sábado, 3 de diciembre de 2022

Gratitud, libro y homenaje (y 2)



3.   
Maneras de recibir un premio.

Tuve la suerte de conocer a personalidades relevantes de la música y de observar sus reacciones al recibir algún reconocimiento. Resultan bastante variadas. Por ejemplo, tenemos el caso de Ramón Barce, compositor, traductor, ensayista y académico de san Fernando, sobre quien escribí mi primer libro en 1983. Fue un extraordinario amigo personal. Cuando le daban algún premio –y si el marco no era demasiado encorsetado–, decía más o menos así: “este premio que me concedéis, tan merecido por otra parte…”. Luego ponía aquella sonrisa suya tan agradable y todo el mundo quedaba muy alborozado. Por cierto, a él le llegaron los premios (inmerecidamente) más bien tarde.

El compositor catalán Josep Soler, también escritor y maestro de una amplia y notable pléyade de creadores, tenía un estilo muy distinto para estos lances. En cierta ocasión le dieron una placa y, en una de nuestras habituales conversaciones telefónicas, me comentó que al recibirla había dicho que aquella placa era el anticipo de otra, más grande y de mármol, que le esperaba en el cementerio. A Josep Soler le hubiese gustado conocer esta historia de mi homenaje, pues teníamos una honda amistad desde los tiempos en que empecé a escribir un libro sobre su obra y me atendía en su casa con una hospitalidad inolvidable. Lamentablemente, falleció el pasado 8 de octubre y con él se fue una manera de concebir el acto creador que no tenía parangón, por su calado teórico, en el universo de su generación.

Lo más normal a la hora de recibir algún tipo de reconocimiento es decir que resulta “inmerecido”. Suele ser un tópico o un simple gesto de falsa modestia. Aun así, me inclino por esta positio vulgaris, aunque creo que con algún argumento. Pues, en efecto, no he hecho más que cumplir con lo que se exigía en las bases de las plazas que ocupé; es decir, con la docencia y la investigación. He enseñado y, sobre todo, he aprendido. También he investigado y he transmitido el gusanillo de la musicología a un buen número de discípulos. ¿Dónde está el mérito para este honor? Pues, evidentemente, no en mí, sino en los compañeros y compañeras que han impulsado la realización de este libro y la celebración de este homenaje. Mis méritos son escasos al lado de la generosidad demostrada por mis colegas.

 

4.   Agradecimientos

Las líneas anteriores nos llevan obligatoriamente al capítulo de los agradecimientos, que podría ser muy largo. Me viene a la cabeza un libro estremecedor de Delphine de Vigan, titulado Las gratitudes. Reflexiona la autora sobre las muchas veces que damos las gracias al cabo del día de manera mecánica y rutinaria. casi como mera fórmula de cortesía. Pronto comprenderemos la dramática historia que, en dicha novela, propicia una gratitud honda y sentida. También uno desea elevarse desde el tono rutinario de las gracias hasta una gratitud que intente estar a la altura del cariño que hay depositado en este homenaje. Por ello, doy las gracias a todos cuantos han tenido que ver con este libro y con su presentación: al rectorado, y al Servicio de Publicaciones: al decanato, con José Antonio Gómez a la cabeza, y a los amigos de las diversas áreas de la Facultad que me han acompañado; al departamento de Hª del Arte y Musicología, con Ana Fernández a su frente; a las dos áreas que integran este último, la de Hª del Arte (área de origen para los más veteranos) y la de Música. A esta pertenecen veinte compañeros y compañeras, cuyo recuerdo me acompañará para siempre en mi memoria y en mi corazón. Son los responsables del alto grado de inserción laboral que tuvo nuestra titulación de Ciencias de la Música en diversas evaluaciones externas, a lo que hay que sumar una fructífera labor en la Facultad de Pedagogía. He aquí sus nombres: Celsa Alonso, María Encina Cortizo, Marta Cureses, Diana Díaz, José Antonio Gómez, Marcela González, Elena Le Barbier, Beatriz Martínez del Fresno, Julia Martínez-Lombó, Laura Miranda, Iván Morales, Daniel Moro, Julio Ogas, Míriam Perandones, Gloria Araceli Rodríguez, María Sanhuesa, Ramón Sobrino, José Ignacio Suárez, Eduardo Viñuela y Edson Zampronha._ 

Tres profesoras merecen un agradecimiento singular: Celsa Alonso, Marta Cureses y María Sanhuesa. Han sido las editoras del libro. Sin duda, un trabajo enormemente difícil. Más aún si se considera que son tres personas con una agenda  de compromisos académicos muy apretada. También es verdad que sería difícil reunir un equipo editorial como este. Marta Cureses, por ejemplo, es una reconocida especialista en música contemporánea, del mismo modo que María Sannhuesa lo es en asuntos de música antigua y teoría musical. Esto significa que las decisiones editoriales en estos dos campos, a la hora de seleccionar los textos que se iban a publicar, parten de una innegable autoridad. Por su parte, Celsa Alonso tiene experiencia en libros de este tipo y es la investigadora principal del Grupo Diapente XXI, en el que uno rendía cuentas académicas cada año, así que su presencia resultaba indispensable. 

Es imposible mencionar a los firmantes en la tabula gratulatoria y los que rubricaron un testimonio en el libro y menos aún a los que asistieron al acto de presentación de manera presencial o virtual. Sumarían varios cientos de personas, pero a todos ellos les debo algo en todo este proceso. No puedo dejar de citar al ilustre musicólogo Emilio Casares, quien se desplazó desde Madrid hasta Oviedo expresamente para asistir a la presentación y a quien es sabido que considero mi maestro (tanto ayer como hoy), además de amigo y mentor. Fue un honor haberle acompañado desde hace más de cuarenta años en esta apasionante rama del saber que es la Musicología.

En cuanto a otros amigos, menciono a modo de pars pro toto, a Joaquín Lorences, presidente de la Fundación Valdés Salas, que patrocinó mi última investigación dedicada a la misa de gaita –una joya del patrimonio inmaterial–, desde la que fue posible promoverla a la categoría de Bien de Interés Cultural. Dicho sea de paso, fue un claro ejemplo de transferencia del conocimiento, en cuya difusión tuvo un papel muy importante Joaquín Valdeón, director del Coro Universitario y del Taller Lolo Cornellana de la Misa de Gaita. Claro que uno no habría podido hacer ni la mitad de lo realizado en su vida profesional sin el apoyo de su familia, de sus hijos David e Ignacio y, muy especialmente, de su esposa María Jesús.

El año pasado me decía el rector que la Universidad de Oviedo seguiría siendo mi casa tras jubilarme y, en verdad, así lo he sentido y lo siento aún más en días como este que comento, donde tuve tantísimas muestras de afecto. Lo que deseo en estos momentos es tener la suficiente salud como para acabar de merecer este homenaje

¡Gracias de corazón a todos y a todas!

 

Foto facilitada por el profesor Ramón Sobrino, catedrático de Musicología de la Universidad de Oviedo. Ángel Medina, al término de la presentación, con algunos de los amigos, colegas y estudiantes que asistieron al acto académico en el Aula Magna de la Universidad de Oviedo.

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