jueves, 2 de febrero de 2017

Dedicamos hoy unas líneas al musicólogo y concertista de guitarra Ricardo Aleixo, Premio de Musicología 2015 de la Sociedad Española de Musicología por sus investigaciones sobre la guitarra española del siglo XVIII.
Aleixo realizó su tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid bajo la dirección de Javier Suárez-Pajares, profesor que posee una conocida  trayectoria en cuanto a los estudios sobre la guitarra.
El libro en que se ha convertido dicha tesis y cuya publicación es una consecuencia del propio galardón se titula La guitarra en Madrid (1750-1808) y ha sido editado por la SEdeM a finales de 2016. Justo en estas fechas comienza a circular.
En el prólogo de Luis Briso de Montiano (a quien Ricardo Aleixo reconoce un papel decisivo en todo este proyecto) se plantea una cosa bastante curiosa en un texto académico. Me refiero a que se habla de la posibilidad de leer el libro no sólo de manera lineal sino también siguiendo otros posibles itinerarios, como si se tratase de Rayuela o ficción semejante, pero incluso con más de las dos opciones propuestas por Cortázar en su célebre novela.
Una sugerencia así se justifica y es posible por los muy diversos enfoques con que se aborda la situación de la guitarra en el Madrid de la segunda mitad del siglo XVIII. Esta reducción geográfica a la Villa y Corte no es estricta en absoluto, sobre todo en los capítulos dedicados a la música.
Comienza la monografía explicando la llamativa presencia de la guitarra en la cultura popular, en el teatro breve y en la vida cotidiana de la España del momento. Esto se opera, además, en el seno de las capas populares y también en los estamentos superiores, incluso en la familia real. Y si ya desde tiempos anteriores la guitarra era reconocida internacionalmente como instrumento nacional español, su presencia en el XVIII la afianza definitivamente en esta consideración.
Nada mejor que la mirada del Otro para que se ponga el foco sobre lo que, siendo en España cotidiano y ordinario, es visto desde la perspectiva de los extranjeros como singular. Precisamente los testimonios de viajeros por España en esta época se analizan en el segundo capítulo, que es una delicia. Es un tema en el que Ricardo Aleixo ya había publicado algunas cosas, a modo de adelanto.
Sorprende el retrato que los viajeros pintan de una España donde tocar la guitarra es casi la condición por antonomasia del ser español. Resulta maravilloso leer esos testimonios, espigados por el investigador de numerosos relatos de viajes, en los que vemos a los madrileños reunirse a la vera del río en la hora del crepúsculo para descansar de la larga jornada de trabajo, sin que falte nunca el sonido de alguna guitarra. Instrumento, por cierto, que como señala Aleixo, no sólo colgaba de las paredes de las barberías sino también de los muros de panaderías, cantinas u otros locales comerciales o de artesanos.
La amplia difusión de la guitarra por España es un hecho claro, pero no con la misma intensidad en todos los sitios. Por ejemplo en Galicia, sostiene este autor, la gaita limita notablemente la presencia de la guitarra en las manifestaciones festivas.

