El pasado 29 de noviembre, a las siete de la tarde, tuvo lugar, en el Aula Magna del Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo, la presentación del libro Virtus magistri. Homenaje a Ángel Medina Álvarez. Es decir, un libro que se ha hecho como reconocimiento a quien suscribe, con motivo de su jubilación como profesor universitario. Presidió el acto el señor rector, Ignacio Villaverde. Excusado es decir que resultó muy emotivo y altamente académico y que aquí solo trato de dejar constancia de ello y de recoger algunas de las cuestiones que pude comentar en mi intervención, marcada esencialmente por el agradecimiento.
A continuación, llegó el turno de la doctora María Sanhuesa, quien hablaba en nombre de las tres editoras del libro. Explicó pormenorizadamente los contenidos del volumen, el esfuerzo que había detrás y destacó la versatilidad y el lado humano que se advierte en la producción tanto académica como divulgativa del homenajeado. Lo hizo con la precisión lingüística que la caracteriza y con una belleza formal que dio a su discurso una evidente brillantez. Tanto el rector como el decano y colega, así como la representante de las editoras fueron muy aplaudidos.
Mi intervención constó de cuatro puntos, que resumo a continuación:
1. Falso final
Existe un recurso en la música –y se da tanto en la clásica como en la popular– que se llama falso final. Todo indica que la obra ha acabado y, por tanto, el público rompe a aplaudir. Pero, a los pocos segundos, los intérpretes retoman la composición y la conducen hacía un segundo, verdadero y definitivo final.
Algo parecido ocurre con mi jubilación. En septiembre de 2021 pronunciaba una conferencia de despedida en el salón de actos de la Biblioteca de Humanidades, con presencia igualmente del señor rector y el señor decano. Fue un acto muy emotivo e inolvidable del que ya hablé en este blog. Por entonces, los compositores de esta canción de mi jubilación –es decir, mis compañeros y compañeras de área– ya sabían que aquel acto, aunque hermoso en sumo grado, no era más que un falso final, pues ya se habían puesto manos a la obra con el libro para sorprenderme un año después con este segundo y definitivo final. O tal vez tercero, si contamos la entrega del libro celebrada días antes en el marco del departamento de Historia del Arte y Musicología, tan bien dirigido por la profesora Ana María Fernández.
2. El aula como hábitat natural
La mayor parte de este grueso volumen (más de 500 páginas) está dedicada a mis propios trabajos, sin que falten textos divulgativos que encierran alguna singularidad, como puedan ser críticas o notas al programa de estrenos o de obras patrimoniales. Al final del libro hay una sección de testimonios donde más de sesenta autores rubrican unas palabras de recuerdo de hechos que compartieron con quien suscribe. La mayoría han sido alumnos y alumnas, no pocos de ellos beneficiarios de becas de investigación a quienes dirigí su tesis y que hoy ocupan puestos relevantes en la musicología hispánica, empezando por la propia Universidad de Oviedo. Varios testimonios son obra de mis propios profesores de Historia o Historia del Arte. Un caso especial es el del ilustre e incansable musicólogo Emilio Casares, que acudió expresamente al acto desde Madrid, lo que agradezco enormemente, pues es la persona a la que considero mi maestro, mentor y amigo desde hace muchos años. Y no faltan escritos de otros colegas con los que tuve relaciones profesionales de muy distinto tipo.
Quizá el punto en el que más coinciden los diversos testimonios sea el de la valoración de mis supuestas cualidades como docente. He dicho en otras ocasiones que el aula es mi hábitat natural y soy consciente de que hay datos que parecen sugerir una cierta fortuna en este campo. En muchas de las páginas de esta sección de testimonios se narran anécdotas, recuerdos y reflexiones varias. En algunos de ellos adquieren tintes casi legendarios pues el cariño y la amistad juegan su papel, así que no los tomamos al pie de la letra para no caer en la autocomplacencia. En verdad, creo que la buena comunicación en el aula es, en lo que a uno concierne, más bien un asunto de intuición. Con todo, no está de más dejar constancia de algunos criterios que han informado mi trabajo en las aulas y que están dictados básicamente por la experiencia y el sentido común. Así, nunca he olvidado que fui un estudiante y que lo sigo siendo, aunque me haya tocado enseñar. Lo que, bien mirado, no deja de ser otra forma de aprender. También me gusta escuchar a los alumnos y a las alumnas. Todo esto crea un marco de mutua empatía que resulta muy adecuado en el aula.
En las Siete reglas para los estudiantes, de san Bernardino de Siena, un franciscano de principios del siglo XV, hay ideas que aún resultan sugerentes. Por ejemplo, destaca la importancia de elegir bien los estudios que se quieren cursar. Y hay perlas muy agudas, como cuando recomienda alejarse de los malos profesores. A mi me ha interesado la regla de la quietud, en el sentido de sosiego. Cuando se da este fenómeno en el profesor y en el alumnado, las cosas complicadas se explican (y se entienden mejor. Eso sí, me permitía personalizar dicha receta con unas cucharaditas de pasión, para que el sosiego no condujese al muermo. Pero sobre todo he hecho mía (y he tratado de trasmitirla a mis alumnos y alumnas) la última regla de fray Bernardino, que predica el deleite en el estudio y, en suma, el gusto por aprender. Entiéndase que estos solo son algunos de los sencillos ingredientes con los que pude articular un modo de hacer que me abrió la puerta a infinitas satisfacciones en mis años de profesor universitario.
NOTA BENE_ Los puntos 3 (Maneras de recibir un premio) y 4 (Agradecimientos) se desarrollarán en la siguiente entrada.
Foto cortesía del profesor Ramón Sobrino, catedrático de Musicología de la Universidad de Oviedo. De izquierda a derecha, María Sanhuesa (profesora titular de Musicología de la Universidad de Oviedo), Ignacio Villaverde (rector de la Universidad de Oviedo), José Antonio Gómez (decano de la Facultad de Filosfía y Letras) y Ángel Medina (catedrático de Musicología jubilado de la Universidad de Oviedo).
¡¡¡Enhorabuena Ángel!!! Gracias por aludir en esta entrada a la "precisión lingüística" y a la "belleza formal" de mi discurso, así como mencionaste en tu intervención aquella pequeña conjura en la que jugaron un papel clave mis dotes para el arte dramático… Me alegro que el libro te haya gustado.
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