El pasado verano se presentó en España la
película El profesor de violín, obra del realizador brasileño Sergio Machado. La cinta
había sido estrenada en Brasil el año anterior. El filme, como han destacado
los medios de comunicación, está basado en hechos reales.
Hay muchas películas
sobre profesores de música. En general, la historia de un discípulo/a con su
maestro/a permite saltar del plano musical al plano psicológico y alimentar así
el interés dramático del argumento, incluyendo con frecuencia las
correspondientes historias de amor.
También hay peliculas
que abordan la enseñanza musical de un determinado colectivo, como pueda ser
una clase de una escuela (¿quién no se acuerda de Jack Black haciendo de
roquero histriónico y medio chiflado en Escuela de rock?), un coro escolar o cosas
semejantes. Existen varios modelos a este respecto.
Imposible no traer
aquí a colación a Terence
Fletcher, profesor de percusión en Whiplash, película de 2014 que tiene detalles autobiográficos
del guionista y director Damien Chazelle. Fletcher me recordó al sargento mayor
Hartman, instructor de reclutas en La chaqueta metálica (Kubrick, 1987), que, como se sabe, es la
quintaesencia de todos los sargentos instructores psicópatas (pero
eficaces) que suelen comparecer en las películas bélicas.
El tal Fletcher considera que la
perfección interpretativa ha de ser un camino de dura superación personal. Todo
es tensión, competencia brutal y siempre con el triunfo como objetivo a costa
de lo que sea, igual que ocurre en la cara más cruda del capitalismo. La big-band
del profesor Fletcher es
magnífica, desde luego, pero está nutrida de chicos y chicas que aceptan la
humillación hasta extremos que llegan a la tragedia. Todo lo cual, dicho sea de
paso, viene servido con un gran trabajo actoral, un montaje asombroso y con un
dominio del relato cinematográfico incuestionable.
Hay otros modelos (con otros
mensajes) y uno de ellos lo encontramos en El profesor de violín. Ciertamente, el distinguido conservatorio
donde enseña Fletcher, sito en la costa Este norteamericana, nada tiene que ver
con la enseñanza musical que, en el caso real narrado en la película de
Machado, cuajó en una favela brasileña.
***
Antes de proseguir, un recuerdo. Conocí hace muchos años a alguien que después de licenciarse con
muy buenas notas y de haber incluso empezado a pensar en la tesis doctoral, lo
dejó todo y tomó el camino de la vida religiosa. Estuvo unos cuantos años en
Brasil, en contacto con los más desfavorecidos. Periódicamente volvía a España
y me contaba, entre otras cosas, cómo se vivía la música entre aquellos jóvenes que nada poseían.
Allí, los cánticos de la misa
poco se parecen a esas quejumbrosas cantilenas que se oyen en la mayoría de
nuestras parroquias. En aquel entorno se escuchan músicas llenas de
convencimiento, de entrega y emoción, donde los fieles forman realmente parte
de lo que se está celebrando y donde parece que el buen Dios está de
cumpleaños.
Con instrumentos a los que les
pueden faltar algunas piezas, con arcos casi sin cerdas, con viejos violines
que van reparando como pueden, brota una música sin parangón, lo mismo en el
templo que en otros ámbitos de aquellos poblados llenos de miseria y violencia.
Creo que fue Claudio Abbado quien habló de ese potencial, pues los chicos y
chicas de las favelas pueden aprender la técnica como cualquiera, pero poseen
un don a la hora de interpretar, acaso porque la música sea una de las posibles
tablas de salvación en el proceloso mar de los suburbios brasileños.
***
El caso es que Laerte dos Santos,
violinista destacado y antiguo niño prodigio, se halla en un momento de fuerte
inestabilidad psicológica. Queda bloqueado en la prueba para ingresar en una
orquesta, deshace con su estrés el cuarteto del que forma parte y tiene
engañada a su familia, lejana y humilde, con su supuesta agenda de trabajo.
Pero realmente está en la ruina, con deudas y viéndolo todo muy negro. Es
entonces cuando le avisan de que hay una plaza de profesor en una escuela
pública de una favela, donde existe un grupo instrumental auspiciado por una ONG.
Cuando llega al lugar de ensayo,
una especie de patio entre rejas que lo separan del exterior, se encuentra con
unos cuantos jóvenes indisciplinados, lenguaraces, que se distraen con el
móvil, que andan a la gresca entre sí y que, para colmo de males, tocan
espantosamente mal.
Es difícil de creer que el
arreglo de la obra de Mozart que sirve de iniciación a sus enseñanzas pueda
sonar así ni aun en medio de la peor de las pesadillas. Me refiero al tema con variaciones Ah
vous dirai-je, maman, que
tiene un papel significativo en varios momentos y versiones.
Paralelamente a las desesperantes
sesiones de la pequeña orquesta de la favela, se muestra la aún más dura
realidad de aquel poblado, cplagado de drogas, robos, ajustes de
cuentas, persecuciones policiales y demás desgracias cotidianas en este tipo de
comunidades. La orquesta y el entorno no son realidades disociadas, sino que
hay una ósmosis entre ambas, sin que tampoco falte la tragedia. Todo sucede en
ambientes muy cerrados casi siempre, oscuros y desesperanzados.
Hay momentos muy bonitos sobre el
valor de la música, incluso con el expreso mensaje de Orfeo como fondo (escena en la
que el profesor calma, tocando su violín, a unos pandilleros que le acosan) o
con mensajes más ambiguos, como cuando el traficante principal de la favela le pide
al profesor que lleve a su orquesta para el cumpleaños de su hija —la cual
tiene ilusión en cumplir 15 años bailando El Danubio azul—, lo que alarma a la dirección del centro y
pone de relieve que la música “no es inocente” como diría Jacques Attali. Es lo
que tiene la belleza: también puede gustar a los bandidos.
***
Las cosas tardan en encauzarse. A
los seis meses aquello sigue siendo un horror. Al año, el canon de Pachelbel
empieza a ser reconocible. Se intensifican
los ensayos. El profesor parece estar más implicado, pero gana una plaza de
primer violín en la orquesta de Sao Paulo. Todo parece irse a pique. Y, bueno, quien quiera saber más que vea
la película.
Un detalle final: la cinta no se
titula como propone el título español (El profesor de violín) sino Tudo que aprendemos juntos, lo que no requiere traducción. Y tal es,
por otra parte, la lección de esta escuela de la calle, donde hay que aprender
a tocar superando no sólo los problemas de la técnica sino las difíciles
condiciones del entorno.
En un momento de desánimo,
una chica les dice a sus compañeros que todos tenemos problemas, en la casa, con la familia, en
la vida, pero que justo en los ensayos eso parece no contar gracias a la
música. Semejante comunión con la práctica musical no se logra con el exacerbado
individualismo y afán de triunfo de los alumnos de Fletcher en su conservatorio
de la costa Este norteamericana, sino con el compañerismo y la solidaridad que,
pese a todo, habitan en las favelas brasileñas. O sea, con todo lo que
aprendemos juntos.
Ilustración: fotograma de la película.
Violines en las favelas