Tras un capítulo sobre los personajes populares asociados a la guitarra (barberos, ciegos, etc.) nos regala Ricardo Aleixo otro —de lectura perfectamente autónoma— en el que analiza finamente la iconografía de la guitarra española en la época acotada. Siguiendo planteamientos de Cristina Bordas, diferencia tres niveles de representación, que van desde la mera sugerencia de la música hasta la plasmación realista de instrumentos o incluso de partituras, pasando por las escenas en las que la música está “sonando”, por decirlo de alguna manera, de manera explícita.
El capítulo 5 se refiere a los guitarreros y a las guitarras del momento, lo que supone un nuevo cambio en el enfoque del tema. Aleixo se refiere a las guitarras de bajo coste (con maderas baratas, pocos adornos, etc.) como otro de los argumentos de su amplia difusión. Y luego está todo el tema de la guitarra de seis órdenes que es la novedad de estas décadas.
El capítulo 6, mucho más amplio que los demás, es realmente el núcleo de la investigación. Mas no tendría el mismo valor sin todas esas miradas que el investigador ha ido lanzando previamente hacia el objeto de estudio.
Estamos ante la propia música. Por esta razón, aquí se analizan los tratados de la época, incluso del siglo anterior cuando es preciso. Básicamente el autor divide su estudio entre la música para la guitarra de punteado y la guitarra de rasgueado. El estilo mixto ya ha pasado a ser anecdótico.
Dedica mucha atención a los aspectos notacionales. Si para la guitarra de puntueado el autor se centra en los fondos madrileños de las cinco bibliotecas analizadas (Nacional, Real, Conservatorio, Histórica Municipal y del Senado), con toda la cuestión del avance de la notación mensural sobre la de cifra, en cuanto a la guitarra de rasgueado no se cumple la limitación geográfica señalada en el título /Madrid); ni se puede cumplir si se quiere decir algo de interés sobre el rasgueado de la segunda mitad del XVIII.
En esta vertiente, las fuentes que proporcionan buenos ejemplos son principalmente Minguet e Yrol y Vargas y Guzmán, pues las aportaciones de Andrés de Sotos y Manuel Valero constituyen meras repeticiones de Amat y Sanz, respectivamente, como no deja de recordar Aleixo. Aún Minguet e Yrol podría justificarse por su circulación impresa, lo que no ocurre con Vargas y Guzmán, que analiza con particular finura pero que, obviamente, no tiene nada que ver con Madrid. Lo que quiere decir que la obra nos da mucho más de lo que se anuncia en el título, como por lo demás es lógico —insisto— si queremos analizar las importantes transformaciones de la guitarra en las décadas postreras del siglo XVIII con todos los datos.
No faltan consideraciones estilísticas del repertorio, que se mueve entre las pervivencias del Barroco y la asunción de la estética preclasicista.
Por otra parte, la obra se complementa con una serie de bibliografías, índices y apéndices que ratifican el rigor académico con que fue realizada esta investigación.
***
Las líneas anteriores, que no pretenden de ninguna manera ser una recensión del libro sino tan sólo una simple reseña de parte de su contenido, tienen también para mí una significación personal. Hace unos años recibí el primero de los numerosos correos que luego mantuve, hasta hoy, con Ricardo Aleixo. Me preguntaba por un detalle sumamente puntual de una pieza de rasgueado del tratado de Vargas y Guzmán de 1773, cuyo manuscrito yo había descubierto y editado.
Desde ese mismo momento supe que estaba ante un investigador serio, riguroso, de trato exquisitamente académico, que escribía un castellano perfecto pese a no ser su lengua materna. Naturalmente, atendí sus consultas y le facilité encantado todo lo que estaba en mi mano.
La “recompensa” que recibo radica —como para cualquier lector— en lo enriquecedor del conjunto de su obra. Pero es muy comprensible que disfrute particularmente con los nuevos matices y conclusiones que ha sabido sacar de la fuente que uno mismo había estudiado en 1994, la Explicación de la guitarra de Vargas y Guzmán (Cádiz, 1773). Por ejemplo, su reflexión sobre las encordaduras de alambre atado como punto de transición entre las de tripa y las de piezas metálicas hendidas en el diapasón de la guitarra. O bien su valoración del rasgueado de las seguidillas o del fandango, singulares en ambos casos. O, en fin, el análisis iconográfico y musicológico del dibujo de una guitarra de seis órdenes que contiene el citado manuscrito.
Ahora compruebo, con gran satisfacción, que no me equivocaba en mis apreciaciones. Lo que no quiere decir que no haya aspectos discutibles en algunos detalles de un trabajo tan amplio y planteado desde tan variadas perspectivas. Pero eso no es el objetivo de estos párrafos. Sí lo es proclamar que un libro como el que acaba de publicar Ricardo Aleixo es de obligada consulta para quien quiera adentrarse en alguno de los aspectos, autores o fuentes de todo este período dieciochesco en el que la guitarra había conquistado a la sociedad española y se había erigido en símbolo de España a los ojos de las naciones vecinas.

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