El libro Vida
pitagórica, de
Jámblico, es sin duda una de las más deliciosas fuentes sobre Pitágoras y su
doctrina. Es cierto que Jámblico vivió a caballo de los siglos III y IV de
nuestra era, por tanto cerca de 900 años después de Pitágoras (siglos VI-V a.
C), lo cual determina que se crucen en su texto muchas ideas de autores
posteriores al filósofo de Samos. Pero también es verdad que la tradición
pitagórica pervivía en diversos lugares del imperio romano aún en tiempo de
Jámblico, el cual se sirvió además de textos antiguos hoy perdidos.
El autor de Vida
pitagórica alude
en varios apartados de su libro a la música y no se olvida de narrar la célebre
historia de los martillos y los yunques que lleva a Pitágoras a descubrir los
intervalos básicos de la teoría musical clásica. Hoy, sin embargo, nos
recrearemos con el valor curativo que Pitágoras otorgaba a la música.
Por un lado, se le
atribuyen las inevitables leyendas sobre lo que algunos tratadistas acabarían
llamando los “prodigios” de la música. Uno de ellos ocurrió como sigue. Parece
ser que cierto joven cortejaba a su novia a la puerta de su rival y con una
extraña mezcla de furia y ardor, causada por una melodía frigia de un aulós que
estaba sonando, se dispuso a pegar fuego a la casa. Pitágoras se encontraba
allí y le reprochó su conducta, a lo que el joven, muy enfadado, respondió con
insultos. Pasó entonces Pitágoras al ataque y le indicó al músico que
abandonase la melodía frigia y que tocase en ritmo espondaico. Santo remedio. El
joven se calmó y se fue para su casa tan tranquilo.
Además de prodigios
de este tipo, Pitágoras practicó con sus discípulos (según Jámblico) un sistema
de “arreglos, combinaciones y terapias musicales”. En líneas generales
prestaban atención de continuo a la música como base de su concepción
educativa. Pitágoras hacía que un intérprete de lira se sentase en el medio de
los asistentes y así cantaban juntos ciertos peanes.
Ahora bien, había
prácticas aún más específicamente terapéuticas. Por ejemplo, Pitágoras proponía
unas determinadas músicas al atardecer, antes de acostarse, a fin de liberar a
sus discípulos “de las turbaciones y resonancias diurnas”. Con este método, los
iniciados en su sabiduría podían disfrutar de “sueños sosegados, agradables y además
proféticos”. Lo mejor de todo es que para no tener una mala mañana tras el
sueño, también les recetaba unas particulares músicas que les desperezasen y
les despejasen convenientemente.
Sus recursos eran muy
sencillos: bastaba con la voz, todo lo más acompañada por la lira. No gustaba
de la flauta, instrumento que califica de “excitante”, tal vez porque se está
refiriendo realmente al aulós, poderosamente chillón, cuyo imaginario
dionisíaco es el polo opuesto de la apolínea lira. Obviamente, los arreglos y
terapias musicales de Pitágoras también se aplicaban, según la tradición, para
la curación de diversas dolencias. Al decir de Jámblico eran algo parecido a los ensalmos, como
cantos mágicos con valor de exorcismo.
Pitágoras no
necesitaba nada de esta industria musicoterapéutica tan elaborada, por la
sencilla razón de que era un ser con cualidades parcialmente divinas y muy
sabio. A él no hacia falta que nadie le cantase una nana para dormir porque
tenía acceso a la música de las esferas, que “produce una música más plena e
intensa que la terrenal por el movimiento y revolución sumamente melodioso y
sumamente bello y variopinto, producto de desiguales y muy diferentes sonidos,
velocidades, volúmenes e intervalos”.
Claro, así cualquiera
no duerme bien y se despierta mejor.
Referencias
Ilustración: Fragmento
de La Escuela de Atenas, de Rafael, con Pitágoras escribiendo ante un tablero
que sostiene un discípulo en el que hay un diagrama y debajo una tetraktys.
Las citas proceden de Jámblico:
Vida pitagórica. Traducción, introducción y notas de Enrique A.
Ramos Jurado. Madrid, Ed. Etnos, 1991.
Musicoterapia pitagórica