtidos, todos con ánimo y ganas, atentos a las indicaciones de los directores Samuel Maíllo y Elisa García.
Este blog no se dedica a la crítica musical. Dejo las posibles objeciones sobre aspectos interpretativos —siempre posibles y aun útiles si son constructivas— para los tiquismiquis aquejados de tiquismiquis, pues dice la RAE que la palabrita no sólo se refiere a ciertas personas sino también a los síntomas que los caracterizan y que consisten en “reparos vanos o de poquísima importancia” con que suelen entretenerse.

V. Un detalle de gestión
La transferencia del conocimiento, que es la aspiración de cualquier equipo científico, va mucho más allá de la muy meritoria difusión de resultados. Sólo teniéndolo en cuenta es posible presentar un bien cultural que resulte atractivo cuando se oferte y que incluso pudiera ser demandado. Existen varios planteamientos posibles, siendo el llamado modelo de la “triple hélice” (interacción de los marcos académico, institucional y empresarial, simplificando mucho) muy propio para obtener buenos resultados en ámbitos como el que nos ocupa. Hoy no procede extenderse sobre este asunto, pero es crucial y por ahí van los tiros. Aquí lo dejó apuntado por si a alguien le sirve.
Al final, como ironizaba María Sanhuesa, se trata de no tener que esperar otros 250 años para volver a escuchar músicas tan valiosas como las presentadas en esta sesión de clausura de Las veladas de los jueves de la Escolanía de San Salvador.

Foto cortesía de Enrique Campuzano.

2 comentarios:

  1. Muchísimas gracias por la asistencia al concierto y por la entrada en el blog. La verdad es que el repertorio interpretado hizo que fuera una velada histórica, que debería haber dejado más testimonios palpables para la historia. Lección aprendida…
    ¡Gracias de nuevo!

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  2. Gracias a ti. Y entre unas cosas y otras todo va quedando documentado.

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