El actual himno nacional español
fue en origen una marcha granadera que, al ir adquiriendo presencia y
solemnidad, ganó en valor simbólico. Lógicamente, su función de marcha de honor
para los reyes fue determinante en este sentido. De ahí procede el nombre
habitual de esta música en buena parte de los siglos XIX y XX: Marcha real.
Sin embargo, no ha de olvidarse
su utilización, regulada en diversas disposiciones a lo largo de su historia,
como medio “para rendir honores al Santísimo Sacramento”, además de a las
Reales Personas, según escribiera Bonafós en 1897. Es decir, para honrar a Dios
sacramentado en las procesiones del Corpus y en el momento de la Elevación de
las misas solemnes. Al fin y al cabo, Dios es el Rey de reyes.
En el libro que se cita al final
se apunta: “Lo bueno de la Marcha real era que funcionaba como un indicador
perfectamente claro. Sus sones, en plazas y calles, auguraban días distintos,
momentos de solemnidad o de fiesta. Una comitiva regia, como es lógico, concita
la interpretación de la citada marcha. Menciona Galdós el “estruendo solemne de
la marcha real y todo lo demás que realza estas procesiones”, refiriéndose a
los cortejos reales (Los apostólicos). Y aún nos interesa más la siguiente
cita, alusiva a festejos populares: “Cuando pasaron junto al Casino, la banda
del pueblo (compuesta de seis instrumentos de cobre soplados por otros tantos
humanos fuelles) se entusiasmó, digámoslo así, y suspendiendo bruscamente el
airecillo de Barba Azul que ejecutaba, dio principio al degüello de la marcha
real, cuyas notas salieron, chorreando sangre, para ir a rasguñar las orejas de
los fieles” (Gloria).
Emilia Pardo Bazán ―en Los pazos de
Ulloa― describe una misa solemne donde la
gaita de fuelle es la protagonista de la Marcha real: “El gaitero, prodigando todos sus recursos artísticos,
acompañaba con el punteiro desmangado de la gaita y haciendo oficios de
clarinete. Cuando tenía que sonar entera la orquesta, mangaba otra vez el
punteiro en el fol; así podía acompañar la Elevación de la hostia con una
solemne marcha real, y el postcomunio con una muiñeira de las más recientes y
brincadoras, que, ya terminada la misa, repetía en el vestíbulo”.
Esta práctica está viva en
diversos lugares. En Asturias, por ejemplo, en la singular misa popular en
latín denominada Misa de gaita, reconocida como Bien de Interés Cultural en 2014. Dicho
sea de paso, lo verdaderamente interesante de esta misa no radica en que se
toque dicha pieza, sino en la hibridación del antiguo canto llano y del canto
llano medido a compás (mixto) con los giros y características de la ciertas
modalidades de la canción tradicional asturiana.
Por otra parte, desde hace unos
lustros la interpretación del himno regional -la célebre canción Asturias,patria querida-
está ocupando en muchos templos y procesiones el lugar de la Marcha real. Es un hecho que ocurre porque
se considera que la Marcha real actúa como himno nacional (que lo es), susceptible por
tanto de ser sustituido por otro himno igualmente oficial, acorde con la
estructura descentralizada del estado y muy querido por la gente. Se olvida que
no es cuestión de himnos oficiales que identifican territorios, sino de que la Marcha real tiene entre sus funciones la de
honrar a Dios mismo, Rey supremo por antonomasia, lo que no ocurre con el himno
regional. Eso al margen de la carga adquirida por la Marcha real durante el franquismo, que lo
tipificó como himno nacional y le dio un uso muy poco integrador, algo de lo que todavía
quedan resquemores.
***
Para concluir, una curiosidad.
Carlos Ciaño recoge en Costumbres y tradiciones asturianas (1925) una historia que le
sucedió a Chunga, un gaitero popular de fines del XIX, del que dice que tocaba una
“marcha real temblorosa y desequilibrada, exclusiva para las misas solemnes de
‘tres en ringle’ y las procesiones de corpus”. O sea, para las misas con tres
oficiantes, misas solemnes, propias de las fiestas patronales, y para las
citadas procesiones.
En cierta ocasión, regresaba de
noche a casa después de tocar en una aldea. Le salió un lobo en el camino, que
le seguía tenazmente a prudencial distancia. Sacó su navaja mientras que con la
otra mano obtenía algunos sonidos en la gaita, muy discordantes pero que no se
bastaban para ahuyentar al lobo. Y esto ya indica la pertinacia del cánido,
porque el poderío de una gaita de fuelle en la noche silenciosa, emitiendo
extraños sonidos agudos, es para meter miedo a las mismísimas ánimas del
purgatorio. El lobo no cejaba y seguía tras los pasos de Chunga. El cual cambió de estrategia y
pasó al ataque. Guardó la navaja, se aferró a la gaita y soplando y empleando
ambas manos interpretó la Marcha real de un modo seguramente nada tembloroso,
como le achacaba Ciaño quizá entre patriótico y desesperado, sin que el lobo
cambiase de actitud. ¿Estaba fascinado creyendo hallarse ante un nuevo Orfeo?
¿Trataba de saber cómo era posible que aquel hombre emitiese tanto sonido con aquel
modesto ingenio de tubos y fuelle? El resultado fue que aquella Marcha real tocada in extremis por Chunga alertó a unas gentes de una
casería cercana. Se acercaron y acabaron con el lobo de muy mala manera.
La curiosidad puede matar,
hermano lobo. Tanto como la indecisión.
Referencia:
Medina Álvarez, Ángel: La misa de gaita: hibridaciones
sacroasturianas. pp. Museo del Pueblo
de Asturias / Fundación Valdés Salas, Gijón, 2012, 247 p.
La Marcha Real: gloria a Dios, honra del rey y perdición del lobo