jueves, 13 de octubre de 2016

El imaginario aéreo del órgano (1)

  La evolución del órgano, que llega a la elefantiasis en los modelos del XIX, ha motivado la existencia de todo un imaginario de naturaleza terrestre referido a este instrumento. Es indiscutible que un órgano romántico a pleno rendimiento impresiona siempre y que hay algo de telúrico en su clamor. Dejo hoy de lado los conocidos simbolismos terrestres y me centro en los que proporciona otro elemento, el Aire, no menos significativos en la construcción del imaginario que le rodea.
De entrada, su ubicación elevada y el simbolismo ascensional de la escalera de acceso al instrumento contribuyen a perfilar una imagen del organista como mediador y Señor de los Vientos. También el material de que están construidos los tubos puede tener connotaciones aéreas. Los organeros de los siglos XVI al XVIII se comprometían en sus contratos a utilizar buen estaño inglés, susceptible de mezcla con plomo para determinados tubos. Los contratos que ha recogido Louis Jarnbou, en el segundo volumen de su obra fundamental sobre el órgano español, son ilustrativos a este respecto.
Un teórico como Pablo Nasarre también aconsejaba que los tubos fuesen de estaño. Pero además de las razones de mejor sonoridad, conocidas en la práctica, aducía con toda convicción que el estaño es un metal bajo el influjo ele Júpiter y capaz de dar un sonido más aéreo y sanguíneo, frente a los tubos con mucho plomo, que suenan de manera saturnal, melancólica y terrestre.
***
La ubicación del órgano, habitualmente en lo alto, como un ídolo formidable, aéreo sobre el suelo de los templos y a veces más cerca de la encastillada campana que del altar, constituye toda una clase de teología. Es, desde luego, un espacio idóneo para la mediación. Además, existen razones acústicas que algunos teóricos han explicado. Nasarre, en su capítulo sobre el eco, defiende la ubicación de los órganos en sitio elevado a fin de dejar más espacio para que la reverberación del sonido no cree confusión: "dará más gusto el órgano si estuviere situado en el puesto de mayor altura”.
Su aspecto externo tiene un sentido arquitectónico autónomo. La disposición de los tubos se organiza en diversos castillos. Y tiene —o puede tener— fachadas, frontis, columnas, puertas, almenas, escudos nobiliarios, en suma, una imagen reducida pero poderosa de la Jerusalén celeste.
Los órganos presentan un cierto aspecto defensivo por todo lo dicho. Mas en el mundo ibérico el sesgo militar aumenta merced a la disposición en horizontal de una batería de tubos con sonido de trompeta real o de batalla, que los organeros se comprometen, en sus contratos, a disponer precisamente a manera de “artillería”.
***
Al órgano se accede por unas escaleras, muchas veces estrechas y de caracol, que resultan más iniciáticas que cómodas. No están abiertas para cualquiera, como no dejan de recordarle al organista de vez en cuando los acuerdos de los cabildos recogidos en las actas capitulares de nuestras catedrales, como éste tan ilustrativo de Segovia, de 1524, publicado por López-Calo:
“Mandaron que el organista non consienta entrar en los órganos a persona alguna de fuera de la iglesia, so pena de cuatro reales por la primera vez e por la segunda ocho reales, e por la tercera privación de organista”.
Cierto es que el coro alto podía abrirse en algunas ocasiones especiales, por ejemplo para ciertos oficios de Nochebuena, pero sólo para “personas principales”, según señalan las actas de Burgos en 1561 (igualmente publicadas por López Calo), como si se tratase de un privilegio de anticipación celeste del que las mujeres eran excluidas:
“Este día los dichos señores mandaron que las personas que tienen la llave de los órganos, que no dejen subir mujeres donde están los órganos, so pena de cada dos mil maravedía a cada uno que las dejare subir”,
Las mujeres podían ser admitidas con determinadas restricciones, probablemente la de acompañar a las ya citadas personas principales y, a su vez, no ser acompañadas de “criadas e mozos”, según recogen las actas catedralicias de Burgos ya citadas.
Con el órgano y la escalera de acceso estamos ante uno de los más claros “esquemas axiomáticos de la verticalidad”, en la terminología de Gilbert Durand, en una particular escala de Jacob que, efectivamente, conduce a un territorio más celeste que humano, donde pronto va a sonar el aliento del Es­píritu que inunda desde lo alto las bóvedas y lasnaves del templo.
La escalera, como una de esas escalas iniciáticas estudiadas por Eliade, es también una escala “levantada contra el tiempo y la muerte”, en expresión de Durand, y lo es porque lo que va a sobrevenir tras la ascensión del organista a su atalaya es la apertura, de un tiempo distinto, el de la música, que es el tiempo de un discurso autónomo y que puede verse como el de la comunión entre las realidades cósmicas y nuestro propio mundo.
El organista adquiere un papel cristológico en esa cotidiana subida, que le salva y le eleva, pero de la que hace partícipe también a la asamblea de fieles por la metáfora de su mensaje sonoro.
Es el demiurgo entre dos mundos, el mediador entre dos tiempos, el mensajero iniciado que se adueña de las regiones aéreas para publicar la ascensión y la eternidad.

Referencias
Extractado de Ángel Medina: “El imaginario aéreo de la música: mitos, símbolos y realidades”.. Barcelona,  Ed. Anthropos, 1999, pp. 60 - 86. 
Ilustración: Lámina de L´Encyclopédie (fragmento con piezas de órgano), de Diderot y D´Alembert.

0 comentarios:

Publicar un comentario